23/12/2016, 01:45
—Un plan, ¿eh? —Lo cierto es que no tenía ninguno que pudiese resolver sus problemas—. El problema es que, debido a que nos vendaron, no tenemos ni idea de donde estamos o como llegamos a aquí. El único punto de referencia es el camino que el sol traza a través del cielo, así que si lo seguimos con precisión terminaremos encontrando algún rastro de civilización...
«Al menos, espero que lo hagamos pues el desierto podría matarnos lentamente… Aunque, si no quedamos aquí igualmente estaremos muertos»
Si bien se sentía un tanto desmoralizado, su rostro no dio muestras de ello. Se limitó a señalar la dirección en la que había salido el astro rey, para luego comenzar a caminar hacia el horizonte, y hacia las formaciones rocosas que parecían estar infinitamente lejos.
—Vamos, Tatsuya, hay mucho por recorrer —dijo, esperando que comenzara a seguirle el paso.
Al principio la marcha tenía un buen ritmo, cómoda, con los vientos frescos y la calidez del sol. Pero a medida que pasaban los minutos y las horas, el caminar se hacía cada vez más lento y cansado, el desierto comenzaba a mostrar su verdadera naturaleza, una hermosa pero inclemente: El sol ardía con fuerza abrumadora, quemando lentamente sus cuerpos. El camino era difícil, con senderos atestados de piedras afiladas o con arenas traicioneras. El cansancio y el desgaste eran cada vez mayores, cada paso era una punzada de dolor por lo poco adecuado de su calzado y el sudor, que dé a ratos les mantenía fresco, se había agotado para dejar paso a los constantes golpes de calor. Era como si no se dirigieran a ninguna parte, como si tan solo vagaran esperando que llegase el momento en que el cansancio y la sed los agotara. Cuando ya todo parecía un esfuerzo inútil, lo vieron: Era una especie de asentamiento que yacía emplazado alrededor de un afloramiento rocoso. Se veía como un pueblo grande y abandonado. Kazuma trato de verle mejor, pero las ráfagas de viento levantaban demasiado polvo como para poder ver bien… Miró a su alrededor cuando el cielo comenzó a oscurecerse, y dijo:
—¡Es una tormenta de arena! —Su voz sonaba seca, áspera y débil—. ¡Debemos refugiarnos allí!
Le hizo una seña a su compañero y comenzó a caminar contra el viento, sintiendo como si cientos de agujas se clavaran en su cuerpo, cientos de granos que volaban a gran velocidad. Ya no corrían el riesgo de morir calcinados... Ahora el peligro era el de quedar enterrado bajo un manto de arena.
«Al menos, espero que lo hagamos pues el desierto podría matarnos lentamente… Aunque, si no quedamos aquí igualmente estaremos muertos»
Si bien se sentía un tanto desmoralizado, su rostro no dio muestras de ello. Se limitó a señalar la dirección en la que había salido el astro rey, para luego comenzar a caminar hacia el horizonte, y hacia las formaciones rocosas que parecían estar infinitamente lejos.
—Vamos, Tatsuya, hay mucho por recorrer —dijo, esperando que comenzara a seguirle el paso.
Al principio la marcha tenía un buen ritmo, cómoda, con los vientos frescos y la calidez del sol. Pero a medida que pasaban los minutos y las horas, el caminar se hacía cada vez más lento y cansado, el desierto comenzaba a mostrar su verdadera naturaleza, una hermosa pero inclemente: El sol ardía con fuerza abrumadora, quemando lentamente sus cuerpos. El camino era difícil, con senderos atestados de piedras afiladas o con arenas traicioneras. El cansancio y el desgaste eran cada vez mayores, cada paso era una punzada de dolor por lo poco adecuado de su calzado y el sudor, que dé a ratos les mantenía fresco, se había agotado para dejar paso a los constantes golpes de calor. Era como si no se dirigieran a ninguna parte, como si tan solo vagaran esperando que llegase el momento en que el cansancio y la sed los agotara. Cuando ya todo parecía un esfuerzo inútil, lo vieron: Era una especie de asentamiento que yacía emplazado alrededor de un afloramiento rocoso. Se veía como un pueblo grande y abandonado. Kazuma trato de verle mejor, pero las ráfagas de viento levantaban demasiado polvo como para poder ver bien… Miró a su alrededor cuando el cielo comenzó a oscurecerse, y dijo:
—¡Es una tormenta de arena! —Su voz sonaba seca, áspera y débil—. ¡Debemos refugiarnos allí!
Le hizo una seña a su compañero y comenzó a caminar contra el viento, sintiendo como si cientos de agujas se clavaran en su cuerpo, cientos de granos que volaban a gran velocidad. Ya no corrían el riesgo de morir calcinados... Ahora el peligro era el de quedar enterrado bajo un manto de arena.