14/10/2016, 03:27
El sol ardía con un vigor que parecía no tener fin, al igual que el camino que estaban recorriendo. A través de sus negras capuchas poco era lo que podían percibir; el intenso foco de luz por sobre sus cabezas y el color del suelo. Ellos iban a pie, mientras que los bandoleros se mantenían a caballo y a paso lento.
«Comienzo a cansarme...» Habían transcurrido poco más de dos horas, pero el calor agobiante y lo poco que podían percibir hacían que se sintieran como si hubiesen sido muchas más.
En aquel momento no era consciente de ello, pero estaban sometiéndolos a una vieja táctica de desgaste, un viejo truco altamente utilizado por los nativos del desierto y que pocos extranjeros conocían. La idea era hacerlos caminar con los rostros cubiertos y sin saber que planeaban con ellos. Lo duro de las condiciones y la caminata les restarían energía, y lo poco que podrían ver haría que percibieran el tiempo de una manera mucho más lenta, para conseguir que se sintieran exhaustos mentalmente.
«La respiración y el caminar. Se consciente de tus pasos y de tu respirar» Sabía que controlar su flujo de aire le ayudaría a conservar sus fuerzas y la calma que necesitaba. Sabía que el contar sus pasos de manera metódica le mantendría concentrado y alejado de pensamientos ominosos.
De pronto, comenzó a escuchar como el viento soplaba con una fuerza inusual. De hecho, varias cosas se sentían diferentes; Sintió sus pies, y se dio cuenta de que ya no estaban pisando arena, sino que eran un suelo firme y rocoso.
Alguien le quitó la bolsa con desmedida brusquedad y le dio un empujón. Se dio medio vuelta, con la intención de visualizar sus alrededores. Su cuerpo se quedo estático al darse cuenta de lo que tenía frente a él.
—¡Bienvenidos sean a Iwanodo! Es hora de la verdad muchachos —dijo con diversión el sujeto de barba blanca y desordenada.
Se trataba de un enorme acantilado, un abismo que parecía no tener fondo. El sitio transmitía una sensación enorme de inseguridad; sus bordes eran cornisas que creaban un pasaje que luego se ensanchaba. Aquello bloqueaba la mayor parte de la luz que caía, lo cual lo hacia un sitio muy oscuro. Allí bajo el ardiente sol, había un lugar al cual ni siquiera la brillante sonrisa de Amaterasu era capaz de llegar. Lo otro era aquel sonido, el ruido que el viento hacía al deslizarse por entre las afiladas rocas era similar a una especie de sonido gutural que representaba la sensación de hambre.
Sin duda era un lugar terrible, una herida en la tierra que se asemejaba a una oscura y retorcida sonrisa de cientos de metros de largo. Y ahora ellos dos estaban allí, a la espera de lo que pudiese ocurrir.
—¿Listos para que, por su bien, nos digan lo que queremos escuchar? —preguntó aquel que siseaba al hablar—. Será como un... medio juicio y medio reunión de negocios; si el resultado les es favorable, tendrán la oportunidad de continuar con sus inútiles vidas. Si por el contrario, les toca condena; Bueno… Tendrán la oportunidad de visitar las oscuras entrañas de la tierra.
«Comienzo a cansarme...» Habían transcurrido poco más de dos horas, pero el calor agobiante y lo poco que podían percibir hacían que se sintieran como si hubiesen sido muchas más.
En aquel momento no era consciente de ello, pero estaban sometiéndolos a una vieja táctica de desgaste, un viejo truco altamente utilizado por los nativos del desierto y que pocos extranjeros conocían. La idea era hacerlos caminar con los rostros cubiertos y sin saber que planeaban con ellos. Lo duro de las condiciones y la caminata les restarían energía, y lo poco que podrían ver haría que percibieran el tiempo de una manera mucho más lenta, para conseguir que se sintieran exhaustos mentalmente.
«La respiración y el caminar. Se consciente de tus pasos y de tu respirar» Sabía que controlar su flujo de aire le ayudaría a conservar sus fuerzas y la calma que necesitaba. Sabía que el contar sus pasos de manera metódica le mantendría concentrado y alejado de pensamientos ominosos.
De pronto, comenzó a escuchar como el viento soplaba con una fuerza inusual. De hecho, varias cosas se sentían diferentes; Sintió sus pies, y se dio cuenta de que ya no estaban pisando arena, sino que eran un suelo firme y rocoso.
Alguien le quitó la bolsa con desmedida brusquedad y le dio un empujón. Se dio medio vuelta, con la intención de visualizar sus alrededores. Su cuerpo se quedo estático al darse cuenta de lo que tenía frente a él.
—¡Bienvenidos sean a Iwanodo! Es hora de la verdad muchachos —dijo con diversión el sujeto de barba blanca y desordenada.
Se trataba de un enorme acantilado, un abismo que parecía no tener fondo. El sitio transmitía una sensación enorme de inseguridad; sus bordes eran cornisas que creaban un pasaje que luego se ensanchaba. Aquello bloqueaba la mayor parte de la luz que caía, lo cual lo hacia un sitio muy oscuro. Allí bajo el ardiente sol, había un lugar al cual ni siquiera la brillante sonrisa de Amaterasu era capaz de llegar. Lo otro era aquel sonido, el ruido que el viento hacía al deslizarse por entre las afiladas rocas era similar a una especie de sonido gutural que representaba la sensación de hambre.
Sin duda era un lugar terrible, una herida en la tierra que se asemejaba a una oscura y retorcida sonrisa de cientos de metros de largo. Y ahora ellos dos estaban allí, a la espera de lo que pudiese ocurrir.
—¿Listos para que, por su bien, nos digan lo que queremos escuchar? —preguntó aquel que siseaba al hablar—. Será como un... medio juicio y medio reunión de negocios; si el resultado les es favorable, tendrán la oportunidad de continuar con sus inútiles vidas. Si por el contrario, les toca condena; Bueno… Tendrán la oportunidad de visitar las oscuras entrañas de la tierra.