18/11/2016, 09:38
La ciudad de Taikarune era uno de los lugares más agradables a los que Jin había tenido el gusto de visitar. Y viniendo de alguien como él, que está más que acostumbrado a visitar nuevos lugares debido a los constantes viajes de negocio que ha hecho su familia a lo largo de los años, es bastante decir que la humilde Taikarune fuera probablemente uno de sus favoritos, al menos dentro de las zonas aledañas a la aldea del Remolino.
Pero el por qué no le quedaba del todo claro. Quizás le sentaba agradable el hecho de que allí no había tanto bullicio y ajetreo como en casa. Todo era muy tranquilo, muy calmo. Una ciudad en la que probablemente viviría de viejo, si es que tenía la suerte de llegar a esa edad.
—¿Y para qué vinimos, exactamente? —se vio obligado a preguntar. No es que no agradeciese el poder disfrutar de tan agradable sitio, pero lo cierto es que ni él ni su padre dejaban la villa salvo que fuera absolutamente necesario.
—Tu abuelo necesita que me ocupe de unos asuntos importantes para la familia. Tú mientras puedes echarle un ojo a los alrededores, si quieres, o acompañarme. Como prefieras —Hisai aguardó su respuesta, pero nunca llegó. Conocía a su hijo, él nunca iba a renegar de todo lo que estuviera relacionado con los Hyūga—. ¿Sabes qué?; ve a divertirte, anda. No te perderás nada que no hayas visto antes ya.
El muchacho elevó una ceja, extrañado. Luego alzó los hombros y sonrió.
—Mamá no me va a creer cuando le cuente ésto. Pero está bien, padre, no seré yo el que rechace tu oferta. ¡Nos vemos en un rato!
Pronto se daría cuenta que no había mucho que hacer allí, salvo acudir al famoso museo de armamento antiguo. Y aunque no sintiese mayor curiosidad por las armas per se, lo cierto es que nunca estaba de más conocer la historia que se pudiera esconder detrás de cada una de ellas. Aquel enorme museo distaba mucho de el resto de la ciudad. Era un castillo pedrusco macizo que se antojaba imponente a la vista de un chico tan pequeño como él.
De puertas enormes y murales probablemente impenetrables, daba la sensación de que allí adentro se encontraría el mismísimo ejército del antiguo señor feudal en la inminente espera del grito de guerra.
Sin embargo, se encontró con una agradable iluminación que de a poco iba revelando un centenar de vitrinas ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho de la enorme recepción, con amplios pergaminos de reseña en donde aparecía el nombre del arma y una sinopsis de la historia recolectada para cada objeto.
La emoción que no había sentido antes de pronto le invadió el estómago. Pero ahora tenía que decidir: ¿qué arma vería primero?... eso estaba por verse.
Pero el por qué no le quedaba del todo claro. Quizás le sentaba agradable el hecho de que allí no había tanto bullicio y ajetreo como en casa. Todo era muy tranquilo, muy calmo. Una ciudad en la que probablemente viviría de viejo, si es que tenía la suerte de llegar a esa edad.
—¿Y para qué vinimos, exactamente? —se vio obligado a preguntar. No es que no agradeciese el poder disfrutar de tan agradable sitio, pero lo cierto es que ni él ni su padre dejaban la villa salvo que fuera absolutamente necesario.
—Tu abuelo necesita que me ocupe de unos asuntos importantes para la familia. Tú mientras puedes echarle un ojo a los alrededores, si quieres, o acompañarme. Como prefieras —Hisai aguardó su respuesta, pero nunca llegó. Conocía a su hijo, él nunca iba a renegar de todo lo que estuviera relacionado con los Hyūga—. ¿Sabes qué?; ve a divertirte, anda. No te perderás nada que no hayas visto antes ya.
El muchacho elevó una ceja, extrañado. Luego alzó los hombros y sonrió.
—Mamá no me va a creer cuando le cuente ésto. Pero está bien, padre, no seré yo el que rechace tu oferta. ¡Nos vemos en un rato!
[...]
Pronto se daría cuenta que no había mucho que hacer allí, salvo acudir al famoso museo de armamento antiguo. Y aunque no sintiese mayor curiosidad por las armas per se, lo cierto es que nunca estaba de más conocer la historia que se pudiera esconder detrás de cada una de ellas. Aquel enorme museo distaba mucho de el resto de la ciudad. Era un castillo pedrusco macizo que se antojaba imponente a la vista de un chico tan pequeño como él.
De puertas enormes y murales probablemente impenetrables, daba la sensación de que allí adentro se encontraría el mismísimo ejército del antiguo señor feudal en la inminente espera del grito de guerra.
Sin embargo, se encontró con una agradable iluminación que de a poco iba revelando un centenar de vitrinas ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho de la enorme recepción, con amplios pergaminos de reseña en donde aparecía el nombre del arma y una sinopsis de la historia recolectada para cada objeto.
La emoción que no había sentido antes de pronto le invadió el estómago. Pero ahora tenía que decidir: ¿qué arma vería primero?... eso estaba por verse.