23/07/2016, 12:53
Tsuchiyōbi, 15 de Primera Flor del año 202.
Bosque de la Hoja. País de la Espiral.
Bosque de la Hoja. País de la Espiral.
Llevaba varias horas dando vueltas como un pollo sin cabeza, sedienta y acalorada como pocas veces lo había estado. Y eso que aún faltaba prácticamente mes y medio para que diera comienzo el verano. Pero llevaba tanto tiempo perdida en aquel mar de árboles que ya había perdido todo sentido de la orientación. ¿No había pasado antes por aquel arbusto? ¿Pero entonces por qué la roca no tenía la marca que había grabado con el kunai por si se perdía y terminaba andando en círculos?
—Ah... ¡Esto es ridículo! —le gritó al aire, y los pájaros dejaron de piar momentáneamente, probablemente asustados.
Fue en ese brevísimo momento de silencio cuando lo escuchó.
Cloooooonk.
Un pájaro echó a volar por encima de las copas de los árboles justo después de aquel sonido. ¿Pero qué había sido eso? Había sonado como un golpe, pero nunca había escuchado algo similar. Y, a juzgar por la dirección del ave, no había sido muy lejos de su posición.
«¿Será una persona?» Pensó, esperanzada. Si era una persona podría preguntarle el camino y dar por finalizada aquella alocada aventura. Sin embargo, aquel breve momento de emoción se desinfló como un globo. ¿Y si no era una persona? O, de serlo, ¿podría fiarse de ella?
Tenía que ser especialmente precavida, sobre todo en una tierra que no conocía. Por esa misma razón, se subió de un salto a uno de los pinos y, escondida entre el follaje, comenzó a acercarse al origen del sonido. Y al cabo de algunos segundos, lo vio.
Definitivamente, era una persona. Aunque desde la posición en la que se encontraba, tras su espalda, no podía discernir si era una chica o un chico. Lo que sí era capaz de ver era que parecía algo más alto que ella y que sus cabellos, de un curioso color cobrizo, le caían sobre la espalda como una cascada. El desconocido hizo un movimiento extraño con sus brazos y Ayame, intrigada, ladeó ligeramente la cabeza. Seguía sin estar segura de si podría delatar su presencia sin correr un riesgo innecesario y todas las situaciones en las que se había visto metida le habían enseñado a mantener un perfil bajo en ese tipo de situaciones.
Por el momento esperaría, en silencio. Y si decidía que aquella persona era un riesgo al que no valía la pena someterse, se marcharía igual de sigilosa como había entrado en la escena.