28/11/2016, 03:25
Las puertas del carruaje metálico se abrirían dejandole el paso a una cantidad de gente, todo tipo de gente. La naturaleza del destino hacía que una interesante variedad de personas cruzara por la salida del vagón del tren, entre ellos el joven médico de Amegakure.
Tane-Shigai, por fin hemos llegado...
Pensaba mientras se procuraba un camino que lo separara de la gente y que le permitiese avanzar hacía la ciudad. En el interior del Bosque de los Hongos y prácticamente al lado de lo que alguna vez fue Kusagakure se erguía aquella interesante urbe, al contrario de Amegakure que echaba mano a una serie de recursos tecnológicos de punta, parecía que en Tane-Shigai evitaban a toda costa ese tipo de materiales, en su lugar preferían aprovechar al máximo la madera de los arboles que la propia naturaleza les había regalado.
El rugido de su estomago, debido a las horas de viaje, le llamaría la atención. Para su suerte todos estarían lo suficientemente ocupados con sus propios asuntos como para preocuparse por semejante ruido.
Un lugar para comer...
Susurraba al viento mientras avanzaba cuidadosamente.
Al rededor un montón de gente se movilizaba de manera similar, lo que llamaría la atención de aquel que estuviese mirando la escena desde otro angulo sería la presencia de una persona vestida con telas finas y adornadas y un daisho, el par de espadas típico de los guerreros samurai. Esta persona avanzaba sin mucho cuidado, muchas veces empujando a quien no tuviese el cuidado de quitarse de su camino.
¡Uh...!
Exclamó el shinobi de cabello azabache al sentir como el hombro de un sujeto lo apartaba del camino, Mogura estaba pendiente de lo que tenía delante, no podía decir lo mismo de su retaguardia.
Fíjate por donde vas, shinobi.
Comentó de mala manera el samurai, quien no se giró en ningún momento. Pasarían un par de segundos antes de que el joven Manase retomase su caminata en búsqueda de un local de comida.
Después de dar varias vueltas, subir y bajar por diferentes niveles, terminaría llegando a un sitio que ofrecía una hermosa vista de gran parte de la ciudad, incluida la estación. El local parecía tener un ambiente bastante tradicional, almohadones en lugar de sillas y mesas bajas para colocarse de cuclillas. A pesar de no contar con mucho espacio, unos paneles corredizos y un amplio balcón que rodeaba todo el tronco ampliaban considerablemente el lugar.
Aún queda una mesa libre.
Exclamó mientras caminaba en dirección al sitio vacío.
Tane-Shigai, por fin hemos llegado...
Pensaba mientras se procuraba un camino que lo separara de la gente y que le permitiese avanzar hacía la ciudad. En el interior del Bosque de los Hongos y prácticamente al lado de lo que alguna vez fue Kusagakure se erguía aquella interesante urbe, al contrario de Amegakure que echaba mano a una serie de recursos tecnológicos de punta, parecía que en Tane-Shigai evitaban a toda costa ese tipo de materiales, en su lugar preferían aprovechar al máximo la madera de los arboles que la propia naturaleza les había regalado.
El rugido de su estomago, debido a las horas de viaje, le llamaría la atención. Para su suerte todos estarían lo suficientemente ocupados con sus propios asuntos como para preocuparse por semejante ruido.
Un lugar para comer...
Susurraba al viento mientras avanzaba cuidadosamente.
Al rededor un montón de gente se movilizaba de manera similar, lo que llamaría la atención de aquel que estuviese mirando la escena desde otro angulo sería la presencia de una persona vestida con telas finas y adornadas y un daisho, el par de espadas típico de los guerreros samurai. Esta persona avanzaba sin mucho cuidado, muchas veces empujando a quien no tuviese el cuidado de quitarse de su camino.
¡Uh...!
Exclamó el shinobi de cabello azabache al sentir como el hombro de un sujeto lo apartaba del camino, Mogura estaba pendiente de lo que tenía delante, no podía decir lo mismo de su retaguardia.
Fíjate por donde vas, shinobi.
Comentó de mala manera el samurai, quien no se giró en ningún momento. Pasarían un par de segundos antes de que el joven Manase retomase su caminata en búsqueda de un local de comida.
Después de dar varias vueltas, subir y bajar por diferentes niveles, terminaría llegando a un sitio que ofrecía una hermosa vista de gran parte de la ciudad, incluida la estación. El local parecía tener un ambiente bastante tradicional, almohadones en lugar de sillas y mesas bajas para colocarse de cuclillas. A pesar de no contar con mucho espacio, unos paneles corredizos y un amplio balcón que rodeaba todo el tronco ampliaban considerablemente el lugar.
Aún queda una mesa libre.
Exclamó mientras caminaba en dirección al sitio vacío.