26/09/2016, 23:20
—¿Qué es lo que buscan de nosotros?— Preguntó de golpe.
Uno de los lideres desmontó su caballo y comenzó a caminar hacia donde estaba el Takanashi. Sus movimientos eran fluidos y elegantes. Los demás bandidos dieron un paso hacia atrás, como quien teme verse involucrado en una pelea muy peligrosa. Cuando estuvo más cerca, se agacho hasta quedar a la altura de Tatsuya, y apartando la tela que cubría su rostro habló:
—¿Qué queremos de ustedes? —aclaro la pregunta—. ¿No estás siendo demasiado presuntuoso al suponer que tienen alguna importancia para nosotros?
El Ishimura lo observó con atención; Sus ojos eran de un color ocre como la tierra y transmitían cierto grado de crueldad y sadismo. Su piel bronceada y aquella corta barba negra le daban un aspecto rudo y malicioso. Pero lo peor era su voz, pues hablaba con una serie de silbidos y siseos similares a los de algún reptil amenazante.
—Aun no te das cuenta, ¿Verdad, chico tonto? —Su sonrisa era despectiva a más no poder—. El plan era que si había algún ninja dentro del tren, alguien temeroso, necesitado y medio marica le convenciera de salir en busca de ayuda.
Por lo que todo había sido una farsa: El sujeto estaba confabulado con algún otro para hacer que el tren se detuviera. Para no estar en peligro, buscaría a cualquiera que pudiese parecer un ninja y le expondría su drama y debilidad para sacarlo del vagón, mandandolo a un sitio donde sería mucho más fácil de emboscar.
Al ver como el de ojos dispares comprendía todo, el ”camarero” añadió algo más a la burla:
—¿No te han enseñado que en la vida de los shinobis no se perdonan los actos de inocencia?... O de estupidez en su defecto.
Uno de los sujetos musculosos se acercó hasta el líder que seguía en su caballo y le ofreció el portafolio de Kazuma. El bandido desmonto y, luego de tomar el maletín se encaminó hacia donde yacía de pie el infiltrado en el tren. El de voz serpentina, se alejó de Tatsuya, como si hubiese perdido interés en él, y se acercó curioso a aquellos dos enormes tipos musculosos.
—Debo agradecer esta gran oportunidad de negocios a Michiko —dijo mientras se deleitaba con el contenido de la pequeña, pero importante, valija.
—¿Te refieres a la intermediaria? —Preguntó Kazuma, confundido por sus palabras.
Se quitó el velo que cubría su boca antes de responder.
—Efectivamente —contesto—. Ella fue la que nos avisó que vendrías, también fue la que facilitó al sujeto que detuvo el tren y a los dos grandotes que se aseguraron de que llegarás justo a tiempo y por donde se debía.
Al mirarlo distinguió sus rasgos; Su ojos eran azules como el cielo y de ellos emanaba una considerable sensación de dominio y brutalidad. Su piel también era de color tostado, pero su barba era desordenada y blanquecina. Aquello le concedía un aire de experiencia y dureza. Esas cualidades eran acentuadas por una voz profunda y altanera.
—Generalmente esa perra solo nos hace perder el tiempo, pero esta vez ha logrado que nos saquemos el premio gordo —rió estruendosamente—. Bien lo dicen por ahí; “cuídate de la ira de una mujer rencorosa”.
Ahora todo tenía sentido: La amabilidad, las facilidades para alcanzar un tren que convenientemente se había detenido. Aquella mujer no estaba dispuesta a dejar ir el que pudo ser el jugoso pago por sus servicios fallidos. Así que, rápida y maquiavélicamente, urdió un plan para salirse con la suya y obtener lo que codiciaba.
«¡Manipulado como una estúpida marioneta!… Qué vergüenza»
—Entonces… Si pudiéramos conversar el correspondiente botín de nuestra señora —señalo el sujeto que había mandado al Takanashi hacia una trampa, cuando el de barba blanca comenzó a caminar de nuevo hacia su caballo.
—Como tú mismo dijiste: “En la vida de los shinobis no se perdonan los actos de inocencia”. Y aunque ustedes no son shinobis, sí que han sido muy inocentes… Y estúpidos también.
Se giró sobre sí mismo y, en un parpadeo, desplegó un fuma shuriken que arrojó con todas sus fuerzas. Al infiltrado apenas le dio tiempo de hacer un gesto de espanto. Las aspas de acero cortaron su cuello, produciendo una vigorosa lluvia de sangre que amainó luego de que la cabeza degollada diera una cuantas vueltas sobre la arena.
El Ishimura se planteó el tomar ventaja de la distracción y dirigió su vista hacia donde estaba el otro delincuente. Pero lo encontró totalmente alerta y armado, con un par de Wakizashis en sus manos y con dos enormes cuerpos, muertos y con las tripas hacia fuera, a sus pies.
—¡Ustedes también deben tener alguna estúpida opinión para dar, ¿cierto?! —Su mirada era amenazante e iba dirigida a aquel par de jóvenes genin.
