9/11/2016, 03:54
—Kisama— Apretó los puños con la poca fuerza que tenía —¿¡Y si mejor te arranco los dientes para ver si sigues sonriendo tan alegre!?, hijo de puta.
—Qué cambio tan radical —aseguró el de ojos color tierra, dejando escapar un largo silbido—. Bueno, ya suponía que no tendrías el mejor ánimo para negociar luego de mandar a volar a tu amiguito.
—Da igual, ninguna de estas basuras nos sirve, solo vinimos a perder el maldito tiempo —gruñó el de ojos color cielo.
Con paso firme se acercó hasta donde yacía el Takanashi, que aun lucia bastante aturdido por la descarga reciente. Le miro con un aire despectivo y lleno de desprecio, como si estuviera viendo a un perro moribundo. El que había activado aquella trampa también se acercó, curioso sobre lo que iba a hacer su compañero. El tiempo parecía pasar más lento, de hecho parecían estar esperando escuchar algún grito proveniente desde la oscuridad del vacío, pero solo les llegó el rugir del viento que golpeaba contra la roca. Al final, aquel de piel tostada se limitó a proporcionarle a su víctima una patada justo en el estómago, de manera que saliera volando a reunirse con su camarada.
—¡Dale mis saludos a Kuromibojin cuando le veas! —gritó, mientras el pelinegro desaparecía en las fauces de la muerte.
Lo último que había podido percibir Kazuma, antes de perder el conocimiento, fue un cielo azul casi infinito y aquel brillante sol que parecía estar huyendo de él. También sintió como la temperatura disminuía a medida que una fuerte corriente de viento golpeaba contra su espalda, a la vez que todo se iba tornando más y más oscuro.
«Es extraño, surrealista, casi como un sueño» Le extrañaba que en aquel momento la muerte misma fuera lo que menos le preocupaba. «Quizás es porque ya morí una vez, quizás es verdad que los miedos se pierden cuando se muere…» Con aquella última reflexión, perdió la conciencia.
Una fuerte sacudida hizo que despertara. Instintivamente trató de levantarse, pero una fuerza invisible le hizo imposible el siquiera moverse. Comenzó a abrir los ojos pero todo estaba oscuro y frío. A su alrededor se podía escuchar un viento de carácter casi fantasmal y tormentoso. Comenzó a ver mejor, y en el espacio frente a él divisó una gran cantidad de partículas que flotaban a la deriva mientras emitían un brillo de color verde espectral. Sintió un pequeño escalofrío al imaginar donde estaba, trato de forcejear para levantarse pero al no conseguir resultado se quedó abatidamente inerte en aquel suelo húmedo, pegajoso y de sensación casi etérea.
«Parece que he muerto y mi alma ha sido arrastrada hacia Yominokuni» Se refería a aquel lugar donde a los fallecidos les esperaba una existencia gris y oscura en la perpetuidad inalterable del reino que se localiza bajo tierra. «Aunque… no es como cuando me mató aquella explosión, esta vez el cuerpo aun me duele y parece que conservo todos mis sentidos, pero nada de mi chakra»
Por su mente pasaban preguntas sobre qué pasaría a continuación: sobre sí solo debía quedarse allí tirado por toda la eternidad, sobre si debería levantarse e ir a conocer a Izanami No Mikoto en persona, la mismísima creadora de la muerte humana… O sobre qué pasaría con Bohimei ahora que ya no podría estar con ella y ahora que el ultimo Ishimura había muerto.
De pronto sintió un leve movimiento en la superficie, giró su cabeza a un lado, y allí lo vio: Era Tatsuya, y estaba tirado a unos diez metros de él «¿Quién diría que a Tatsuya también lo mandarían al inframundo? —pensó, con su habitual calma—. Es decir, no creo que sea de los que alguna vez ha matado a alguien o de los que ha vivido en el deshonor… Digo esperaría que mandaran a alguien como… al amargado y estirado de Nabi, pero no esperaba ver a alguien tan buena gente como Juro…»
Por un momento sus pensamientos se detuvieron, le parecía extraño el que pudiera verlo en medio de aquella oscuridad, pero el suelo emitía un fuerte brillo color verde, y la luz se expandía en forma de líneas que trazaban un amplio diseño octogonal.
—Ey, Tatsuya —le gritó en cuanto vio que se movía—, el inframundo es un pañuelo, ¿no te parece?
