11/09/2016, 03:28
(Última modificación: 11/09/2016, 15:21 por Hanamura Kazuma.)
Con cada paso que daba se hacía más consciente de lo irregular que era su respiración y de las numerosas gotas de agua salada que manaban de sus poros. «Y pensar que me agitaría tanto por tan poca actividad.» El esfuerzo que requirió el acabar con aquellos bandoleros, apenas podía considerarse un calentamiento para alguien con su condición física. Sin embargo, el ambiente del desierto resultaba ser inconvenientemente desgastante.
Se tomó unos segundos y desabrochó el chaleco que tanto le oprimía. —Mucho mejor, esa cosa me estaba sofocando.
Paseo sus ojos por los alrededores y comprobó que nadie más se estuviese acercando a su posición. Se tomó un instante para observar a los caballos sueltos, aquellos a los que había dejado sin jinete. Sintió un poco de lastima por ellos, pero no era como si pudiera montarlos en tren y llevarlos consigo «Se nota que son animales acostumbrados al desierto... Estarán bien por su cuenta.»
Luego de asegurarse de que la zorrilla no estuviese dañada, subió a la parte trasera del tren, pero al tratar de abrir la puerta se encontró con que la misma estaba trabada «Seguro que fueron aquellos dos luego de oír el alboroto.» Tuvo que darle un buen golpe con la empuñadura de su espada para lograr que la cerradura le permitiese el paso. Al adentrarse, se encontró sumergido en la oscuridad de un compartimento de carga desierto. Recorrió aquel pasillo hasta llegar a la puerta que daba al siguiente vagón. En esta ocasión no requirió de fuerza para que el cerrojo le permitiera el paso.
Para su desagradable sorpresa, lo que le recibió fue un grupo de cerca de ocho ballestas apuntando intimidatoriamente hacia él, mientras que otras cuatro se encontraban justo en la nuca de unos cuantos que, por su uniforme, tenían que ser trabajadores del ferrocarril.
«¡Maldita sea! ¿Cómo has podido bajar la guardia de semejante forma?», se reprendió a sí mismo.
La situación no pintaba nada bien; Aunque pudiese moverse con la suficiente agilidad como para enfrentarlos y salir victorioso, aquello significaba una muerte segura para aquellas personas que habían sido tomadas como rehenes. Se movió un poco, como comprobando el balance que tenía dentro del tren «Quizás… Si soy lo suficientemente rápido» El siseo de un veloz dardo, que paso junto a su oído y que terminó por clavarse en el marco de la puerta, silencio sus pensamientos y disipó sus planes de hacer de sebo y lanzarse a una reyerta.
—Como te muevas de nuevo, el próximo te pinchara un ojo. —Declaro el que parecía estar al mando, y el que evidentemente tenía una buena puntería.
—Vale, ya he entendido en qué situación me encuentro. —Aseguro mientras levantaba sus manos en señal de rendición.
—Los jefes me han dicho que si encuentro a uno de esos estúpidos ninjas procure llevarlo ante ellos sin matarlo —dijo entre muecas visibles a través de su capucha—. Así que si te portas bien, y sigues las instrucciones, nadie tendrá que morir por tu culpa.
«Ya es un poco tarde para tus compañeros de a caballo —le contesto mentalmente—. Da igual; el sujeto puede que parezca idiota, pero es consciente de que si lastima a los pasajeros nada me impedirá despedazarlo antes de que tenga oportunidad de correr por ayuda.»
—Bien, llévame a conocer a esos jefes tuyos. —Declaró mientras se daba vuelta para comenzar a caminar.
Mientras tanto, en el puesto de control y mantenimiento de vías en el que se encontraba Tatsuya, el sitio fue rodeado. Era un grupo de doce hombres todos armados con peligrosas ballestas, listas para ser disparadas en cuanto se requiriese. Aquellos sujetos tenían las mismas directrices y también el mismo modo de operar; Tenían que llevar a aquel shinobi ante sus jefes. Para ello, y para evitar un encarnizado y poco alentador enfrentamiento de frente, debían de amenazar con quitar la vida a quienes no pudieran defenderse. Debían de tomar de rehenes a los operarios que quedaban en aquel sitio. Aquello resultaría sencillo y con poca sangre, claro está, si el Takanashi se decidía a cooperar.
