16/11/2016, 01:00
—¡¿Pero qué has hecho!?, ¡¿quieres rostizarnos!?— Se quejó mientras era ayudado a liberarse.
—Ya se, ya se —respondió, aceptando que su idea no había funcionado como debía—. Al menos no puede ponerse peor.
El aseguraba aquello, pero lo cierto es que tenía un poco de razón, aunque jamás hay que tentar a la fortuna de esa manera tan temeraria e imprudente. Las llamas comenzaban a ganar fuerza, y mientras devoraban la sustancia viscosa se iban tornando de un color verde espectral, cuales fuegos del inframundo. El Ishimura casi terminaba de liberar a su compañero, pero el humo y el gasto de chakra lo tenían al borde del desmayo.
—Por las cejas de Yubiwa... —grito, al ser testigo de cómo la bestia era envuelta por las llamas.
—Lo sé —dijo, preocupado por lo sucedido—. Todo esto es tan horrible como sus extrañas cejas.
El fulgor de las llamas reveló una especie de agujero en la roca, una especie de entrada o salida, según la necesidad. Un leve rayo de esperanza alcanzó a los muchachos, pero fue opacado cuando la criatura, en su desesperación, se interpuso entre ellos y su, posible y única, vía de escape. «Aún podemos hacer algo, estamos bien», pensó, mientras el infierno se manifestaba a su alrededor. Pero justo en ese entonces, todo comenzó a temblar y una lluvia rocas de todos los tamaños comenzó a caer sobre ambos. La extensa telaraña no solo servía de trampa, sino de armazón de la madriguera, al comenzar a ceder, las rocas que sostenía comenzaron a precipitarse, como si quisieran demostrar al Ishimura que, efectivamente, las cosas podían empeorar, y mucho.
—¡Es nuestra oportunidad! —gritó el joven de cabellos blancos cuando una roca golpeó a la araña babosa e hizo que se tambaleara a un lado, dejando el camino despejado.
Caminó como pudo, entre corriendo y tropezando, a aquella especie de cueva. Resultaba ser una especie de pasadizo circular y resbaloso, que indiscutiblemente se dirigía hacia abajo.
La indecisión lo carcomía, y las llamas de esmeralda parecían indispuestas a esperar. Sin más remedio se introdujo en la grieta, cayendo por lo que parecía ser una resbaladilla interminable. No sabía hacia dónde le llevaría, pero estaba seguro que cuando menos le alejaría del infierno que con el que se había topado. Trato de frenar utilizando chakra en sus manos y pies, pero iba muy rápido y la superficie era demasiado resbalosa. Lo unico que consiguio fue quemar el poco chakra que le restaba, quedando irremediablemente inconsciente.
—Ya se, ya se —respondió, aceptando que su idea no había funcionado como debía—. Al menos no puede ponerse peor.
El aseguraba aquello, pero lo cierto es que tenía un poco de razón, aunque jamás hay que tentar a la fortuna de esa manera tan temeraria e imprudente. Las llamas comenzaban a ganar fuerza, y mientras devoraban la sustancia viscosa se iban tornando de un color verde espectral, cuales fuegos del inframundo. El Ishimura casi terminaba de liberar a su compañero, pero el humo y el gasto de chakra lo tenían al borde del desmayo.
—Por las cejas de Yubiwa... —grito, al ser testigo de cómo la bestia era envuelta por las llamas.
—Lo sé —dijo, preocupado por lo sucedido—. Todo esto es tan horrible como sus extrañas cejas.
El fulgor de las llamas reveló una especie de agujero en la roca, una especie de entrada o salida, según la necesidad. Un leve rayo de esperanza alcanzó a los muchachos, pero fue opacado cuando la criatura, en su desesperación, se interpuso entre ellos y su, posible y única, vía de escape. «Aún podemos hacer algo, estamos bien», pensó, mientras el infierno se manifestaba a su alrededor. Pero justo en ese entonces, todo comenzó a temblar y una lluvia rocas de todos los tamaños comenzó a caer sobre ambos. La extensa telaraña no solo servía de trampa, sino de armazón de la madriguera, al comenzar a ceder, las rocas que sostenía comenzaron a precipitarse, como si quisieran demostrar al Ishimura que, efectivamente, las cosas podían empeorar, y mucho.
—¡Es nuestra oportunidad! —gritó el joven de cabellos blancos cuando una roca golpeó a la araña babosa e hizo que se tambaleara a un lado, dejando el camino despejado.
Caminó como pudo, entre corriendo y tropezando, a aquella especie de cueva. Resultaba ser una especie de pasadizo circular y resbaloso, que indiscutiblemente se dirigía hacia abajo.
La indecisión lo carcomía, y las llamas de esmeralda parecían indispuestas a esperar. Sin más remedio se introdujo en la grieta, cayendo por lo que parecía ser una resbaladilla interminable. No sabía hacia dónde le llevaría, pero estaba seguro que cuando menos le alejaría del infierno que con el que se había topado. Trato de frenar utilizando chakra en sus manos y pies, pero iba muy rápido y la superficie era demasiado resbalosa. Lo unico que consiguio fue quemar el poco chakra que le restaba, quedando irremediablemente inconsciente.