8/11/2016, 03:54
—¿Y bien?— Exigió con una rudeza forzada.
—Para que lo entiendas —dijo, con un tono similar al que se usa con los niños problemáticos—, en esta región las cosas funcionan de manera un poco distinta: No hay tal cosa como garantías, pues solo nos regimos por la ley del más fuerte, si quieres conservar la vida debes tener la suficiente habilidad como para evadir la muerte.
Aquel sujeto hablaba con una naturalidad que helaba la sangre. De verdad no creía en cosas como el bien o el mal, solo creía en que el fuerte hace lo que quiere con el débil, solo por estar un escalón más arriba. Ser fuerte te aseguraba una posición relativamente segura, hasta que te toparas con alguien mejor. El par de bandidos veteranos se había encontrado con dos chicos tan fuertes como ellos, y antes de enfrentarlos preferían el tenerlos de su lado y sacarles provecho. Aunque… aunque supieran que estaban poniendo en riesgo sus cuellos, pero de eso se trataba su vida criminal: jugarse la vida a diario y vivir tomado de la mano con el peligro.
—En esta vida… si eres fuerte vives, si eres débil mueres. —El de barba blanca les dirigió una mirada llena de dureza, la mirada de un hombre que ha sobrevivido a base cometer actos sanguinario—. Siempre ha sido así, y siempre lo será.
El joven de blanca cabellera pudo sentir como un fuego comenzaba a circular por sus venas, amenazando con quemar su corazón. Su mente colaboraba con su voluntad para tratar de mantener sus pensamientos en fría serenidad: una voz le susurraba que mantuviera la calma y sopesara sus opciones, pero otra le gritaba que hiciera lo que mejor sabía hacer con la gente como aquella.
Al final, el joven prorrumpió en una carcajada apagada e inquietante.
—No importa cuántas veces me hagan propuestas como la de ahora, mi respuestas siempre será la misma —aseguro, mientras que, peinaba hacia atrás su cabello desordenado y humedo.
—Viendo que sigues con vida, imagino que tu respuesta vendrá acompañada de un sí. —El tono calmado del espadachín podía resultar bastante engañoso.
—De hecho… —clavó su gris y afilada mirada sobre los líderes de la banda—. Es algo más como “matarlos a todos y cada uno”.
Por un instante, ambos bandidos pudieron apreciar en aquellas grises gemas a una persona tan cruel, despiadada e indolente como ellos. Aquello les permitió anticipar el movimiento del espadachín, quien en un segundo había desenvainado su espada y comenzado a moverse, con intención de matar a cuanto villano pudiese. El criminal de barba negra colocó una mano en el suelo y, un instante antes de que el filo de una katana gris alcanzara su cuello, se activó una especie de sello a los pies de ambos jóvenes.
El Ishimura se retorció, la saliente fue impactada por una corriente eléctrica inmensamente fuerte. Ambos chicos fueron golpeados por la descarga, arrojándolos contra el suelo en una tormenta de pequeñas volutas de humo y espasmo remanentes.
—¡Desgraciados! —balbuceo Kazuma, mientras uno de los sujetos se acercó a él y comenzaba a despojarlo de sus pertenencias: sus armas, su preciado reloj de bolsillo e incluso de Bohimei.
El muchacho se hubiera defendido de haber podido, pero sentía como si el dios del trueno hubiese utilizado su pecho como taiko. Y parecía que su compañero se encontraba en la misma situación, pues tampoco lograba oponer resistencia a los bandidos que lo estaban desvalijando.
Luego de unos diez angustiosos minutos; donde el solo hecho de mantenerse respirando resultaba un esfuerzo agotador, el joven espadachín logró ponerse de pie. Su cabello estaba erizado y con las puntas quemadas, al igual que gran parte de su vestimenta. Su piel estaba enrojecida, por el sudor vaporizado en un instante, y sus piernas aún yacían temblorosas y debiles. Pero su mirada… la intensidad de su mirada no menguó.
—Es tu última oportunidad, muchacho, dime, ¿aceptas o no? —gruño el de orbes color cielo.
—Como cierto es que la muerte es inevitable, seguro es que me veras convertido en un fantasma gris que ha de reclamar tu vida.
—Claro que no, maldito imbécil —mostró una amplia sonrisa de superioridad y luego le asestó un potente puñetazo al joven que tenía enfrente—, porque no podrás matar a nadie una vez que estés muerto.
Sin más, Kazuma salió despedido, precipitándose hacia la insondable oscuridad de aquel abismo.
—Y tú, ¿te unes a nosotros aquí arriba o él allá abajo? —preguntó a un Takanashi que recién se estaría recuperando de la descarga que casi lo había freído en vida.
