23/05/2015, 12:16
Con la tez pálida, pese a su bronceado, y una cara que reflejaba un tormento de un par de días comiendo tan solo arroz, el chico continuó su camino. La esperanza es lo último que se pierde. Pese a que probablemente la historieta del arroz que no se pasa fuera también invención de su tío, el chico prosiguió su camino, ya poco le quedaría para llegar a ese sitio que le dijeron tanto éste como su madre. Fuere como fuere, ya había llegado hasta aquí, era una tontería volver atrás sin tan siquiera comprobarlo. Como se dice, para que haya una sombra siempre ha de haber un obstáculo, y una luz que lo ilumine, tan solo es cuestión de mirar el ángulo.
"Bueno... ya que estoy, sigo... eso sí, cuando llegue a casa, será el primero en probar mi puño en el dojo..."
El chico terminó de comerse con desdén aquel recipiente de arroz blanco, soso y sin ningún añadido... ni tan siquiera una maldita salsa. Tras ello, guardó el recipiente en la mochila, y se la puso a espaldas de nuevo. Poco tardó en reanudar la marcha, con algo mas de alegría en el caminar, pero no en el cuerpo, el chico prosiguió.
Tras un rato caminando entre arrozales, el chico avistó a lo lejos una casucha. El sol ya se ceñía por el horizonte, apagando poco a poco la luz natural y necesaria que proporcionaba. Sin pensarlo dos veces, se acercó al sitio. Quizás el dueño le podía ofrecer alojamiento y algo de comida a cambio de unos cuantos ryos. Al acercarse, se percató de que él no era el único que se había aproximado a la casucha... eso, o bien el dueño se había encariñado con la puerta de sus dependencias. A saber, los tipos raros no escasean hoy día.
El chico terminó de acercarse, y cuando las distancias eran escasas, pudo escuchar que el chico que había frente a la puerta también iba con sus intenciones. Diablos, se le habían adelantado. Bueno, con algo de suerte, si uno era bien recibido, dos también. Al llegar a su vera, observó apenas a su igual, y prestó algo mas de atención al hombre que salió de la casa. El hombre había de medir al menos los 2 metros, y era una auténtica mole. Grande se quedaba chico a su lado. El hombre vestía un pañuelo negro a la cabeza, ropajes desgastados del mismo tono, y algunos tatuajes. Su rostro reflejaba pocos amigos, y tenía una marca en el ojo derecho de haberlo perdido en alguna disputa o algo parecido.
"Ostras..."
El rubio fue a darse la vuelta, la cosa no le había terminado de agradar, y pretendía escabullirse. Ni tan siquiera se había presentado al otro chico, tampoco pretendía hacerlo visto lo visto... quitarse del medio podía ser la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. No era por juzgar el físico, pero ese hombre para nada parecía hospitalario.
— ¿Quie´ne sai? — Preguntó el hombre, con una voz mas grave que el bajo de Metálica.
El rubio no terminó de darse la vuelta, y volvió a mirar hacia la puerta, concretamente a esa mole. Alzó una ceja, e intentó descifrar que coño había dicho. Realmente ese tono, conjugación, y demases había sido... abrumador. En tan solo 2 palabras.
— No... yo solo pasaba por aquí... — Intentó de eludir.
Sin embargo, el hombre no mostró tropiezo alguno. No se iba a limitar a dos simples y mal conjugadas palabras. NO.
— O sus entrai o sus entro — Amenazó. — ¿Ma via ´cuchao? —
La cara del rubio reflejó una clara confusión. A decir verdad, no llegaba a entender por completo ese dialecto. Lo que si que quedaba claro eran sus intenciones, pues sus dedos gordos y asilchachados como morcillas señalaban el interior de la casa. El rubio quedó en silencio, y miró a su otro lado. Quería ver la reacción del otro amenazado.
"Bueno... ya que estoy, sigo... eso sí, cuando llegue a casa, será el primero en probar mi puño en el dojo..."
El chico terminó de comerse con desdén aquel recipiente de arroz blanco, soso y sin ningún añadido... ni tan siquiera una maldita salsa. Tras ello, guardó el recipiente en la mochila, y se la puso a espaldas de nuevo. Poco tardó en reanudar la marcha, con algo mas de alegría en el caminar, pero no en el cuerpo, el chico prosiguió.
Tras un rato caminando entre arrozales, el chico avistó a lo lejos una casucha. El sol ya se ceñía por el horizonte, apagando poco a poco la luz natural y necesaria que proporcionaba. Sin pensarlo dos veces, se acercó al sitio. Quizás el dueño le podía ofrecer alojamiento y algo de comida a cambio de unos cuantos ryos. Al acercarse, se percató de que él no era el único que se había aproximado a la casucha... eso, o bien el dueño se había encariñado con la puerta de sus dependencias. A saber, los tipos raros no escasean hoy día.
El chico terminó de acercarse, y cuando las distancias eran escasas, pudo escuchar que el chico que había frente a la puerta también iba con sus intenciones. Diablos, se le habían adelantado. Bueno, con algo de suerte, si uno era bien recibido, dos también. Al llegar a su vera, observó apenas a su igual, y prestó algo mas de atención al hombre que salió de la casa. El hombre había de medir al menos los 2 metros, y era una auténtica mole. Grande se quedaba chico a su lado. El hombre vestía un pañuelo negro a la cabeza, ropajes desgastados del mismo tono, y algunos tatuajes. Su rostro reflejaba pocos amigos, y tenía una marca en el ojo derecho de haberlo perdido en alguna disputa o algo parecido.
"Ostras..."
El rubio fue a darse la vuelta, la cosa no le había terminado de agradar, y pretendía escabullirse. Ni tan siquiera se había presentado al otro chico, tampoco pretendía hacerlo visto lo visto... quitarse del medio podía ser la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. No era por juzgar el físico, pero ese hombre para nada parecía hospitalario.
— ¿Quie´ne sai? — Preguntó el hombre, con una voz mas grave que el bajo de Metálica.
El rubio no terminó de darse la vuelta, y volvió a mirar hacia la puerta, concretamente a esa mole. Alzó una ceja, e intentó descifrar que coño había dicho. Realmente ese tono, conjugación, y demases había sido... abrumador. En tan solo 2 palabras.
— No... yo solo pasaba por aquí... — Intentó de eludir.
Sin embargo, el hombre no mostró tropiezo alguno. No se iba a limitar a dos simples y mal conjugadas palabras. NO.
— O sus entrai o sus entro — Amenazó. — ¿Ma via ´cuchao? —
La cara del rubio reflejó una clara confusión. A decir verdad, no llegaba a entender por completo ese dialecto. Lo que si que quedaba claro eran sus intenciones, pues sus dedos gordos y asilchachados como morcillas señalaban el interior de la casa. El rubio quedó en silencio, y miró a su otro lado. Quería ver la reacción del otro amenazado.