9/09/2016, 13:31
Después de mis insólitas andaduras por Kuroshiro, decidí prolongar mi viaje en busca de nuevos ambientes e ideas para desarrollar mis futuras y magnificas técnicas, que me facilitarán alcanzar los objetivos que me propuse cuando ascendí como shinobi. Además que para madurar la mente siempre era bueno viajar, conocer nuevas gentes con sus respectivas costumbres...Bueno en realidad todo venía motivado por que tenía dinero ahorrado, y ahora que ya nadie podía decirme lo que tenía que hacer, tenía ganas de sentir la sensación de libertad que da viajar tomando uno mismo el cien por cien de las decisiones en todo momento.
Si, la verdad que esto me está empezando a gustar...¡Hombre mira! !Pero si es el tren¡
Parece que todo se alineaba para que continuara mi viaje, como si el destino me diera la razón...o algo así. La cosa era que el tren acababa de llegar a la estación, pues el ruido de su sonoro pito no dejaba lugar a dudas, tan fuerte era que poco antes de su llegada, los pandas de Kuroshiro se inquietaban siendo la prueba con los que los lugareños se orientaban para saber si el tren estaba próximo o no.
-¡Viajeros al tren! Exclamó a pleno pulmón el interventor que asomó medio cuerpo por uno de los accesos del mismo.
¡Whoala! Corre que lo pierdes Y allí que fui corriendo todo lo que pude para no perderme mi próxima aventura ¿A dónde me llevaría? La verdad que no tenía ni la más remota idea de hacía donde se dirigía, pero bueno, la verdad es que me daba igual.
Saludé al interventor cuando llegué hasta él y a continuación entré en el vagón, una vez adentro, busqué un cómodo asiento que tuviera ventanilla para ver el paisaje. El tren comenzó a moverse y la cosa se puso un poco por no decir bastante gris...¡Ostras! Abandonamos el apacible y verdoso mar de bambú, a adentrarnos en un lugar que tiñó el cielo de nubes grises y negras. Poco después comenzó a llover a moderada intensidad, pero con la velocidad a la que iba el tren parecía cosa seria el aguacero. La lluvia hizo descender las temperaturas pues al poco, los cristales de la ventanilla comenzaron a empañarse y ya poco o nada se podía ver del exterior.
Menudo fastidio...a lo mejor...no ha sido tan buena idea viajar a ciegas...valga la redundancia...
Absorto en mis pensamientos y con el traqueteo del tren, el interventor pasó por mi lado sin que yo me diera cuenta. Como era de esperar me pidió el billete, pero como no lo tenía simplemente le pagué por el viaje debidamente. -Disculpe interventor, ¿Cuál es la próxima parada? Pregunté ignorante de mí. El hombre no dudó ni por un instante y me respondió amablemente. -La próxima parada es Yachi, en las Tierras de la Llovizna, País de la Tormenta. ¿Necesita algo más?
Pues vaya con mi suerte...he ido a parar al país vecino, nunca había viajado fuera de mi país solo...encima para colmo las Tierras de la Llovizna, menuda suerte la mía, ya podría a ver parado a las Tierras tropicales o algo así...
-No...no...eso era todo Señor interventor, muchas gracias.
El hombre se marchó y siguió con lo suyo. Bueno lo hecho, hecho estaba, no había vuelta atrás. Por lo menos iba más o menos bien abrigado. Al pasar unas horas, casi anocheciendo, el tren finalmente se detuvo y el interventor volvió a bramar. -¡Señoras y Señores, hemos llegado a Yachi en las Tierras de la Llovizna, País de la Tormenta!
Bueno...pues aquí me bajo...
Salí del tren acabando en la estación de Yachi. Y bueno, no me causó mala impresión, la población estaba entre un gran e impresionante cañon, además había un imponente río caudaloso gracias a las aguas que recibía constantemente de la dichosa y cansina lluvia.
Por todos los Dioses habidos y por haber...¿Es que aquí no deja de llover nunca? Pensaba mosqueado mientras me cubría la cabeza con mi sombrero. El tren poco tardó en partir hacía su próximo destino y yo no tuve más remedio que buscar un lugar en donde cobijarme. Deambulé por las calles de Yachi, era un pueblo muy acogedor, casas de piedra y madera recubiertas de moho a causa de la humedad, todas ellas equipadas con chimeneas que no cesaban de humear.
Al final encontré lo que vendría a ser un hostal, un robusto edificio de tres plantas en el que se podía leer en un letrero "Hostal Kanagata" Entré lo más rápido que pude. Y vaya, si que era otro ambiente, el contraste de temperatura de dentro y fuera era tal, que hasta me hizo retroceder dos pasos hacía atrás. Me quité el sombrero y me dispuse a inspeccionar el local. Era tarde la verdad apenas habían cuatro gatos en la instancia principal del hostal, era un enorme salón comedor de madera bien cuidada con una enorme chimenea de piedra encendida. Me senté en una mesa lo más próxima al fuego, para secarme las ropas y de paso, esperar a ser atendido, estaba muerto de hambre.