Dada la situación, lo más peligroso sería el no contestarle.
Uno de los lideres desmontó su caballo y comenzó a caminar hacia donde estaba el Takanashi. Sus movimientos eran fluidos y elegantes. Los demás bandidos dieron un paso hacia atrás, como quien teme verse involucrado en una pelea muy peligrosa. Cuando estuvo más cerca, se agacho hasta quedar a la altura de Tatsuya, y apartando la tela que cubría su rostro habló:
—¿Qué queremos de ustedes? —aclaro la pregunta—. ¿No estás siendo demasiado presuntuoso al suponer que tienen alguna importancia para nosotros?
El Ishimura lo observó con atención; Sus ojos eran de un color ocre como la tierra y transmitían cierto grado de crueldad y sadismo. Su piel bronceada y aquella corta barba negra le daban un aspecto rudo y malicioso. Pero lo peor era su voz, pues hablaba con una serie de silbidos y siseos similares a los de algún reptil amenazante.
—Aun no te das cuenta, ¿Verdad, chico tonto? —Su sonrisa era despectiva a más no poder—. El plan era que si había algún ninja dentro del tren, alguien temeroso, necesitado y medio marica le convenciera de salir en busca de ayuda.
Por lo que todo había sido una farsa: El sujeto estaba confabulado con algún otro para hacer que el tren se detuviera. Para no estar en peligro, buscaría a cualquiera que pudiese parecer un ninja y le expondría su drama y debilidad para sacarlo del vagón, mandandolo a un sitio donde sería mucho más fácil de emboscar.
Al ver como el de ojos dispares comprendía todo, el ”camarero” añadió algo más a la burla:
—¿No te han enseñado que en la vida de los shinobis no se perdonan los actos de inocencia?... O de estupidez en su defecto.
Uno de los sujetos musculosos se acercó hasta el líder que seguía en su caballo y le ofreció el portafolio de Kazuma. El bandido desmonto y, luego de tomar el maletín se encaminó hacia donde yacía de pie el infiltrado en el tren. El de voz serpentina, se alejó de Tatsuya, como si hubiese perdido interés en él, y se acercó curioso a aquellos dos enormes tipos musculosos.
—Debo agradecer esta gran oportunidad de negocios a Michiko —dijo mientras se deleitaba con el contenido de la pequeña, pero importante, valija.
—¿Te refieres a la intermediaria? —Preguntó Kazuma, confundido por sus palabras.
Se quitó el velo que cubría su boca antes de responder.
—Efectivamente —contesto—. Ella fue la que nos avisó que vendrías, también fue la que facilitó al sujeto que detuvo el tren y a los dos grandotes que se aseguraron de que llegarás justo a tiempo y por donde se debía.
Al mirarlo distinguió sus rasgos; Su ojos eran azules como el cielo y de ellos emanaba una considerable sensación de dominio y brutalidad. Su piel también era de color tostado, pero su barba era desordenada y blanquecina. Aquello le concedía un aire de experiencia y dureza. Esas cualidades eran acentuadas por una voz profunda y altanera.
—Generalmente esa perra solo nos hace perder el tiempo, pero esta vez ha logrado que nos saquemos el premio gordo —rió estruendosamente—. Bien lo dicen por ahí; “cuídate de la ira de una mujer rencorosa”.
Ahora todo tenía sentido: La amabilidad, las facilidades para alcanzar un tren que convenientemente se había detenido. Aquella mujer no estaba dispuesta a dejar ir el que pudo ser el jugoso pago por sus servicios fallidos. Así que, rápida y maquiavélicamente, urdió un plan para salirse con la suya y obtener lo que codiciaba.
«¡Manipulado como una estúpida marioneta!… Qué vergüenza»
—Entonces… Si pudiéramos conversar el correspondiente botín de nuestra señora —señalo el sujeto que había mandado al Takanashi hacia una trampa, cuando el de barba blanca comenzó a caminar de nuevo hacia su caballo.
—Como tú mismo dijiste: “En la vida de los shinobis no se perdonan los actos de inocencia”. Y aunque ustedes no son shinobis, sí que han sido muy inocentes… Y estúpidos también.
Se giró sobre sí mismo y, en un parpadeo, desplegó un fuma shuriken que arrojó con todas sus fuerzas. Al infiltrado apenas le dio tiempo de hacer un gesto de espanto. Las aspas de acero cortaron su cuello, produciendo una vigorosa lluvia de sangre que amainó luego de que la cabeza degollada diera una cuantas vueltas sobre la arena.
El Ishimura se planteó el tomar ventaja de la distracción y dirigió su vista hacia donde estaba el otro delincuente. Pero lo encontró totalmente alerta y armado, con un par de Wakizashis en sus manos y con dos enormes cuerpos, muertos y con las tripas hacia fuera, a sus pies.
—¡Ustedes también deben tener alguna estúpida opinión para dar, ¿cierto?! —Su mirada era amenazante e iba dirigida a aquel par de jóvenes genin.
Dada la situación, lo más peligroso sería el no contestarle.
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