1/09/2016, 18:04
(Última modificación: 11/09/2016, 02:18 por Hanamura Kazuma.)
Se mantuvo paciente mientras esperaba que la violenta lluvia de acero cesará. En algún punto, aquellos matones se darían cuenta de que no podrían alcanzarlo mientras se estuviera escondiendo detrás de la zorrilla. El aprovecharía ese momento para contraatacar, cuando decidieran cambiar de táctica.
«Ahí vamos.», pensó al sentir como paraba el ataque.
Con un gran salto, salió de su escondite al tiempo que desenvainó su espada, dispuesto a combatir. Los sujetos comenzaron a moverse un tanto sorprendidos. Inmediatamente, se prepararon para lanzar otra oleada de agujas metálicas. Con el Ishimura yaciendo tan expuesto como estaba, les era evidente el que terminaría como el más abarrotado de los alfileteros. Pero, aquel no era el primer combate que había librado, y sabía exactamente qué estaba haciendo. Ahora las miradas de los atacantes estaban fijas en él, y eso era lo que buscaba.
En un instante lo tenían a tiro de piedra, pero al siguiente, incluso antes de poder parpadear, una fulgor ardiente, proveniente de aquella misteriosa katana, se depositó en sus ojos. Parecía que los caballos también lo habían sentido, pues comenzaron a relinchar y a encabritarse. Se apresuraron a abrir los ojos, pero el mundo seguía siendo brillante y difuso.
—¡Maldita sea! —Rugió con furia uno de aquello sujetos, mientras se restregaba los ojos.
Uno de ellos estuvo a punto de unirse al cantar de maldiciones, pero algo le silencio; Primero fue un leve brillo carmesí que apareció desde la nada en la parte baja de su campo de visión, y luego el frío y suave corte de un objeto que se deslizaba por entre sus costilla para terminar saliendo por su espalda. Su queja se quedó dispersa en un apagado suspiro final.
Quien estaba a su lado había recuperado suficiente de su vista como para percibir como su compañero caía del caballo sin dar señales de queja. Para cuando logró desenfundar su arma, sintió como su montura se quejaba, pues algo la estaba abordando violentamente. Su grito de alerta se quedó a medio camino y lo único que abandonó sus labios fue un gorjeo y un burbujear incomprensibles. Antes de perder la conciencia fue capaz de ver como una espada le atravesaba el pecho de lado a lado. Trató de girarse, pero se desvaneció antes de poder ver la cara de quien yacía sentado detrás de él.
—No deben estar acostumbrados a combatir a distancia, ni desde la altura de sus monturas, son novatos —le dijo al único que quedaba y que ya había recuperado la vista por completo—. Han quedado ciegos y han tratado de buscarme en frente y en los alrededores, pero no se la ocurrido mirar hacia abajo y alejar sus monturas.
Los caballos ya se habían alejado un poco, dejando en el suelo, los aún calientes, cuerpos de los bandidos que hasta hacía segundos los estaban montando. La sangre se esparcía sobre las vías y sobre las ardientes arenas doradas, como un pequeño y cruel riachuelo. El de cabellos blancos esperaba que el sobreviviente se diera a la fuga, pero hizo todo lo contrario; Con una mueca que resultaba una incómoda mezcla de miedo y furia, desenvaino una especie machete y se arrojó al galope contra el peliblanco.
«Así son las cosas —con un hábil movimiento, se hizo a un lado, desarmo al sujeto y le propinó un profundo tajo en el antebrazo—. Este tipo me tiene miedo, pero aun así me ataca… Eso no me gusta; Quiere decir que tiene un jefe al cual le teme más que a mí y que conoce las consecuencias de regresar después de fallar.»
En el mundo criminal la vida de alguien estaba valuada respecto a qué tan útil fuera. Además, tampoco había segundas oportunidades para aquellos de bajo rango. Siempre había vacantes en los grupos de matones, por lo que no hacía falta conservar a alguien que hubiese fallado. Se mataban dos pájaros de un tiro: Se sentaba un ejemplo para los otros y se silenciaba a aquel que sabía sobre las actividades ilícitas de la agrupación.
—¡Espera… Te diré lo que quieras, pero no me mates! —Suplico desesperadamente, luego de caer de su caballo y de quedar con medio brazo colgando como si se lo hubieran fileteado.
—Que escandaloso ¿Por qué no muestras un poco valor y mueres sin suplicar? —Preguntó, con una indolencia y un desprecio absolutos.
El joven se acercó caminando hasta que el sujeto yacía, asustado y tembloroso, bajo su sombra. Sus grises ojos lo miraron, y en ellos no encontró duda o tan siquiera misericordia. Trato de articular algunas palabras, pero un veloz corte en la garganta lo sentenció a una muerte lenta y desesperante bajo el inclemente sol del desierto de Kaze no Kuni.
«Resulta inspirador el verte actuar de esa manera, Amó; Tan determinado. Tanto hielo en tu sangre y tanto fuego en tu corazón. Sin embargo… Te noto un tanto aburrido, ¿no has disfrutado del combate?»
