La Sarutobi apretó los puños mientras hincaba su mirada en los orbes del mafioso. Su gesto era algo mas que serio, y su amenaza no quedaba corta. Pero el hombre no parecía dispuesto a responder. Labraba todos sus esfuerzos en sobrellevar el golpe del estómago; toda su agonía se hacía mucho mas larga a lo corta que es la palabra en comparación. Sus manos abrazaban su estómago como si éste le fuese a reventar en cualquier momento, aunque seguramente limitaba todos sus esfuerzos en recuperar el aliento mas bien.
Por el contrario, el adversario de la otra peliblanco había recuperado la mayor parte de la compostura. Éste preguntó al del suelo qué debía hacer, a lo cual el hombre respondió que huyese. El hombretón se deslizó como una lagartija, de una manera sobrecogedora y sorprendente, tomó a su jefe y salió corriendo casi de la misma manera. Si hubiese algo que elogiar del hombre, sin duda sería esa absurda pero eficaz manera de correr.
Katomi dejó caer un suspiro mientras torcía el gesto de un lado a otro. Se encogió de hombros, y terminó de resignarse. Sin duda, no iba a perseguir a dos estúpidos. No podía permitirse el lujo de perder el tiempo de esa manera. Tenía claro que lo que debía hacer era ayuda a ese... «¿Donde diablos se ha metido el niño?»
Literalmente, el santo se le había ido al cielo.
La Sarutobi escuchó que la otra chica daba por finalizada la pelea. Obvio, dudosamente volviesen a por mas golpes, a menos que se reuniesen con muchos mas amigos. Pero hasta la chica se dio cuenta de que el que saldría sin duda alguna afectado era el pobre niño. Katomi buscó de lado a otro al chico, pero parecía haberse desvanecido en la nada.
—Gracias por la ayuda.— Contestó a la peliblanco. —Pero te equivocas en eso último. No voy a dejar que ese idiota le vuelva a poner un dedo encima al niño, aunque para ello tenga que partirle todos y cada uno de los dedos. Voy a buscar a ese niño.
Mas claro el agua. Podía gritarlo para decirlo mas alto, pero expresarlo con mas claridad era absurdamente imposible. La chica caminó apenas un par de pasos hacia las escaleras que daban final al pequeño porche. Tomó un cigarrillo nuevamente, y lo puso entre labios.
—No me gustan los abusones...— Inquirió mientras volvía a atravesar la cortina de agua.
No esperaba mas ayuda de la proporcionada. Tan solo se limitaría a buscar al chico por las callejuelas cicundantes, tampoco tenía idea de por donde buscar... pero quien no insiste, no consigue. Por otro lado, el último gesto quizás había quedado absurdo; llevar un cigarrillo en los labios bajo el torrente de agua. Pero lo que realmente le llevaba a hacerlo no era el mono de nicotina, era casi algo que había tomado por costumbre; llevar el cigarrillo en los labios.
Por el contrario, el adversario de la otra peliblanco había recuperado la mayor parte de la compostura. Éste preguntó al del suelo qué debía hacer, a lo cual el hombre respondió que huyese. El hombretón se deslizó como una lagartija, de una manera sobrecogedora y sorprendente, tomó a su jefe y salió corriendo casi de la misma manera. Si hubiese algo que elogiar del hombre, sin duda sería esa absurda pero eficaz manera de correr.
Katomi dejó caer un suspiro mientras torcía el gesto de un lado a otro. Se encogió de hombros, y terminó de resignarse. Sin duda, no iba a perseguir a dos estúpidos. No podía permitirse el lujo de perder el tiempo de esa manera. Tenía claro que lo que debía hacer era ayuda a ese... «¿Donde diablos se ha metido el niño?»
Literalmente, el santo se le había ido al cielo.
La Sarutobi escuchó que la otra chica daba por finalizada la pelea. Obvio, dudosamente volviesen a por mas golpes, a menos que se reuniesen con muchos mas amigos. Pero hasta la chica se dio cuenta de que el que saldría sin duda alguna afectado era el pobre niño. Katomi buscó de lado a otro al chico, pero parecía haberse desvanecido en la nada.
—Gracias por la ayuda.— Contestó a la peliblanco. —Pero te equivocas en eso último. No voy a dejar que ese idiota le vuelva a poner un dedo encima al niño, aunque para ello tenga que partirle todos y cada uno de los dedos. Voy a buscar a ese niño.
Mas claro el agua. Podía gritarlo para decirlo mas alto, pero expresarlo con mas claridad era absurdamente imposible. La chica caminó apenas un par de pasos hacia las escaleras que daban final al pequeño porche. Tomó un cigarrillo nuevamente, y lo puso entre labios.
—No me gustan los abusones...— Inquirió mientras volvía a atravesar la cortina de agua.
No esperaba mas ayuda de la proporcionada. Tan solo se limitaría a buscar al chico por las callejuelas cicundantes, tampoco tenía idea de por donde buscar... pero quien no insiste, no consigue. Por otro lado, el último gesto quizás había quedado absurdo; llevar un cigarrillo en los labios bajo el torrente de agua. Pero lo que realmente le llevaba a hacerlo no era el mono de nicotina, era casi algo que había tomado por costumbre; llevar el cigarrillo en los labios.