21/12/2016, 04:18
El Ishimura escucho toda aquella disculpa en absoluto silencio. Lo cierto es que en su rostro había una sonrisa, evidencia de lo hilarante que le parecía el comportamiento de su compañero. Lo cierto es que la situación si le había molestado bastante, e incluso ya se había guardado algunas palabras idóneas para reprenderle. Pero le era imposible el molestarse con aquel muchacho que seguía siendo tan amable y educado como el día en que le conoció.
Lo observó con sus grises ojos y le dijo, divertido:
—Ya te he dicho que no necesitas ser tan solemne conmigo, Tatsuya —dijo, recordando la ocasión en que, exageradamente, comenzó a pedir disculpas luego de que un ave gigante le tomará desprevenido.
Se tomó unos minutos más para recuperar un poco de aire. Sabía que lo peor de su cansancio ya había pasado, pero sentía que cargaría con aquel malestar por el resto del día. Un día que ha juzgar por el sol y las condiciones se iba a tornar muy largo.
—Aún no estamos a salvo —aseveró mientras se peinaba el cabello con la mano—: Aquellos bandidos ya deben de saber que estamos vivos, por lo que no tardaran en enviar a algunos matones para terminar el trabajo.
Se levanto y estiro el cuerpo, provocando que sus huesos crujieran y que de su boca se escapara un quejido que, por un instante, lo hizo parecer mucho más viejo y vulnerable.
—Tenemos que alejarnos de aquí. —Escupió al suelo, se paró al borde de la saliente y miró en dirección del sol naciente—. La verdad es que me gustaría buscarlos y darles su merecido, pero en nuestra condición actual no podríamos defendernos ni de una anciana valetudinaria.
Lo observó con sus grises ojos y le dijo, divertido:
—Ya te he dicho que no necesitas ser tan solemne conmigo, Tatsuya —dijo, recordando la ocasión en que, exageradamente, comenzó a pedir disculpas luego de que un ave gigante le tomará desprevenido.
Se tomó unos minutos más para recuperar un poco de aire. Sabía que lo peor de su cansancio ya había pasado, pero sentía que cargaría con aquel malestar por el resto del día. Un día que ha juzgar por el sol y las condiciones se iba a tornar muy largo.
—Aún no estamos a salvo —aseveró mientras se peinaba el cabello con la mano—: Aquellos bandidos ya deben de saber que estamos vivos, por lo que no tardaran en enviar a algunos matones para terminar el trabajo.
Se levanto y estiro el cuerpo, provocando que sus huesos crujieran y que de su boca se escapara un quejido que, por un instante, lo hizo parecer mucho más viejo y vulnerable.
—Tenemos que alejarnos de aquí. —Escupió al suelo, se paró al borde de la saliente y miró en dirección del sol naciente—. La verdad es que me gustaría buscarlos y darles su merecido, pero en nuestra condición actual no podríamos defendernos ni de una anciana valetudinaria.