La acrobacia de la chica no pareció terminar en buen puerto. Bueno, mas bien el afectado por el golpe de la acrobacia. El hombre terminó cayendo sobre una mesa cercana, arruinando la merienda o lo que fuese que hiciesen a esas horas en aquél sitio. Las bebidas salieron por los aires, incluso manchando a varios clientes. Éstos bramaron y maldijeron la acción, mas ninguno parecía querer formar parte de la bronca que se estaba armando.
Esperando a que el hombre de la espada se recompusiese, escuchó los absurdos bramidos que éste soltaba. Vaya dios si gritaba, casi parecía tener un altavoz en la garganta. Pero ya se sabe lo que se dice... perro ladrador, poco mordedor.
Para cuando la Sarutobi quiso darse cuenta, tenía rodeando su torso un par de brazos del tamaño de dos piernas suyas. La fuerza que ejercía no era menos que la aparente. Quien fuera el que la tenía agarrada, había conseguido hasta levantarla del suelo como si fuese una caja de cartón vacía. Sin demora, no terminó en aclarase lo sucedido. El tipo éste quería ayudar a su jefe, y el jefe bramó de nuevo, añadiendo que había tardado demasiado. Además, inquirió que no la soltase.
Todo parecía sugerir que un buen corte de pelo se le venía encima.
Sin embargo, la otra peliblanco hizo una dramática entrada justo a tiempo. En pleno salto le pegó una colleja al que apresaba a la Sarutobi, y éste cayó a peso de plomo. Desorientado, tardaría un rato en recomponerse. La otra chica adoptó una posición de combate un tanto singular, encarando al recién golpeado, y anunció que ella vigilaría al tipo.
—Muchas gracias.
Para su sorpresa, el idiota que se hacía pasar por mafioso no desistió en la lucha. Incluso e igualdad numérica, no salió corriendo, si no mas bien al contrario. En su cabeza solo parecía haber sitio para la venganza de esas acciones en su contra, y el resto del cerebro a saber para qué lo tenía...
Como un oso rabioso, el hombre cargó con toda su furia hacia la chica de orbes rojos. En su acometida, portaba ambas partes del arma empuñadas, y se decidió por descargar toda su ira en un tajo descendente vertical. Seco, sencillo y previsible. Para cuando el hombre lanzó el tajo, la chica había realizado un único sello con su diestra, casi a escondidas. Con tan solo marcar el sello del carnero, su cuerpo se movió a toda velocidad hacia el costado del hombre. Desde esa posición, y a sorpresa del tipo, lanzó una patada con su zurda girando sobre sí misma, buscando sin piedad la boca del estómago como objetivo. Sin duda, el propósito era dejarlo fuera de combate, o al menos dejarle claro que no estaba a la altura.
Casi de seguido, retrocedería un poco, observando con ahínco al hombre. —¿Cuál es tu nombre idiota?
No estaba muy segura de lo que precedería a ésto, pero tenía una ligera idea de cómo amedrentar al hombre. Sin duda, una persona que tratase como a un idiota a un mafioso del lugar, podría reclamar sin preámbulos una merecida fama. Fuese mala o buena, la fama en ésta aldea le llevaría hacia los nuevos clientes.
Quizás ésta serie de catastróficas desdichas no había sido del todo plausibles.
Esperando a que el hombre de la espada se recompusiese, escuchó los absurdos bramidos que éste soltaba. Vaya dios si gritaba, casi parecía tener un altavoz en la garganta. Pero ya se sabe lo que se dice... perro ladrador, poco mordedor.
Para cuando la Sarutobi quiso darse cuenta, tenía rodeando su torso un par de brazos del tamaño de dos piernas suyas. La fuerza que ejercía no era menos que la aparente. Quien fuera el que la tenía agarrada, había conseguido hasta levantarla del suelo como si fuese una caja de cartón vacía. Sin demora, no terminó en aclarase lo sucedido. El tipo éste quería ayudar a su jefe, y el jefe bramó de nuevo, añadiendo que había tardado demasiado. Además, inquirió que no la soltase.
Todo parecía sugerir que un buen corte de pelo se le venía encima.
Sin embargo, la otra peliblanco hizo una dramática entrada justo a tiempo. En pleno salto le pegó una colleja al que apresaba a la Sarutobi, y éste cayó a peso de plomo. Desorientado, tardaría un rato en recomponerse. La otra chica adoptó una posición de combate un tanto singular, encarando al recién golpeado, y anunció que ella vigilaría al tipo.
—Muchas gracias.
Para su sorpresa, el idiota que se hacía pasar por mafioso no desistió en la lucha. Incluso e igualdad numérica, no salió corriendo, si no mas bien al contrario. En su cabeza solo parecía haber sitio para la venganza de esas acciones en su contra, y el resto del cerebro a saber para qué lo tenía...
Como un oso rabioso, el hombre cargó con toda su furia hacia la chica de orbes rojos. En su acometida, portaba ambas partes del arma empuñadas, y se decidió por descargar toda su ira en un tajo descendente vertical. Seco, sencillo y previsible. Para cuando el hombre lanzó el tajo, la chica había realizado un único sello con su diestra, casi a escondidas. Con tan solo marcar el sello del carnero, su cuerpo se movió a toda velocidad hacia el costado del hombre. Desde esa posición, y a sorpresa del tipo, lanzó una patada con su zurda girando sobre sí misma, buscando sin piedad la boca del estómago como objetivo. Sin duda, el propósito era dejarlo fuera de combate, o al menos dejarle claro que no estaba a la altura.
Casi de seguido, retrocedería un poco, observando con ahínco al hombre. —¿Cuál es tu nombre idiota?
No estaba muy segura de lo que precedería a ésto, pero tenía una ligera idea de cómo amedrentar al hombre. Sin duda, una persona que tratase como a un idiota a un mafioso del lugar, podría reclamar sin preámbulos una merecida fama. Fuese mala o buena, la fama en ésta aldea le llevaría hacia los nuevos clientes.
Quizás ésta serie de catastróficas desdichas no había sido del todo plausibles.