28/12/2016, 01:26
La oscuridad era cada vez mayor en aquella parte del desierto, haciendo que el ardiente sol pareciese un recuerdo lejano. La polvareda era cada vez más fuerte, y soplaba desde la dirección del poblado, como si tratase de alejarlos del mismo. Aquella villa ya de por sí transmitía una sensación inquietante, como todo pueblo fantasma, pero representaba la única esperanza para ambos.
Kazuma se mantuvo caminando en línea recta, luchando contra el clima inclemente. Apenas si podía ver a unos metros por delante de él cuando llegaron a la entrada del poblado. Ansioso por el creciente rugir del viento, se arrojó contra la primera puerta que encontró. Esta cedió y cayó con ella en una especie de sala donde las ventanas estaban rústicamente bloqueadas por tablas de madera. El joven se levantó y esperó a que su compañero le acompañase en el interior. Acto seguido, levantó la pesada plancha y la colocó de nuevo en su sitio, en la entrada.
«Espero que aquí estemos a salvo», deseo, mientras apoyaba su espalda en la madera, de manera que esta se mantuviera en su sitio.
La estructura se encontraba bastante descuidada: había grietas y huecos por los que se colaba un poco de luz y de arena. Además, el techo y las paredes crujían como si se fueran a desmoronar en cualquier momento. Pese a aquello, el sitio representaba un refugio aceptable para la condición en la que estaban, pues salir y buscar otro mejor significaría una sentencia de muerte casi segura.
—Ahora solo nos queda esperar a que pase.
Se sentó, aun con la espalda apoyada, y cerró los ojos mientras la oscuridad y el rugir del viento se intensificaban de manera ominosa. El peliblanco se mantenía sereno, seguro de que su hora estaba lejos de llagar, pero también tenía la certeza de que aquella tormenta de polvo les mantendría allí por unas cuantas horas.
Kazuma se mantuvo caminando en línea recta, luchando contra el clima inclemente. Apenas si podía ver a unos metros por delante de él cuando llegaron a la entrada del poblado. Ansioso por el creciente rugir del viento, se arrojó contra la primera puerta que encontró. Esta cedió y cayó con ella en una especie de sala donde las ventanas estaban rústicamente bloqueadas por tablas de madera. El joven se levantó y esperó a que su compañero le acompañase en el interior. Acto seguido, levantó la pesada plancha y la colocó de nuevo en su sitio, en la entrada.
«Espero que aquí estemos a salvo», deseo, mientras apoyaba su espalda en la madera, de manera que esta se mantuviera en su sitio.
La estructura se encontraba bastante descuidada: había grietas y huecos por los que se colaba un poco de luz y de arena. Además, el techo y las paredes crujían como si se fueran a desmoronar en cualquier momento. Pese a aquello, el sitio representaba un refugio aceptable para la condición en la que estaban, pues salir y buscar otro mejor significaría una sentencia de muerte casi segura.
—Ahora solo nos queda esperar a que pase.
Se sentó, aun con la espalda apoyada, y cerró los ojos mientras la oscuridad y el rugir del viento se intensificaban de manera ominosa. El peliblanco se mantenía sereno, seguro de que su hora estaba lejos de llagar, pero también tenía la certeza de que aquella tormenta de polvo les mantendría allí por unas cuantas horas.