—Para que lo entiendas —dijo, con un tono similar al que se usa con los niños problemáticos—, en esta región las cosas funcionan de manera un poco distinta: No hay tal cosa como garantías, pues solo nos regimos por la ley del más fuerte, si quieres conservar la vida debes tener la suficiente habilidad como para evadir la muerte.
Aquel sujeto hablaba con una naturalidad que helaba la sangre. De verdad no creía en cosas como el bien o el mal, solo creía en que el fuerte hace lo que quiere con el débil, solo por estar un escalón más arriba. Ser fuerte te aseguraba una posición relativamente segura, hasta que te toparas con alguien mejor. El par de bandidos veteranos se había encontrado con dos chicos tan fuertes como ellos, y antes de enfrentarlos preferían el tenerlos de su lado y sacarles provecho. Aunque… aunque supieran que estaban poniendo en riesgo sus cuellos, pero de eso se trataba su vida criminal: jugarse la vida a diario y vivir tomado de la mano con el peligro.
—En esta vida… si eres fuerte vives, si eres débil mueres. —El de barba blanca les dirigió una mirada llena de dureza, la mirada de un hombre que ha sobrevivido a base cometer actos sanguinario—. Siempre ha sido así, y siempre lo será.
El joven de blanca cabellera pudo sentir como un fuego comenzaba a circular por sus venas, amenazando con quemar su corazón. Su mente colaboraba con su voluntad para tratar de mantener sus pensamientos en fría serenidad: una voz le susurraba que mantuviera la calma y sopesara sus opciones, pero otra le gritaba que hiciera lo que mejor sabía hacer con la gente como aquella.
Al final, el joven prorrumpió en una carcajada apagada e inquietante.
—No importa cuántas veces me hagan propuestas como la de ahora, mi respuestas siempre será la misma —aseguro, mientras que, peinaba hacia atrás su cabello desordenado y humedo.
—Viendo que sigues con vida, imagino que tu respuesta vendrá acompañada de un sí. —El tono calmado del espadachín podía resultar bastante engañoso.
—De hecho… —clavó su gris y afilada mirada sobre los líderes de la banda—. Es algo más como “matarlos a todos y cada uno”.
Por un instante, ambos bandidos pudieron apreciar en aquellas grises gemas a una persona tan cruel, despiadada e indolente como ellos. Aquello les permitió anticipar el movimiento del espadachín, quien en un segundo había desenvainado su espada y comenzado a moverse, con intención de matar a cuanto villano pudiese. El criminal de barba negra colocó una mano en el suelo y, un instante antes de que el filo de una katana gris alcanzara su cuello, se activó una especie de sello a los pies de ambos jóvenes.
El Ishimura se retorció, la saliente fue impactada por una corriente eléctrica inmensamente fuerte. Ambos chicos fueron golpeados por la descarga, arrojándolos contra el suelo en una tormenta de pequeñas volutas de humo y espasmo remanentes.
—¡Desgraciados! —balbuceo Kazuma, mientras uno de los sujetos se acercó a él y comenzaba a despojarlo de sus pertenencias: sus armas, su preciado reloj de bolsillo e incluso de Bohimei.
El muchacho se hubiera defendido de haber podido, pero sentía como si el dios del trueno hubiese utilizado su pecho como taiko. Y parecía que su compañero se encontraba en la misma situación, pues tampoco lograba oponer resistencia a los bandidos que lo estaban desvalijando.
Luego de unos diez angustiosos minutos; donde el solo hecho de mantenerse respirando resultaba un esfuerzo agotador, el joven espadachín logró ponerse de pie. Su cabello estaba erizado y con las puntas quemadas, al igual que gran parte de su vestimenta. Su piel estaba enrojecida, por el sudor vaporizado en un instante, y sus piernas aún yacían temblorosas y debiles. Pero su mirada… la intensidad de su mirada no menguó.
—Es tu última oportunidad, muchacho, dime, ¿aceptas o no? —gruño el de orbes color cielo.
—Como cierto es que la muerte es inevitable, seguro es que me veras convertido en un fantasma gris que ha de reclamar tu vida.
—Claro que no, maldito imbécil —mostró una amplia sonrisa de superioridad y luego le asestó un potente puñetazo al joven que tenía enfrente—, porque no podrás matar a nadie una vez que estés muerto.
Sin más, Kazuma salió despedido, precipitándose hacia la insondable oscuridad de aquel abismo.
—Y tú, ¿te unes a nosotros aquí arriba o él allá abajo? —preguntó a un Takanashi que recién se estaría recuperando de la descarga que casi lo había freído en vida.