2/11/2016, 02:50
Avanzaba a gran velocidad por el Bosque de la Hoja en dirección a un pequeño pueblo llamado Minori, lugar dónde tendría que entregar un paquete a una vieja señora llamada Matsumoto Haruhi-san. No era una misión asignada por el kage de su aldea, sino más bien un encargo de su progenitora y Reih, como buen hijo, había sido incapaz de negarse. Al parecer, la mujer era una vieja amiga de su madre y se encontraba muy enferma, así que al enterarse, su bondadosa madre había decidido enviarle algunas hierbas especiales y medicina con su hijo. Reih no se quejaba, de hecho, se encontraba feliz de poder ayudar a los demás.
A medida que se acercaba al punto de llegada, comenzó a disminuir la velocidad paulatinamente hasta detenerse completamente en la entrada del pequeño pueblo. Estaba un poco sudoroso, aunque su respiración era constante y profunda. Aprovechó para acomodar la marioneta que tenía a sus espaldas, la cual estaba envuelta en vendas, ocultando su verdadera forma, y sujetó con delicadeza el paquete en sus manos, después comenzó a caminar en dirección al lugar. Ahora solo tenía que entregarlo.
Avanzó por el pueblo de forma lenta, haciendo un reconocimiento del terreno. Aunque quizá era innecesario en su situación actual, en su poca experiencia como shinobi había aprendido que lo mejor era prevenir y planear estrategias contra posibles inconvenientes y mantenerse en guardia constantemente, sobre todo en un lugar con el que no estaba familiarizado, como ese.
Para su satisfacción, Minori parecía ser un lugar bastante pacífico y armonioso. Había unos cuantos niños jugando en las calles y algunos negocios pequeños donde vendían las frutas y vegetales que cosechaban en el pueblo. "Un hermoso lugar para vivir" pensó con una leve sonrisa. Se detuvo un minuto a apreciar la vista antes de seguir su camino.
Llegó a una pequeña posada ubicada en el centro del pueblo, según la información que le había dado su madre, Matsumoto-san era la dueña y su hijo estaría en la recepción, esperando recibir el paquete. Y así fue. A penas entró, un joven muchacho se levantó de su silla y se acercó a él, preguntando sí era el hijo de Shirayama-san -su madre-.
—Sí, señor. —dijo, dando un leve reverencia mientras se presentaba.
Luego extendió el paquete y el otro joven lo tomo sin dudarlo, llamó a uno de sus empleados para que ocupará su lugar y se marchó, probablemente a atender a su madre, susurrándole un gracias al pasar por su lado. El peliblanco solo asintió y dejó que continuara su camino. Ya había cumplido con su encargo, así que podía regresar a su aldea, aunque antes abastecería algunos de sus suministros y se aseguraría de que Majestad -su marioneta- estuviera en perfectas condiciones en caso de que se presentará algún combate. Estuvo un rato en eso, y al terminar, volvió a colocar las vendas en su lugar y se puso la marioneta en la espalda otra vez, luego se despidió y salió de la posada.
Antes de continuar su camino, se fijó en que, sentada en un banco de piedra al lado de la posada, se encontraba una chica cepillando su cabello. En sí la imagen no era inusual, pero sí Reih no se equivocaba, había visto a esa chica antes. ¿En la aldea, a lo mejor? Probablemente sí. Como no quería quedarse con la duda, decidió acercarse a saludar, pero antes expandió un poco su chakra, dejando notar su presencia. A los ninjas lo mejor era no sorprenderlos con la guardia baja, porque podía resultar en encuentros letales y esa no era la clase de encuentro que Rein quería.
A medida que se acercaba al punto de llegada, comenzó a disminuir la velocidad paulatinamente hasta detenerse completamente en la entrada del pequeño pueblo. Estaba un poco sudoroso, aunque su respiración era constante y profunda. Aprovechó para acomodar la marioneta que tenía a sus espaldas, la cual estaba envuelta en vendas, ocultando su verdadera forma, y sujetó con delicadeza el paquete en sus manos, después comenzó a caminar en dirección al lugar. Ahora solo tenía que entregarlo.
Avanzó por el pueblo de forma lenta, haciendo un reconocimiento del terreno. Aunque quizá era innecesario en su situación actual, en su poca experiencia como shinobi había aprendido que lo mejor era prevenir y planear estrategias contra posibles inconvenientes y mantenerse en guardia constantemente, sobre todo en un lugar con el que no estaba familiarizado, como ese.
Para su satisfacción, Minori parecía ser un lugar bastante pacífico y armonioso. Había unos cuantos niños jugando en las calles y algunos negocios pequeños donde vendían las frutas y vegetales que cosechaban en el pueblo. "Un hermoso lugar para vivir" pensó con una leve sonrisa. Se detuvo un minuto a apreciar la vista antes de seguir su camino.
Llegó a una pequeña posada ubicada en el centro del pueblo, según la información que le había dado su madre, Matsumoto-san era la dueña y su hijo estaría en la recepción, esperando recibir el paquete. Y así fue. A penas entró, un joven muchacho se levantó de su silla y se acercó a él, preguntando sí era el hijo de Shirayama-san -su madre-.
—Sí, señor. —dijo, dando un leve reverencia mientras se presentaba.
Luego extendió el paquete y el otro joven lo tomo sin dudarlo, llamó a uno de sus empleados para que ocupará su lugar y se marchó, probablemente a atender a su madre, susurrándole un gracias al pasar por su lado. El peliblanco solo asintió y dejó que continuara su camino. Ya había cumplido con su encargo, así que podía regresar a su aldea, aunque antes abastecería algunos de sus suministros y se aseguraría de que Majestad -su marioneta- estuviera en perfectas condiciones en caso de que se presentará algún combate. Estuvo un rato en eso, y al terminar, volvió a colocar las vendas en su lugar y se puso la marioneta en la espalda otra vez, luego se despidió y salió de la posada.
Antes de continuar su camino, se fijó en que, sentada en un banco de piedra al lado de la posada, se encontraba una chica cepillando su cabello. En sí la imagen no era inusual, pero sí Reih no se equivocaba, había visto a esa chica antes. ¿En la aldea, a lo mejor? Probablemente sí. Como no quería quedarse con la duda, decidió acercarse a saludar, pero antes expandió un poco su chakra, dejando notar su presencia. A los ninjas lo mejor era no sorprenderlos con la guardia baja, porque podía resultar en encuentros letales y esa no era la clase de encuentro que Rein quería.