En el aire, sobre todo cerca de donde estaba el de ojos dispares, se podía percibir un hedor carne descompuesta, el típico olor de la muerte.
—Qué cambio tan radical —aseguró el de ojos color tierra, dejando escapar un largo silbido—. Bueno, ya suponía que no tendrías el mejor ánimo para negociar luego de mandar a volar a tu amiguito.
—Da igual, ninguna de estas basuras nos sirve, solo vinimos a perder el maldito tiempo —gruñó el de ojos color cielo.
Con paso firme se acercó hasta donde yacía el Takanashi, que aun lucia bastante aturdido por la descarga reciente. Le miro con un aire despectivo y lleno de desprecio, como si estuviera viendo a un perro moribundo. El que había activado aquella trampa también se acercó, curioso sobre lo que iba a hacer su compañero. El tiempo parecía pasar más lento, de hecho parecían estar esperando escuchar algún grito proveniente desde la oscuridad del vacío, pero solo les llegó el rugir del viento que golpeaba contra la roca. Al final, aquel de piel tostada se limitó a proporcionarle a su víctima una patada justo en el estómago, de manera que saliera volando a reunirse con su camarada.
—¡Dale mis saludos a Kuromibojin cuando le veas! —gritó, mientras el pelinegro desaparecía en las fauces de la muerte.
***
Lo último que había podido percibir Kazuma, antes de perder el conocimiento, fue un cielo azul casi infinito y aquel brillante sol que parecía estar huyendo de él. También sintió como la temperatura disminuía a medida que una fuerte corriente de viento golpeaba contra su espalda, a la vez que todo se iba tornando más y más oscuro.
«Es extraño, surrealista, casi como un sueño» Le extrañaba que en aquel momento la muerte misma fuera lo que menos le preocupaba. «Quizás es porque ya morí una vez, quizás es verdad que los miedos se pierden cuando se muere…» Con aquella última reflexión, perdió la conciencia.
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Una fuerte sacudida hizo que despertara. Instintivamente trató de levantarse, pero una fuerza invisible le hizo imposible el siquiera moverse. Comenzó a abrir los ojos pero todo estaba oscuro y frío. A su alrededor se podía escuchar un viento de carácter casi fantasmal y tormentoso. Comenzó a ver mejor, y en el espacio frente a él divisó una gran cantidad de partículas que flotaban a la deriva mientras emitían un brillo de color verde espectral. Sintió un pequeño escalofrío al imaginar donde estaba, trato de forcejear para levantarse pero al no conseguir resultado se quedó abatidamente inerte en aquel suelo húmedo, pegajoso y de sensación casi etérea.
«Parece que he muerto y mi alma ha sido arrastrada hacia Yominokuni» Se refería a aquel lugar donde a los fallecidos les esperaba una existencia gris y oscura en la perpetuidad inalterable del reino que se localiza bajo tierra. «Aunque… no es como cuando me mató aquella explosión, esta vez el cuerpo aun me duele y parece que conservo todos mis sentidos, pero nada de mi chakra»
Por su mente pasaban preguntas sobre qué pasaría a continuación: sobre sí solo debía quedarse allí tirado por toda la eternidad, sobre si debería levantarse e ir a conocer a Izanami No Mikoto en persona, la mismísima creadora de la muerte humana… O sobre qué pasaría con Bohimei ahora que ya no podría estar con ella y ahora que el ultimo Ishimura había muerto.
De pronto sintió un leve movimiento en la superficie, giró su cabeza a un lado, y allí lo vio: Era Tatsuya, y estaba tirado a unos diez metros de él «¿Quién diría que a Tatsuya también lo mandarían al inframundo? —pensó, con su habitual calma—. Es decir, no creo que sea de los que alguna vez ha matado a alguien o de los que ha vivido en el deshonor… Digo esperaría que mandaran a alguien como… al amargado y estirado de Nabi, pero no esperaba ver a alguien tan buena gente como Juro…»
Por un momento sus pensamientos se detuvieron, le parecía extraño el que pudiera verlo en medio de aquella oscuridad, pero el suelo emitía un fuerte brillo color verde, y la luz se expandía en forma de líneas que trazaban un amplio diseño octogonal.
—Ey, Tatsuya —le gritó en cuanto vio que se movía—, el inframundo es un pañuelo, ¿no te parece?
En el aire, sobre todo cerca de donde estaba el de ojos dispares, se podía percibir un hedor carne descompuesta, el típico olor de la muerte.