31/01/2017, 00:47
(Última modificación: 31/01/2017, 00:48 por Aotsuki Ayame.)
Tsuchiyōbi, 30 de Bienvenida del año 217
Se le había hecho tarde. Realmente tarde. Y ella misma era consciente de las intempestivas horas que eran. Pero no podía parar hasta que lograra alcanzar, por lo menos, la altura de la farola.
Ayame volvió a reincorporarse, con la respiración agitada y kunai en mano. Se había asegurado de realizar sus entrenamientos en una calle lo suficientemente aislada para evitar miradas curiosas y posibles regañinas: Un callejón lo suficientemente amplio para dejarle tomar carrerilla, iluminado por la suave luz de unas antorchas, y bordeado por las paredes de dos edificios contiguos y rematado en su extremo final por unas vallas de madera.
—A este paso no lo conseguiré nunca... —maldijo para sí, mientras sus ojos recorrían con desesperación las marcas en la pared. Las señales que ella misma había hecho con su kunai para marcar la altura máxima a la que había conseguido llegar antes de precipitarse contra el suelo.
Afortunadamente, si algo sí sabía hacer era evitar los golpes. Y gracias a su habilidad su cuerpo no mostraba ni un solo arañazo o contusión.
—Vale, vamos allá de nuevo —se dijo, y flexionó ligeramente las rodillas.
Sin embargo, justo en el momento en el que se preparaba para echar a correr, unos sonidos captaron su atención. Al principio eran tenues, y por encima del rumor de la lluvia se apreciaba que eran constantes y cortos. Sin embargo, conforme pasaban los segundos, se iban haciendo más y más audibles...
¿Eran pasos?
Ayame se quedó muy quieta, con el corazón encogido y el kunai firmemente agarrado. Sus ojos estaban clavados en aquella dirección...