2/12/2016, 00:56
Ella tenía razón. Ni los shinobi más fuertes de las tres aldeas actuales habían podido salir airosos de tan peligrosa situación, ¿qué oportunidad tendrían ellos ante un peligro tan inminente y a la vez tan incierto?...
Jin tuvo que aceptar que sintió algo de miedo en ese momento. Los Bijuu era ahora una realidad más que nunca, y quien sabe cuantos más de ellos continúen por allí, vivos, esperando el momento más oportuno para hacer de las suyas contra aquellos que por alguna razón los han mantenido al margen, encerrados y apresados como las bestias que son.
El peliverde prefirió no decir nada más. Aunque de todas formas, fue la señorita Noemi quien tomó la iniciativa e inquirió al joven sobre su interés en alguna otra cuestión. Él negó amablemente con la cabeza, entrecerró sus ojos y le sonrió con la gracia de un noble hecho y derecho. Pero entonces la mujer sugirió la posibilidad de movilizarse a un lugar más cómodo para continuar con la conversación, a lo que el Hyuga respondió con sorpresa. Su piel blanca le delató y el rubor en sus mejillas le cubrió el rostro de pronto.
Rojo, rojo como un tomate; el muchacho volteó avergonzado tratando de cubrirse. Dejó el suelo y entre rápidos movimientos aprovechó para limpiarse la ropa de la arena que probablemente se le habría quedado pegada en el pantalón.
—Eh, sí. Claro, sí... eh... yo.... —titubeó un par de veces más y continuó—. aún queda mucho para que mi padre vuelva de su reunión así que no estaría mal ir a otro lado. ¿Qué propo...
Antes de que él pudiera terminar su frase, el estruendoso retumbe de una pequeña multitud hizo eco de sus pasos. De el camino principal que llevaba de las laderas aledañas a las islas que rodeaban el monolito, un numeroso grupillo de personas se acercó con evidente ensañamiento hasta las cercanías de donde ambos shinobi se encontraban conversando. Para los ojos más detallistas era muy fácil discernir que se trataba de simples lugareños, aunque sus manos estaban repletas de todo tipo de armas. Desde katanas mal empuñadas hasta nunchakus, entre otros.
Nadie dijo nada, sólo murmuraban. Y observaban, enojados, a quienes ahora tenían en frente. Todos y cada uno de ellos contemplaba entre gimoteos a los dos ninja, otros escupían al suelo.
Estaba claro que estaban allí por ellos y nadie más.
Jin tuvo que aceptar que sintió algo de miedo en ese momento. Los Bijuu era ahora una realidad más que nunca, y quien sabe cuantos más de ellos continúen por allí, vivos, esperando el momento más oportuno para hacer de las suyas contra aquellos que por alguna razón los han mantenido al margen, encerrados y apresados como las bestias que son.
El peliverde prefirió no decir nada más. Aunque de todas formas, fue la señorita Noemi quien tomó la iniciativa e inquirió al joven sobre su interés en alguna otra cuestión. Él negó amablemente con la cabeza, entrecerró sus ojos y le sonrió con la gracia de un noble hecho y derecho. Pero entonces la mujer sugirió la posibilidad de movilizarse a un lugar más cómodo para continuar con la conversación, a lo que el Hyuga respondió con sorpresa. Su piel blanca le delató y el rubor en sus mejillas le cubrió el rostro de pronto.
Rojo, rojo como un tomate; el muchacho volteó avergonzado tratando de cubrirse. Dejó el suelo y entre rápidos movimientos aprovechó para limpiarse la ropa de la arena que probablemente se le habría quedado pegada en el pantalón.
—Eh, sí. Claro, sí... eh... yo.... —titubeó un par de veces más y continuó—. aún queda mucho para que mi padre vuelva de su reunión así que no estaría mal ir a otro lado. ¿Qué propo...
Antes de que él pudiera terminar su frase, el estruendoso retumbe de una pequeña multitud hizo eco de sus pasos. De el camino principal que llevaba de las laderas aledañas a las islas que rodeaban el monolito, un numeroso grupillo de personas se acercó con evidente ensañamiento hasta las cercanías de donde ambos shinobi se encontraban conversando. Para los ojos más detallistas era muy fácil discernir que se trataba de simples lugareños, aunque sus manos estaban repletas de todo tipo de armas. Desde katanas mal empuñadas hasta nunchakus, entre otros.
Nadie dijo nada, sólo murmuraban. Y observaban, enojados, a quienes ahora tenían en frente. Todos y cada uno de ellos contemplaba entre gimoteos a los dos ninja, otros escupían al suelo.
Estaba claro que estaban allí por ellos y nadie más.