26/07/2016, 04:17
El joven de ojos grises no compartía, ni entendía por completo, la corriente de razonamiento de su compañero. Aun así, escuchaba con aprecio y atención aquellas sólidas palabras que parecían nativas de su corazón. Quizás fuera por el respeto que le tenía, pero sentía que aquellos pensamientos expresados eran algo valioso que le gustaría conservar en su memoria, pues eran como una balada que exponía la personalidad del aquel joven de Takigakure.
«Creo que somos tan diferentes por dentro como por fuera.» Suspiro con tranquilidad y su expresión se acercó un poco más a lo que era habitualmente.
—Si… Algo similar me dijeron mis superiores en la aldea, pero indudablemente me pareció que solo era la postura de quien sobrevivió y se lava el alma con palabras nobles y bonitas.
»Creo que los habitantes de esta ciudad no buscaban ser llamados héroes o mártires. Yo también conocía a personas que para bien o para mal jamás olvidaré —fragmentos de imágenes y voces pasaron fugazmente por su mente—. Estaban bien… Al menos hasta que llegamos los ninjas con nuestros problemas y convertimos todo lo que poseían, eran y conocían en un recuerdo que ha nadie da consuelo.
Miro al suelo y con su zapato removió un poco la superficie que yacía bajos sus pies. Puede que fuera algo solo mental, o que realmente fuese una secuela de lo ocurrido, pero aun después de tanto tiempo podía seguir percibiendo aquel particular olor a quemado. No era como las cenizas de un incendio, era como si el sol hubiese bajado y calcinado la tierra durante un instante que permanecería marcado eternamente en aquella tierra.
—Ya sé lo que me molesta —fue leve, casi imperceptible, pero un poco de ira se expandió en su voz—. Esto no fue un desastre natural, fue fruto del juego político que las tres aldeas ninjas tenían entre sí. Un torneo que solamente era una cortina de humo para un crisis militar. Una guerra fría tras bastidores donde todos tenían un cuchillo apuntando al cuello de quien yacía a su lado. Pero nadie estaba ni remotamente preparado para la aparición de un Bijuu y su contención, aun habiendo una supuesta Jinchuriki participando en el torneo… En retrospectiva, fuimos muy estúpidos y arrogantes.
»Dicen que la única cura para la arrogancia y la estupidez es la muerte… Parece que nos hemos curado de ambas, aquello que nos cegaba —ahora formaban tratados de paz y acuerdos de cooperación que hacía tiempo se presentaban como inconcebibles—, y solo se necesitaron las vidas de miles de personas para ello.
Aquella última frase, llena de sarcasmo, culpa y enojo, representaba lo que pensaba sobre lo ocurrido.
«Creo que somos tan diferentes por dentro como por fuera.» Suspiro con tranquilidad y su expresión se acercó un poco más a lo que era habitualmente.
—Si… Algo similar me dijeron mis superiores en la aldea, pero indudablemente me pareció que solo era la postura de quien sobrevivió y se lava el alma con palabras nobles y bonitas.
»Creo que los habitantes de esta ciudad no buscaban ser llamados héroes o mártires. Yo también conocía a personas que para bien o para mal jamás olvidaré —fragmentos de imágenes y voces pasaron fugazmente por su mente—. Estaban bien… Al menos hasta que llegamos los ninjas con nuestros problemas y convertimos todo lo que poseían, eran y conocían en un recuerdo que ha nadie da consuelo.
Miro al suelo y con su zapato removió un poco la superficie que yacía bajos sus pies. Puede que fuera algo solo mental, o que realmente fuese una secuela de lo ocurrido, pero aun después de tanto tiempo podía seguir percibiendo aquel particular olor a quemado. No era como las cenizas de un incendio, era como si el sol hubiese bajado y calcinado la tierra durante un instante que permanecería marcado eternamente en aquella tierra.
—Ya sé lo que me molesta —fue leve, casi imperceptible, pero un poco de ira se expandió en su voz—. Esto no fue un desastre natural, fue fruto del juego político que las tres aldeas ninjas tenían entre sí. Un torneo que solamente era una cortina de humo para un crisis militar. Una guerra fría tras bastidores donde todos tenían un cuchillo apuntando al cuello de quien yacía a su lado. Pero nadie estaba ni remotamente preparado para la aparición de un Bijuu y su contención, aun habiendo una supuesta Jinchuriki participando en el torneo… En retrospectiva, fuimos muy estúpidos y arrogantes.
»Dicen que la única cura para la arrogancia y la estupidez es la muerte… Parece que nos hemos curado de ambas, aquello que nos cegaba —ahora formaban tratados de paz y acuerdos de cooperación que hacía tiempo se presentaban como inconcebibles—, y solo se necesitaron las vidas de miles de personas para ello.
Aquella última frase, llena de sarcasmo, culpa y enojo, representaba lo que pensaba sobre lo ocurrido.