16/12/2016, 22:19
Llevaba ya dos días fuera de casa, como estaba acostumbrado desde hacia un par de años. Cada dos meses debía acercarse a los pueblos de La Frontera con el País del Bosque. Pese a que en Takigakure existen varías clínicas y hospitales sólo había una persona que prepara la medicina que Li necesitaba: Un viejo shinobi de la aldea que hace bastante que se retiró, del cual Ryuujin conoce muy poco a parte de su fama como alquimista.
El anciano salió de un cuarto de la tienda con una bolsa en la mano. A cada paso que daba se podía notar el choque de los frascos a la par que el alquimista cojeaba. Era una tienduca pequeña donde apenas entraba la luz, repleta de estantes con frascos y diversos cachivaches. Colocó la mercancía sobre la barra y extendió la mano.
<< 700 ryos menos... >> Pensó el chico de la que correspondía el repetitivo gesto. Cierto que era cada dos meses, pero él apenas ganaba para permitírsela.
Ordenó el compendio de pócimas en su portaobjetos y salió de la tienda. Acababa de llegar y estaba cansado por el viaje, así que como de costumbre decidió pasar el día en los alrededores. Pese al frío invernal. las calles de La Frontera seguían ajetreadas con las caravanas comerciales y los ninjas de Takigakure escrutándolas. Sin darse cuenta el yuki se plantó delante de la biblioteca local, un edificio gris de unos diez metros de alto y pared rasposa. A los cinco segundos se dio cuenta de que no conocía absolutamente nada de este país pese a que llevaba ya unos cinco años en él. Toda su vida había estado incomunicado y ahora apenas tenía tiempo entre sus trabajillos y el cuidado de su madre. Nunca le había importado especialmente, pero decidió que no sería mala idea aprender algo de cultura general. Y qué mejor lugar que una biblioteca, ¿no?
Puso el primer pie en el inmueble y se adentró en él. Atravesando un pasillo dio con una especie de recepción en la que había una señora sentada escribiendo algo en un papiro. Tardo unos segundos en voltear su mirada hacia el chico, pero no le dijo nada. Era la primera vez que entraba en una biblioteca y no sabía muy bien cómo actuar, pero en vista de la falta de comunicación decidió explorar por su propia cuenta. Al principio se quedó asombrado, la cantidad de libros era exagerada, al menos para él. Contra más andaba más libros se encontraba y fue ojeando algunos de ellos. La mitad de los nombres no los entendía y algunos eran increíblemente gruesos. Al cabo de unos minutos se preguntaba si verdaderamente estaba haciendo algo útil. Suspiró y comenzó a andar arbitrariamente entre los estantes.
Poco más tarde estaba absolutamente absorto en sus pensamientos aburrido por el ambiente del lugar, hasta que un ruido llamó su atención.
-Achuss Achuss Aachuss- estornudó un joven ninja a escasos metros.
Ryuujin giró la cabeza y despertó de su ensueño. Por fin encontró a alguien en esta desolada biblioteca.
- ¡Oye! - Gritó mientras se acercaba a ritmo ligero. Al aproximarse a los dos chicos su mirada no pude evitar desviarse hacia la espada del más alto. - ¿No sabréis dónde puedo encontrar un libro sobre historia de este país, verdad? - Preguntó sonriente y sin variar apenas el tono de voz.
No se había fijado hasta en ese momento, pero ambos mostraban pupilas diferentes entre sus propios ojos. Una expresión de ligera extrañeza se le dibujó en el rostro, aunque al tiempo no podía evitar querer retar a ese desconocido.
El anciano salió de un cuarto de la tienda con una bolsa en la mano. A cada paso que daba se podía notar el choque de los frascos a la par que el alquimista cojeaba. Era una tienduca pequeña donde apenas entraba la luz, repleta de estantes con frascos y diversos cachivaches. Colocó la mercancía sobre la barra y extendió la mano.
<< 700 ryos menos... >> Pensó el chico de la que correspondía el repetitivo gesto. Cierto que era cada dos meses, pero él apenas ganaba para permitírsela.
Ordenó el compendio de pócimas en su portaobjetos y salió de la tienda. Acababa de llegar y estaba cansado por el viaje, así que como de costumbre decidió pasar el día en los alrededores. Pese al frío invernal. las calles de La Frontera seguían ajetreadas con las caravanas comerciales y los ninjas de Takigakure escrutándolas. Sin darse cuenta el yuki se plantó delante de la biblioteca local, un edificio gris de unos diez metros de alto y pared rasposa. A los cinco segundos se dio cuenta de que no conocía absolutamente nada de este país pese a que llevaba ya unos cinco años en él. Toda su vida había estado incomunicado y ahora apenas tenía tiempo entre sus trabajillos y el cuidado de su madre. Nunca le había importado especialmente, pero decidió que no sería mala idea aprender algo de cultura general. Y qué mejor lugar que una biblioteca, ¿no?
Puso el primer pie en el inmueble y se adentró en él. Atravesando un pasillo dio con una especie de recepción en la que había una señora sentada escribiendo algo en un papiro. Tardo unos segundos en voltear su mirada hacia el chico, pero no le dijo nada. Era la primera vez que entraba en una biblioteca y no sabía muy bien cómo actuar, pero en vista de la falta de comunicación decidió explorar por su propia cuenta. Al principio se quedó asombrado, la cantidad de libros era exagerada, al menos para él. Contra más andaba más libros se encontraba y fue ojeando algunos de ellos. La mitad de los nombres no los entendía y algunos eran increíblemente gruesos. Al cabo de unos minutos se preguntaba si verdaderamente estaba haciendo algo útil. Suspiró y comenzó a andar arbitrariamente entre los estantes.
Poco más tarde estaba absolutamente absorto en sus pensamientos aburrido por el ambiente del lugar, hasta que un ruido llamó su atención.
-Achuss Achuss Aachuss- estornudó un joven ninja a escasos metros.
Ryuujin giró la cabeza y despertó de su ensueño. Por fin encontró a alguien en esta desolada biblioteca.
- ¡Oye! - Gritó mientras se acercaba a ritmo ligero. Al aproximarse a los dos chicos su mirada no pude evitar desviarse hacia la espada del más alto. - ¿No sabréis dónde puedo encontrar un libro sobre historia de este país, verdad? - Preguntó sonriente y sin variar apenas el tono de voz.
No se había fijado hasta en ese momento, pero ambos mostraban pupilas diferentes entre sus propios ojos. Una expresión de ligera extrañeza se le dibujó en el rostro, aunque al tiempo no podía evitar querer retar a ese desconocido.