Se tomó unos segundos y desabrochó el chaleco que tanto le oprimía. —Mucho mejor, esa cosa me estaba sofocando.
Paseo sus ojos por los alrededores y comprobó que nadie más se estuviese acercando a su posición. Se tomó un instante para observar a los caballos sueltos, aquellos a los que había dejado sin jinete. Sintió un poco de lastima por ellos, pero no era como si pudiera montarlos en tren y llevarlos consigo «Se nota que son animales acostumbrados al desierto... Estarán bien por su cuenta.»
Luego de asegurarse de que la zorrilla no estuviese dañada, subió a la parte trasera del tren, pero al tratar de abrir la puerta se encontró con que la misma estaba trabada «Seguro que fueron aquellos dos luego de oír el alboroto.» Tuvo que darle un buen golpe con la empuñadura de su espada para lograr que la cerradura le permitiese el paso. Al adentrarse, se encontró sumergido en la oscuridad de un compartimento de carga desierto. Recorrió aquel pasillo hasta llegar a la puerta que daba al siguiente vagón. En esta ocasión no requirió de fuerza para que el cerrojo le permitiera el paso.
Para su desagradable sorpresa, lo que le recibió fue un grupo de cerca de ocho ballestas apuntando intimidatoriamente hacia él, mientras que otras cuatro se encontraban justo en la nuca de unos cuantos que, por su uniforme, tenían que ser trabajadores del ferrocarril.
«¡Maldita sea! ¿Cómo has podido bajar la guardia de semejante forma?», se reprendió a sí mismo.
La situación no pintaba nada bien; Aunque pudiese moverse con la suficiente agilidad como para enfrentarlos y salir victorioso, aquello significaba una muerte segura para aquellas personas que habían sido tomadas como rehenes. Se movió un poco, como comprobando el balance que tenía dentro del tren «Quizás… Si soy lo suficientemente rápido» El siseo de un veloz dardo, que paso junto a su oído y que terminó por clavarse en el marco de la puerta, silencio sus pensamientos y disipó sus planes de hacer de sebo y lanzarse a una reyerta.
—Como te muevas de nuevo, el próximo te pinchara un ojo. —Declaro el que parecía estar al mando, y el que evidentemente tenía una buena puntería.
—Vale, ya he entendido en qué situación me encuentro. —Aseguro mientras levantaba sus manos en señal de rendición.
—Los jefes me han dicho que si encuentro a uno de esos estúpidos ninjas procure llevarlo ante ellos sin matarlo —dijo entre muecas visibles a través de su capucha—. Así que si te portas bien, y sigues las instrucciones, nadie tendrá que morir por tu culpa.
«Ya es un poco tarde para tus compañeros de a caballo —le contesto mentalmente—. Da igual; el sujeto puede que parezca idiota, pero es consciente de que si lastima a los pasajeros nada me impedirá despedazarlo antes de que tenga oportunidad de correr por ayuda.»
—Bien, llévame a conocer a esos jefes tuyos. —Declaró mientras se daba vuelta para comenzar a caminar.
Mientras tanto, en el puesto de control y mantenimiento de vías en el que se encontraba Tatsuya, el sitio fue rodeado. Era un grupo de doce hombres todos armados con peligrosas ballestas, listas para ser disparadas en cuanto se requiriese. Aquellos sujetos tenían las mismas directrices y también el mismo modo de operar; Tenían que llevar a aquel shinobi ante sus jefes. Para ello, y para evitar un encarnizado y poco alentador enfrentamiento de frente, debían de amenazar con quitar la vida a quienes no pudieran defenderse. Debían de tomar de rehenes a los operarios que quedaban en aquel sitio. Aquello resultaría sencillo y con poca sangre, claro está, si el Takanashi se decidía a cooperar.