11/09/2016, 17:10
—¿Qué tanto miras, cara de cactus? Camina de una vez. —Fastidiaba el hombre con la ballesta tras él.
Se encontraba concentrado, percibiendo los alrededores y analizando la situación. Por lo que había escuchado y visto, podía suponer que se trataba de un grupo más o menos grande de bandidos. Se le hacía obvio que eran matones de poca monta, simples salteadores de camino, pero… Había algo más... Algo resultaba preocupante.
«Las actitudes de estos sujetos son como las de una manada de carroñeros, débiles, tontos y meramente oportunistas.» Pero la forma en la que se movían y las tácticas que habían utilizado le hacían dudar «Sin duda, tienen a alguien bastante experimentado dirigiéndoles… Alguien que presiento será peligroso.»
Lo hacían moverse con lentitud, prestando atención a cada movimiento, como si estuvieran escoltando a una bestia peligrosa, y asegurándose de que levantara sus brazos bien arriba. Así le mantuvieron hasta que llegaron a la parte trasera, por donde había abordado hacía unos minutos. Primero bajaron dos de los bandidos que le vigilaban mientras descendía.
Una vez que hubo bajado, le empujaron para que caminara nuevamente.
—¿Qué pasó con los demás? —Preguntó uno de los sujetos al ver a los caballos sueltos.
—Parece que este albino se tomó la molestia de preparar un banquete para los buitres.
El que había preguntado no entendía aquellas palabras, hasta que bordeo la zorrilla y vio aquel espectáculo de restos humanos, y arena bañada en sangre. —¡Negro, Hijo de puta! Dos de esos bastardos me debían dinero.
«¿De verdad, es eso lo que más te molesta?» Los criminales jamás dejaban de sorprenderle con su predecible actitud.
—Bueno, al menos te puedes quedar con sus cosas. Digo, no creo que puedan evitarlo en ese estado —aseguro uno de ellos, riéndose a más no poder—. Velo por el lado bueno; Solo eran tres pobres diablos novatos, y ha dejado los caballos ilesos.
—Vale, ya lo sé —reconoció a regañadientes—. Igual tenía la intención de apuñalar a aquellos dos mientras dormían.
El joven de ojos grises tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomar su arma y matar a aquellos sujetos. Varios de ellos se habían quedado dentro del tren, como seguro contra él. Pero no le habían quitado su arma, quizás por miedo a acercarse. Aquello explicaba por qué se mantenían a una distancia mínima de dos metros todo el tiempo.
Al final lo llevaron hasta un punto que estaba a unos cien metros del tren. No le dirigían la palabra, pero les escucho decir que tendrían que esperar a que el grupo que fue hasta el puesto de control llegara. Estando en un espacio tan abierto, fueron inteligentes y le obligaron a quedarse de rodillas con las manos puestas en la nuca.
«Creo que me he metido en un problema un tanto grande —de pronto comenzó a pensar en su amigo de ojos dispares—. De seguro Tatsuya está en algún oasis; Bebiendo agua fría de coco bajo la sombra de una palmera mientras que hermosas doncellas le ofrecen fruta fresca y vino dulce. Si, relajándose en una hamaca mientras el cálido viento lo arrulla y lo mece.»
Se sintió un poco celoso al imaginarse a él mismo haciendo todo aquello. «Y yo aquí, lidiando con estos imbéciles a los cuales no puedo ajusticiar como se merecen… Todo, mientras espero a otro grupo, que de seguro también está lleno de imbéciles como estos.»
Se encontraba concentrado, percibiendo los alrededores y analizando la situación. Por lo que había escuchado y visto, podía suponer que se trataba de un grupo más o menos grande de bandidos. Se le hacía obvio que eran matones de poca monta, simples salteadores de camino, pero… Había algo más... Algo resultaba preocupante.
«Las actitudes de estos sujetos son como las de una manada de carroñeros, débiles, tontos y meramente oportunistas.» Pero la forma en la que se movían y las tácticas que habían utilizado le hacían dudar «Sin duda, tienen a alguien bastante experimentado dirigiéndoles… Alguien que presiento será peligroso.»
Lo hacían moverse con lentitud, prestando atención a cada movimiento, como si estuvieran escoltando a una bestia peligrosa, y asegurándose de que levantara sus brazos bien arriba. Así le mantuvieron hasta que llegaron a la parte trasera, por donde había abordado hacía unos minutos. Primero bajaron dos de los bandidos que le vigilaban mientras descendía.
Una vez que hubo bajado, le empujaron para que caminara nuevamente.
—¿Qué pasó con los demás? —Preguntó uno de los sujetos al ver a los caballos sueltos.
—Parece que este albino se tomó la molestia de preparar un banquete para los buitres.
El que había preguntado no entendía aquellas palabras, hasta que bordeo la zorrilla y vio aquel espectáculo de restos humanos, y arena bañada en sangre. —¡Negro, Hijo de puta! Dos de esos bastardos me debían dinero.
«¿De verdad, es eso lo que más te molesta?» Los criminales jamás dejaban de sorprenderle con su predecible actitud.
—Bueno, al menos te puedes quedar con sus cosas. Digo, no creo que puedan evitarlo en ese estado —aseguro uno de ellos, riéndose a más no poder—. Velo por el lado bueno; Solo eran tres pobres diablos novatos, y ha dejado los caballos ilesos.
—Vale, ya lo sé —reconoció a regañadientes—. Igual tenía la intención de apuñalar a aquellos dos mientras dormían.
El joven de ojos grises tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomar su arma y matar a aquellos sujetos. Varios de ellos se habían quedado dentro del tren, como seguro contra él. Pero no le habían quitado su arma, quizás por miedo a acercarse. Aquello explicaba por qué se mantenían a una distancia mínima de dos metros todo el tiempo.
Al final lo llevaron hasta un punto que estaba a unos cien metros del tren. No le dirigían la palabra, pero les escucho decir que tendrían que esperar a que el grupo que fue hasta el puesto de control llegara. Estando en un espacio tan abierto, fueron inteligentes y le obligaron a quedarse de rodillas con las manos puestas en la nuca.
«Creo que me he metido en un problema un tanto grande —de pronto comenzó a pensar en su amigo de ojos dispares—. De seguro Tatsuya está en algún oasis; Bebiendo agua fría de coco bajo la sombra de una palmera mientras que hermosas doncellas le ofrecen fruta fresca y vino dulce. Si, relajándose en una hamaca mientras el cálido viento lo arrulla y lo mece.»
Se sintió un poco celoso al imaginarse a él mismo haciendo todo aquello. «Y yo aquí, lidiando con estos imbéciles a los cuales no puedo ajusticiar como se merecen… Todo, mientras espero a otro grupo, que de seguro también está lleno de imbéciles como estos.»