13/11/2016, 01:08
—¡Haz algo!— Aquello parecía más una orden que una súplica de ayuda.
«Pero estoy desarmado y casi no tengo chakra, ¿Qué podría hacer?», pensó, azorado por la situación presente.
El mismo no sabría decir porqué, pero durante un instante se acordó de aquella ocasión en que él y Datsue se vieron envueltos en una situación similar, donde no había oportunidad de ganar. «¿Qué haría Datsue?», se preguntó, aunque bien sabía la respuesta: el Uchiha sin duda escaparía por su cuenta y sin molestarse en mirar hacia atrás y ver a quienes estaba abandonando. Kazuma no le guardaba rencores por aquello, pero ciertamente le parecía algo de lo más vergonzoso, una pena ajena. Y pese a esa forma de pensar, la situación le decía que sería difícil, sino es que imposible, el liberar a al Takanashi.
«Debe haber algo que pueda hacer», se dijo mientras trataba de controlar su respiración y su ritmo cardiaco «Enfrentar a esa cosa, en este estado, está fuera de discusión... Tratar de elaborar un plan con Tatsuya, que está siendo dominado por su estrés, es mala idea… Claro, tampoco puedo ni pienso abandonarlo. ¡Demonios!»
Se golpeó las piernas y de pronto sintió algo en el bolsillo; al parecer era su makimono. Entonces entendió que con tanta prisa, los ignorantes esbirros de aquellos dos matones no se dieron cuenta de que era, o posiblemente ni siquiera notaron que estaba allí. De haber sido una persona un poco más religiosa, hubiese mirado al cielo y agradecido a la providencia… Pero no lo era, y en aquel sitio, similar a como debía de ser el mundo de los muertos, no había cielo, y tampoco había dioses a los cuales rezar. Si, las costumbres de su familia dictaban que debía rezar a los dioses de la muerte para que su final fuera el adecuado, pero el joven Ishimura no estaba dispuesto a fallecer en una situación tan indigna.
—Aguanta ahí, Tatsuya. —Como pudo, el joven comenzó a correr y a saltar hacia donde estaban el arácnido y su victima.
Desconcertada por ser la primera vez en que una presa corría hacia ella y no al contrario, la criatura retrocedió unos cuantos metros mientras dejaba escapar un siseo húmedo. Kazuma aprovechó la abertura para interponerse entre su, extrañamente enojado, amigo y aquella araña babosa y luminiscente.
«Espero que esto funcione», pensó mientras se preparaba para lo que iba a hacer.
Abrió el pergamino que portaba como si fuera una especie de banderín de salvación, pero la araña-gusano ni se inmuto. De hecho, al no percibir peligro aquel monstruo comenzó acercarse de nuevo hacia ellos. «¡Ippan no Fūinjutsu!», gritó mentalmente. Arrojó el trozo de papel justo delante de él, y del mismo comenzó a emanar gran cantidad de ascuas y calor. Cayo tembloroso ante el gasto de chakra, ahora buscando socorrer a su compañero. En principio, el plan era usar aquel fuego que tenía sellado a manera de fogata, en caso de que hiciese falta, pero ahora era la antorcha que les permitiría escapar de aquel inframundo… O, puede que fuesen las llamas del averno que quemarían sus cuerpos, pues la sustancia de la que estaba hecha la red, y de la que estaba cubierta la criatura, resultaba ser extremadamente inflamable. Rápidamente, la pequeña llama se convirtió en una enorme hoguera que amenazaba con matar tanto al cazador como a los cazados.
«Salir de la sartén para caer al fuego», recordó aquel refrán, mientras luchaba para no desmayarse mientras liberaba al Takanashi de la pegajosa seda que lo aprisionaba.
«Pero estoy desarmado y casi no tengo chakra, ¿Qué podría hacer?», pensó, azorado por la situación presente.
El mismo no sabría decir porqué, pero durante un instante se acordó de aquella ocasión en que él y Datsue se vieron envueltos en una situación similar, donde no había oportunidad de ganar. «¿Qué haría Datsue?», se preguntó, aunque bien sabía la respuesta: el Uchiha sin duda escaparía por su cuenta y sin molestarse en mirar hacia atrás y ver a quienes estaba abandonando. Kazuma no le guardaba rencores por aquello, pero ciertamente le parecía algo de lo más vergonzoso, una pena ajena. Y pese a esa forma de pensar, la situación le decía que sería difícil, sino es que imposible, el liberar a al Takanashi.
«Debe haber algo que pueda hacer», se dijo mientras trataba de controlar su respiración y su ritmo cardiaco «Enfrentar a esa cosa, en este estado, está fuera de discusión... Tratar de elaborar un plan con Tatsuya, que está siendo dominado por su estrés, es mala idea… Claro, tampoco puedo ni pienso abandonarlo. ¡Demonios!»
Se golpeó las piernas y de pronto sintió algo en el bolsillo; al parecer era su makimono. Entonces entendió que con tanta prisa, los ignorantes esbirros de aquellos dos matones no se dieron cuenta de que era, o posiblemente ni siquiera notaron que estaba allí. De haber sido una persona un poco más religiosa, hubiese mirado al cielo y agradecido a la providencia… Pero no lo era, y en aquel sitio, similar a como debía de ser el mundo de los muertos, no había cielo, y tampoco había dioses a los cuales rezar. Si, las costumbres de su familia dictaban que debía rezar a los dioses de la muerte para que su final fuera el adecuado, pero el joven Ishimura no estaba dispuesto a fallecer en una situación tan indigna.
—Aguanta ahí, Tatsuya. —Como pudo, el joven comenzó a correr y a saltar hacia donde estaban el arácnido y su victima.
Desconcertada por ser la primera vez en que una presa corría hacia ella y no al contrario, la criatura retrocedió unos cuantos metros mientras dejaba escapar un siseo húmedo. Kazuma aprovechó la abertura para interponerse entre su, extrañamente enojado, amigo y aquella araña babosa y luminiscente.
«Espero que esto funcione», pensó mientras se preparaba para lo que iba a hacer.
Abrió el pergamino que portaba como si fuera una especie de banderín de salvación, pero la araña-gusano ni se inmuto. De hecho, al no percibir peligro aquel monstruo comenzó acercarse de nuevo hacia ellos. «¡Ippan no Fūinjutsu!», gritó mentalmente. Arrojó el trozo de papel justo delante de él, y del mismo comenzó a emanar gran cantidad de ascuas y calor. Cayo tembloroso ante el gasto de chakra, ahora buscando socorrer a su compañero. En principio, el plan era usar aquel fuego que tenía sellado a manera de fogata, en caso de que hiciese falta, pero ahora era la antorcha que les permitiría escapar de aquel inframundo… O, puede que fuesen las llamas del averno que quemarían sus cuerpos, pues la sustancia de la que estaba hecha la red, y de la que estaba cubierta la criatura, resultaba ser extremadamente inflamable. Rápidamente, la pequeña llama se convirtió en una enorme hoguera que amenazaba con matar tanto al cazador como a los cazados.
«Salir de la sartén para caer al fuego», recordó aquel refrán, mientras luchaba para no desmayarse mientras liberaba al Takanashi de la pegajosa seda que lo aprisionaba.