!Dios¡ ¡Que hambre tengo!
Si, la verdad que esto me está empezando a gustar...¡Hombre mira! !Pero si es el tren¡
Parece que todo se alineaba para que continuara mi viaje, como si el destino me diera la razón...o algo así. La cosa era que el tren acababa de llegar a la estación, pues el ruido de su sonoro pito no dejaba lugar a dudas, tan fuerte era que poco antes de su llegada, los pandas de Kuroshiro se inquietaban siendo la prueba con los que los lugareños se orientaban para saber si el tren estaba próximo o no.
-¡Viajeros al tren! Exclamó a pleno pulmón el interventor que asomó medio cuerpo por uno de los accesos del mismo.
¡Whoala! Corre que lo pierdes Y allí que fui corriendo todo lo que pude para no perderme mi próxima aventura ¿A dónde me llevaría? La verdad que no tenía ni la más remota idea de hacía donde se dirigía, pero bueno, la verdad es que me daba igual.
Saludé al interventor cuando llegué hasta él y a continuación entré en el vagón, una vez adentro, busqué un cómodo asiento que tuviera ventanilla para ver el paisaje. El tren comenzó a moverse y la cosa se puso un poco por no decir bastante gris...¡Ostras! Abandonamos el apacible y verdoso mar de bambú, a adentrarnos en un lugar que tiñó el cielo de nubes grises y negras. Poco después comenzó a llover a moderada intensidad, pero con la velocidad a la que iba el tren parecía cosa seria el aguacero. La lluvia hizo descender las temperaturas pues al poco, los cristales de la ventanilla comenzaron a empañarse y ya poco o nada se podía ver del exterior.
Menudo fastidio...a lo mejor...no ha sido tan buena idea viajar a ciegas...valga la redundancia...
Absorto en mis pensamientos y con el traqueteo del tren, el interventor pasó por mi lado sin que yo me diera cuenta. Como era de esperar me pidió el billete, pero como no lo tenía simplemente le pagué por el viaje debidamente. -Disculpe interventor, ¿Cuál es la próxima parada? Pregunté ignorante de mí. El hombre no dudó ni por un instante y me respondió amablemente. -La próxima parada es Yachi, en las Tierras de la Llovizna, País de la Tormenta. ¿Necesita algo más?
Pues vaya con mi suerte...he ido a parar al país vecino, nunca había viajado fuera de mi país solo...encima para colmo las Tierras de la Llovizna, menuda suerte la mía, ya podría a ver parado a las Tierras tropicales o algo así...
-No...no...eso era todo Señor interventor, muchas gracias.
El hombre se marchó y siguió con lo suyo. Bueno lo hecho, hecho estaba, no había vuelta atrás. Por lo menos iba más o menos bien abrigado. Al pasar unas horas, casi anocheciendo, el tren finalmente se detuvo y el interventor volvió a bramar. -¡Señoras y Señores, hemos llegado a Yachi en las Tierras de la Llovizna, País de la Tormenta!
Bueno...pues aquí me bajo...
Salí del tren acabando en la estación de Yachi. Y bueno, no me causó mala impresión, la población estaba entre un gran e impresionante cañon, además había un imponente río caudaloso gracias a las aguas que recibía constantemente de la dichosa y cansina lluvia.
Por todos los Dioses habidos y por haber...¿Es que aquí no deja de llover nunca? Pensaba mosqueado mientras me cubría la cabeza con mi sombrero. El tren poco tardó en partir hacía su próximo destino y yo no tuve más remedio que buscar un lugar en donde cobijarme. Deambulé por las calles de Yachi, era un pueblo muy acogedor, casas de piedra y madera recubiertas de moho a causa de la humedad, todas ellas equipadas con chimeneas que no cesaban de humear.
Al final encontré lo que vendría a ser un hostal, un robusto edificio de tres plantas en el que se podía leer en un letrero "Hostal Kanagata" Entré lo más rápido que pude. Y vaya, si que era otro ambiente, el contraste de temperatura de dentro y fuera era tal, que hasta me hizo retroceder dos pasos hacía atrás. Me quité el sombrero y me dispuse a inspeccionar el local. Era tarde la verdad apenas habían cuatro gatos en la instancia principal del hostal, era un enorme salón comedor de madera bien cuidada con una enorme chimenea de piedra encendida. Me senté en una mesa lo más próxima al fuego, para secarme las ropas y de paso, esperar a ser atendido, estaba muerto de hambre.
!Dios¡ ¡Que hambre tengo!