20/11/2016, 08:18
(Última modificación: 20/11/2016, 08:23 por Umikiba Kaido.)
Cuando pensó que ya se había lamentado lo suficiente como para creer haber presentado su respeto correctamente a los caídos, el muchacho se decidió finalmente a completar uno de los objetivos por los cuales había acudido a ese sitio en primer lugar. Jin rebuscó entre sus ropajes con la mano derecha y desde el fondo de sus bolsillos extrajo un modesto aunque bonito collar de plata el cual gozaba además de una reluciente aunque diminuta placa con un kanji escrito sobre la misma.
Lo paseó entre la yema de sus dedos y dijo en voz baja, casi en un murmullo, la oración que Musaki le pidió con gratitud que recitara cuando se encontrara frente al ahora conocido mural.
Cuando hubo terminado el recital, bajó la cabeza y y reverenció a los caídos, por igual. A quienes gozaban de familiares que lloraran su pérdida; y a los que no. Luego se alzó sonriente y acercó sus brazos hasta las cercanías del muro en donde la mayoría de las personas depositaban las ofrendas. Pudo comprobar que eran más las flores marchitas que las llenas de vida, probablemente nadie se dedicaba a cambiarlas de cuando en vez.
Pero antes de que pudiera dejar entre los pétalos el collar, una voz femenina le distrajo en súbito.
—Hola —anunció ella, sin mucho decoro. Pero no le hacía falta, o eso es lo que pensó Jin al comprobar que la voz provenía de una elegante y muy bien parecida dama de cabellos dorados. Largo, brillante, y que resaltaba más sus introspectivos ojos verdosos. Lo demás pasó desapercibido para él que aún era un niño sin demasiado interés en lo platónico y atractivo de una mujer, aunque había que aceptar que la dama era probablemente una de las mujeres más bellas que había visto alguna vez. Sus atributos eran, desde luego, notables.
Lo que sí notó luego de darle un rápido vistazo fue que su cuello vestía una bandana shinobi. El símbolo representaba a una aldea ajena a la suya: Takigakure.
—Que tal, señorita. ¿Cómo le va? —argumentó el joven Hyuga, mientras la chica dejaba cerca del monolito un ramo de flores. Él hizo lo propio con el collar, soltándolo allí cerca al casi al unísono que su más reciente interlocutora.
Jin pensó en buscarle conversación a la mujer, pero de pronto se sintió tan intimidado que incluso creyó haberse sonrojado. Lo cierto es que probablemente se debatió en su interior por un par de minutos para convencerse a decir algo, él no era un cobarde. Y cuando estuvo a punto de abrir la boca, dos hombres se acercaron por la espalda de ambos y ensombrecieron levemente el monolito con sus reflejos.
Ambos portaban armas y vestían acorde a lo más parecido a un ninja. De cabellos negros, altura prominente y el símbolo de Uzushiogakure —al igual que el suyo— reposando sobre sus frentes.
—Amo Jin, disculpe que le interrumpa.
—No Rankotsu, tranquilo. ¿Qué pasa?
—Es su padre. Parece que sus asuntos se alargaron más de lo esperado y tardará quizás una hora más en volver.
—Oh, bueno... qué se le hace. No importa, puedo esperar aquí a que se desocupe sin ningún problema. Por suerte ha llegado un poco de compañía —dijo, dejando que sus blanquecinos ojos se encontraran con los de la mujer que reposaba paciente no muy lejos de él. Y le sonrió, amable y en extremo jovial.
»Es un placer, mi nombre es Jin.