«Esto ni merece ser llamado combate; Al final fue una simple ejecución, y eso es algo que no debería de disfrutarse.», aseguro. Mientras, envaino su arma y camino hacia el tren.
«Ahí vamos.», pensó al sentir como paraba el ataque.
Con un gran salto, salió de su escondite al tiempo que desenvainó su espada, dispuesto a combatir. Los sujetos comenzaron a moverse un tanto sorprendidos. Inmediatamente, se prepararon para lanzar otra oleada de agujas metálicas. Con el Ishimura yaciendo tan expuesto como estaba, les era evidente el que terminaría como el más abarrotado de los alfileteros. Pero, aquel no era el primer combate que había librado, y sabía exactamente qué estaba haciendo. Ahora las miradas de los atacantes estaban fijas en él, y eso era lo que buscaba.
En un instante lo tenían a tiro de piedra, pero al siguiente, incluso antes de poder parpadear, una fulgor ardiente, proveniente de aquella misteriosa katana, se depositó en sus ojos. Parecía que los caballos también lo habían sentido, pues comenzaron a relinchar y a encabritarse. Se apresuraron a abrir los ojos, pero el mundo seguía siendo brillante y difuso.
—¡Maldita sea! —Rugió con furia uno de aquello sujetos, mientras se restregaba los ojos.
Uno de ellos estuvo a punto de unirse al cantar de maldiciones, pero algo le silencio; Primero fue un leve brillo carmesí que apareció desde la nada en la parte baja de su campo de visión, y luego el frío y suave corte de un objeto que se deslizaba por entre sus costilla para terminar saliendo por su espalda. Su queja se quedó dispersa en un apagado suspiro final.
Quien estaba a su lado había recuperado suficiente de su vista como para percibir como su compañero caía del caballo sin dar señales de queja. Para cuando logró desenfundar su arma, sintió como su montura se quejaba, pues algo la estaba abordando violentamente. Su grito de alerta se quedó a medio camino y lo único que abandonó sus labios fue un gorjeo y un burbujear incomprensibles. Antes de perder la conciencia fue capaz de ver como una espada le atravesaba el pecho de lado a lado. Trató de girarse, pero se desvaneció antes de poder ver la cara de quien yacía sentado detrás de él.
—No deben estar acostumbrados a combatir a distancia, ni desde la altura de sus monturas, son novatos —le dijo al único que quedaba y que ya había recuperado la vista por completo—. Han quedado ciegos y han tratado de buscarme en frente y en los alrededores, pero no se la ocurrido mirar hacia abajo y alejar sus monturas.
Los caballos ya se habían alejado un poco, dejando en el suelo, los aún calientes, cuerpos de los bandidos que hasta hacía segundos los estaban montando. La sangre se esparcía sobre las vías y sobre las ardientes arenas doradas, como un pequeño y cruel riachuelo. El de cabellos blancos esperaba que el sobreviviente se diera a la fuga, pero hizo todo lo contrario; Con una mueca que resultaba una incómoda mezcla de miedo y furia, desenvaino una especie machete y se arrojó al galope contra el peliblanco.
«Así son las cosas —con un hábil movimiento, se hizo a un lado, desarmo al sujeto y le propinó un profundo tajo en el antebrazo—. Este tipo me tiene miedo, pero aun así me ataca… Eso no me gusta; Quiere decir que tiene un jefe al cual le teme más que a mí y que conoce las consecuencias de regresar después de fallar.»
En el mundo criminal la vida de alguien estaba valuada respecto a qué tan útil fuera. Además, tampoco había segundas oportunidades para aquellos de bajo rango. Siempre había vacantes en los grupos de matones, por lo que no hacía falta conservar a alguien que hubiese fallado. Se mataban dos pájaros de un tiro: Se sentaba un ejemplo para los otros y se silenciaba a aquel que sabía sobre las actividades ilícitas de la agrupación.
—¡Espera… Te diré lo que quieras, pero no me mates! —Suplico desesperadamente, luego de caer de su caballo y de quedar con medio brazo colgando como si se lo hubieran fileteado.
—Que escandaloso ¿Por qué no muestras un poco valor y mueres sin suplicar? —Preguntó, con una indolencia y un desprecio absolutos.
El joven se acercó caminando hasta que el sujeto yacía, asustado y tembloroso, bajo su sombra. Sus grises ojos lo miraron, y en ellos no encontró duda o tan siquiera misericordia. Trato de articular algunas palabras, pero un veloz corte en la garganta lo sentenció a una muerte lenta y desesperante bajo el inclemente sol del desierto de Kaze no Kuni.
«Resulta inspirador el verte actuar de esa manera, Amó; Tan determinado. Tanto hielo en tu sangre y tanto fuego en tu corazón. Sin embargo… Te noto un tanto aburrido, ¿no has disfrutado del combate?»
«Esto ni merece ser llamado combate; Al final fue una simple ejecución, y eso es algo que no debería de disfrutarse.», aseguro. Mientras, envaino su arma y camino hacia el tren.
![[Imagen: aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif]](https://i.pinimg.com/originals/aa/b6/87/aab687219fe81b12d60db220de0dd17c.gif)