1/08/2016, 15:15
Para cuando casi estaba despedida de la otra peliblanco, alguien mas volvió a usar el termino que parecía ser como un saludo coloquial por esos lares; niñatas. Realmente no cabía a comprender el motivo por el que las mencionaban como tales, ya hacía tiempo que habían dejado los juegos de muñequitas de trapo, al menos Katomi. La otra chica a saber, pero tampoco tenía mucha pinta de aficionada a eso.
A todo ésto, la Sarutobi volvió la mirada hacia el hombre que intentaba llamar la atención de ambas. Se trataba del viejo camarero. Éste advirtió a las chicas de que debían tomarse la libertad de correr a toda hostia del lugar, pues al parecer se habían metido con una parte de la mafia que pese a no ser demasiado buenos en combate, tenían dinero para contratar los servicios de otros que sí lo eran. Añadió que tendrían la compasión de no delatarlas, pero que debían olvidarse de la idea de salva al chico, pues su vida ya estaba condenada. Al parecer, el clan Inagawa era el responsable.
La chica tomó el cigarrillo de su boca, lo miró inquieta por un instante. Tras una breve pausa, terminó por tirarlo al suelo, a la vez que se encogía de hombros. Quién lo hubiese pensado, había terminado mojándose. Cosas que pasan bajo la lluvia...
Soltó un breve suspiro. —Así que el clan Inagawa.— Inquirió la chica. —Ya sé al menos por donde empezar a buscar.
La Sarutobi se acercó de nuevo al porche, buscando reconocer bien la cara de los que habían en el local en ese mismo momento. Tras un instante, sonrió. —Acordaos de mi rostro, a partir de hoy habéis dejado de trabajar para ese clan. Ahora trabajáis para Sarutobi Katomi. Podéis llamarme... Fuego.— Dicha la burrada que acababa de soltar, la chica se dio la vuelta. —Volveré en cuanto haga arder hasta el último pilar de donde se esconden esos Inagawas.
Con toda la tranquilidad del mundo, la chica continuó lo que había empezado; comenzó a andar, y bajó de nuevo del porche, tras ello comenzó a andar dirección a los callejones por donde habían huido el par de maleantes de poco caché.
A todo ésto, la Sarutobi volvió la mirada hacia el hombre que intentaba llamar la atención de ambas. Se trataba del viejo camarero. Éste advirtió a las chicas de que debían tomarse la libertad de correr a toda hostia del lugar, pues al parecer se habían metido con una parte de la mafia que pese a no ser demasiado buenos en combate, tenían dinero para contratar los servicios de otros que sí lo eran. Añadió que tendrían la compasión de no delatarlas, pero que debían olvidarse de la idea de salva al chico, pues su vida ya estaba condenada. Al parecer, el clan Inagawa era el responsable.
La chica tomó el cigarrillo de su boca, lo miró inquieta por un instante. Tras una breve pausa, terminó por tirarlo al suelo, a la vez que se encogía de hombros. Quién lo hubiese pensado, había terminado mojándose. Cosas que pasan bajo la lluvia...
Soltó un breve suspiro. —Así que el clan Inagawa.— Inquirió la chica. —Ya sé al menos por donde empezar a buscar.
La Sarutobi se acercó de nuevo al porche, buscando reconocer bien la cara de los que habían en el local en ese mismo momento. Tras un instante, sonrió. —Acordaos de mi rostro, a partir de hoy habéis dejado de trabajar para ese clan. Ahora trabajáis para Sarutobi Katomi. Podéis llamarme... Fuego.— Dicha la burrada que acababa de soltar, la chica se dio la vuelta. —Volveré en cuanto haga arder hasta el último pilar de donde se esconden esos Inagawas.
Con toda la tranquilidad del mundo, la chica continuó lo que había empezado; comenzó a andar, y bajó de nuevo del porche, tras ello comenzó a andar dirección a los callejones por donde habían huido el par de maleantes de poco caché.