23/05/2015, 16:32
Frente a ese gigante, el par de chicos parecían simples enanos de jardín. Salvo que no estaban ahí para decorar nada. El rubio había hecho por escaquearse, mas el estar allí lo llevó a ser incluido en el paquete de visita. Una gota de sudor le recorrió la sien, fría como el hielo. Observó en el otro chico una expresión bien parecida, y éste añadió que creía haber entendido que pasaran. Por otro lado, dijo algo bastante lógico... llevarle la contraria a semejante animal podía ser peligroso.
— Tsk... vaya tela... — Masculló el Yotsuki.
Dejando paso primero al de cabellera blanca, el rubio se adentró en la casa de aquella especie de gorila. Lo primero que vieron ante ellos era una única sala, hecha totalmente de madera. En el centro habían unas ascuas aún calientes, casi quedaban cenizas, depositadas en una especie de candela metálica. Hacia el lado derecho había una puerta, cerrada. En esa misma dirección se encontraba un par de sillones. A la izquierda había un par de puertas mas, ambas cerradas. También había un asiento mas en esa misma banda de la habitación. Al final de la misma habitación, aguardaba una mujer casi tan grande como el que les acababa de dar la bienvenida. Ésta mujer tenía aun ambos ojos, un corpulento cuerpo, y una cara casi tan ruda como la del mencionado gorila. Ataviada con ropas del mismo estilo, parecía tratarse de su mujer.
"Joder... ¿aquí todos son de éste tamaño? ¿que leches les dan de comer?"
Casi tan tímido como un gato en una casa ajena, el chico se adentró en la habitación. Hizo por mirar hacia detrás, observando cómo el hombre cerraba tras de ellos. Curiosamente, el hombre echó el cerrojo a la puerta, algo que no terminó de agradar al rubio.
— Buenas tardes, señora... — Intentó de animar la fiesta.
Sin embargo, ni la mujer ni el hombre volvieron a soltar palabra por el momento. El uno miró a la otra, y la otra miró al uno. El sepulcral silencio fue lo único que quedó. El Yotsuki aprovechó para echar la vista al peliblanco.
— ¿Amigos tuyos no son por casualidad, no? —
— Tsk... vaya tela... — Masculló el Yotsuki.
Dejando paso primero al de cabellera blanca, el rubio se adentró en la casa de aquella especie de gorila. Lo primero que vieron ante ellos era una única sala, hecha totalmente de madera. En el centro habían unas ascuas aún calientes, casi quedaban cenizas, depositadas en una especie de candela metálica. Hacia el lado derecho había una puerta, cerrada. En esa misma dirección se encontraba un par de sillones. A la izquierda había un par de puertas mas, ambas cerradas. También había un asiento mas en esa misma banda de la habitación. Al final de la misma habitación, aguardaba una mujer casi tan grande como el que les acababa de dar la bienvenida. Ésta mujer tenía aun ambos ojos, un corpulento cuerpo, y una cara casi tan ruda como la del mencionado gorila. Ataviada con ropas del mismo estilo, parecía tratarse de su mujer.
"Joder... ¿aquí todos son de éste tamaño? ¿que leches les dan de comer?"
Casi tan tímido como un gato en una casa ajena, el chico se adentró en la habitación. Hizo por mirar hacia detrás, observando cómo el hombre cerraba tras de ellos. Curiosamente, el hombre echó el cerrojo a la puerta, algo que no terminó de agradar al rubio.
— Buenas tardes, señora... — Intentó de animar la fiesta.
Sin embargo, ni la mujer ni el hombre volvieron a soltar palabra por el momento. El uno miró a la otra, y la otra miró al uno. El sepulcral silencio fue lo único que quedó. El Yotsuki aprovechó para echar la vista al peliblanco.
— ¿Amigos tuyos no son por casualidad, no? —