30/12/2016, 16:28
La conversación no estaba fluyendo, ni muchísimo menos, por los derroteros que deseaba Datsue. Se suponía que tenían que hablar de él, de lo muy atractivo e interesante que les resultaba, y la vergüenza e impresión que les daba acercarse a él para iniciar cualquier tipo de conversación de cortejo. En su lugar, las chicas estaban hablando de… sus cosas.
Era algo inadmisible. Algo que, mucho se temía, tendría que remediar él mismo. Regresó sobre sus pasos, de nuevo a la calle secundaria, vacía como un pueblo fantasma a aquellas horas de la mañana. Revertió el Henge no Jutsu, retomando su apariencia normal, se tomó unos segundos para pensar su estrategia y, entonces, realizó de nuevo el Jutsu de Transformación para transformarse, esta vez, en algo muy distinto…
Cuando volvió a aparecer frente a la casa de Ritsuko, ambas kunoichis verían a un hombre alto, delgado, con una nariz gruesa y una mandíbula bastante marcada. De cabellos azules, largo por el lado derecho y corto por el izquierdo, con el flequillo pintado con tintes dorados, del mismo color que sus ojos, cuyo iris tenía forma de anillo sin aparente pupila. Pero, lo que más resaltaba de él, aparte del tatuaje extravagante de dos anillos en la frente, eran, sin duda, sus cejas. Enormes, grandiosas, salvajes…
Era, pues, sin el menor atisbo de duda, la viva imagen de Yubiwa-sama, Kawakage de Takigakure no Sato.
—¡Ristuko! —exclamó, parándose de pronto—. ¡Noemi! —añadió, al enfocar sus ojos en ella—. Cuanto tiempo sin veros —Nada más decirlo, Datsue se arrepintió de haberlo hecho. ¿Qué sabía él si no lo habían visto hacía poco? ¡Puede que incluso lo hubiesen visto ayer, tras solicitar o reportar alguna misión! Recordando el lado bromista del Kage, sonrió. Una sonrisa que tanto podía indicar su alegría por volver a verlas, como la gracia que le resultaba la broma que acababa de soltar en caso de que hubiese metido la pata hasta el fondo—. Aprovechando el día, ¿eh? ¡Así me gusta de mis kunoichis! Por cierto —continuó, y se inclinó hacia ellas mientras su rostro se ensombrecía—, ¿habéis visto últimamente a Uchiha Datsue?
Era algo inadmisible. Algo que, mucho se temía, tendría que remediar él mismo. Regresó sobre sus pasos, de nuevo a la calle secundaria, vacía como un pueblo fantasma a aquellas horas de la mañana. Revertió el Henge no Jutsu, retomando su apariencia normal, se tomó unos segundos para pensar su estrategia y, entonces, realizó de nuevo el Jutsu de Transformación para transformarse, esta vez, en algo muy distinto…
Cuando volvió a aparecer frente a la casa de Ritsuko, ambas kunoichis verían a un hombre alto, delgado, con una nariz gruesa y una mandíbula bastante marcada. De cabellos azules, largo por el lado derecho y corto por el izquierdo, con el flequillo pintado con tintes dorados, del mismo color que sus ojos, cuyo iris tenía forma de anillo sin aparente pupila. Pero, lo que más resaltaba de él, aparte del tatuaje extravagante de dos anillos en la frente, eran, sin duda, sus cejas. Enormes, grandiosas, salvajes…
Era, pues, sin el menor atisbo de duda, la viva imagen de Yubiwa-sama, Kawakage de Takigakure no Sato.
—¡Ristuko! —exclamó, parándose de pronto—. ¡Noemi! —añadió, al enfocar sus ojos en ella—. Cuanto tiempo sin veros —Nada más decirlo, Datsue se arrepintió de haberlo hecho. ¿Qué sabía él si no lo habían visto hacía poco? ¡Puede que incluso lo hubiesen visto ayer, tras solicitar o reportar alguna misión! Recordando el lado bromista del Kage, sonrió. Una sonrisa que tanto podía indicar su alegría por volver a verlas, como la gracia que le resultaba la broma que acababa de soltar en caso de que hubiese metido la pata hasta el fondo—. Aprovechando el día, ¿eh? ¡Así me gusta de mis kunoichis! Por cierto —continuó, y se inclinó hacia ellas mientras su rostro se ensombrecía—, ¿habéis visto últimamente a Uchiha Datsue?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado