25/12/2016, 21:39
Una última pregunto llegó a sus oídos antes de lanzarse a la inmensidad del bosque.
– ¿Vas a lanzarte así, sin más? ¿Sin una sola indicación?
La preocupación de aquel chico empezaba a conmoverle, pero su voz se perdió resonando entre las rocas del Valle del Fin. Sus pies se movían raudos dejando atrás los parajes de aquellos tres grandes Kages, acercándose metro a metro a una aventura de la que ni si quiera sabía si llegaría a sobrevivir, porque, para qué engañarse, aún no podía considerarse un ninja y mucho menos un guerrero.
Por fin se dispuso a adentrarse en la flora, una densa capa de altos árboles y rutas amplias, aunque con la escasa iluminación todo parecía un camino lleno de obstáculos. Afinando el oído podía escuchar el sonido de los ríos fluyendo y el eco de la fauna.
– ¡Espera!– Pudo oír a escasos metros de distancia
Esta vez se detuvo y al girarse vio de nuevo al ninja del remolino, que respiraba a una velocidad considerable, exactamente igual a él. Tomó un segundo de relajación en lo que el otro recuperaba su aliento.
– Si vas por este camino, te acompaño. Puede que no sea mucho de ayuda en cuanto a orientación, pero es mi país después de todo, seguro que te puedo ayudar en algo. No te retrasare, lo prometo.
Las palabras resultaron, cuanto menos, chocantes y una expresión de asombro se dibujó en la cara de Ryuujin. ¿Por qué había tomado esa decisión? Un torrente de ideas le asaltaba la mente pero, cómo aprendió desde pequeño gracias a su aspiración de convertirse en samurai, a veces simplemente era mejor actuar y no dejarse engañar por la mente. Además ciertamente podría resultar una ventaja tener a alguien que conozca la zona, pese a que no sepa orientarse.
- Eh...está bien. - Respondió dejando actuar a los nervios restantes. Se giró echando una última mirada al Bosque de las Hojas antes de entrar.
La verdad es que no sabía muy bien cómo actuar. En Sanryo-rama no existían los enemigos, de hecho para él ese concepto no tenía significado. Lo que te hacía daño no era malo, ni bueno, estaba en tu mano saber qué hacer con ese dolor, si fortalecerte o rendirte ante él, al igual que ante la naturaleza puedes aprender de ella o perecer ante sus cambios. Pero este no era el caso, ahora formaba parte de una organización militar, con unos deberes y objetivos y se debía a ellos.
- Por cierto, mi nombre es Ryuujin, aunque mis amigos me llaman Ryu. - Dijo extendiéndole la mano y recuperando su habitual compostura. A fin de cuentas no tenía nada de valor, salvo el pergamino con las armas selladas de Shiro, si su intención era maligna, sólo el tiempo lo diría.
Espero a que terminaran las pertinentes presentaciones para centrar su mente de nuevo en su encargo.
- Siento meterte prisa, pero entraré en detalles según avancemos – comenzó a explicar reanudando la marcha, aunque esta vez a un ritmo sostenible. - Digamos que mi jefe no está contento con unos artículos. - Continuó una vez que le alcanzó. – El plazo de devolución termina en un día aproximadamente… y no puedo permitirme fracasar.- Susurraba para sí al final.
Pausó la charla un segundo entre lo que esquivaban las ramas y zarzas del bosque, intentando pensar cómo disimular esa metedura de pata. Al menos no distinguiría bien su expresión, dada la poca luz que entraba de la luna, o eso creía Ryuujin.
- Y básicamente es eso, debo llegar antes de que el plazo expire.
– ¿Vas a lanzarte así, sin más? ¿Sin una sola indicación?
La preocupación de aquel chico empezaba a conmoverle, pero su voz se perdió resonando entre las rocas del Valle del Fin. Sus pies se movían raudos dejando atrás los parajes de aquellos tres grandes Kages, acercándose metro a metro a una aventura de la que ni si quiera sabía si llegaría a sobrevivir, porque, para qué engañarse, aún no podía considerarse un ninja y mucho menos un guerrero.
Por fin se dispuso a adentrarse en la flora, una densa capa de altos árboles y rutas amplias, aunque con la escasa iluminación todo parecía un camino lleno de obstáculos. Afinando el oído podía escuchar el sonido de los ríos fluyendo y el eco de la fauna.
– ¡Espera!– Pudo oír a escasos metros de distancia
Esta vez se detuvo y al girarse vio de nuevo al ninja del remolino, que respiraba a una velocidad considerable, exactamente igual a él. Tomó un segundo de relajación en lo que el otro recuperaba su aliento.
– Si vas por este camino, te acompaño. Puede que no sea mucho de ayuda en cuanto a orientación, pero es mi país después de todo, seguro que te puedo ayudar en algo. No te retrasare, lo prometo.
Las palabras resultaron, cuanto menos, chocantes y una expresión de asombro se dibujó en la cara de Ryuujin. ¿Por qué había tomado esa decisión? Un torrente de ideas le asaltaba la mente pero, cómo aprendió desde pequeño gracias a su aspiración de convertirse en samurai, a veces simplemente era mejor actuar y no dejarse engañar por la mente. Además ciertamente podría resultar una ventaja tener a alguien que conozca la zona, pese a que no sepa orientarse.
- Eh...está bien. - Respondió dejando actuar a los nervios restantes. Se giró echando una última mirada al Bosque de las Hojas antes de entrar.
La verdad es que no sabía muy bien cómo actuar. En Sanryo-rama no existían los enemigos, de hecho para él ese concepto no tenía significado. Lo que te hacía daño no era malo, ni bueno, estaba en tu mano saber qué hacer con ese dolor, si fortalecerte o rendirte ante él, al igual que ante la naturaleza puedes aprender de ella o perecer ante sus cambios. Pero este no era el caso, ahora formaba parte de una organización militar, con unos deberes y objetivos y se debía a ellos.
- Por cierto, mi nombre es Ryuujin, aunque mis amigos me llaman Ryu. - Dijo extendiéndole la mano y recuperando su habitual compostura. A fin de cuentas no tenía nada de valor, salvo el pergamino con las armas selladas de Shiro, si su intención era maligna, sólo el tiempo lo diría.
Espero a que terminaran las pertinentes presentaciones para centrar su mente de nuevo en su encargo.
- Siento meterte prisa, pero entraré en detalles según avancemos – comenzó a explicar reanudando la marcha, aunque esta vez a un ritmo sostenible. - Digamos que mi jefe no está contento con unos artículos. - Continuó una vez que le alcanzó. – El plazo de devolución termina en un día aproximadamente… y no puedo permitirme fracasar.- Susurraba para sí al final.
Pausó la charla un segundo entre lo que esquivaban las ramas y zarzas del bosque, intentando pensar cómo disimular esa metedura de pata. Al menos no distinguiría bien su expresión, dada la poca luz que entraba de la luna, o eso creía Ryuujin.
- Y básicamente es eso, debo llegar antes de que el plazo expire.