8/06/2015, 22:54
El movimiento vespertino, como en cada otoño, resultaba basto y hasta asfixiante. Kyoku no podía codearse con la gente en la calle principal, todos intentando vender o comprar lo que tuviera forma y precio. En cambio, el Aburame prefería mirar desde la distancia, sentado en una colina, mientras pululaban algunos bichos en la colmena donde residían, conformada por su propio cuerpo.
Desde temprano, antes de que la tierra fuera iluminada, el flaco insectólogo se la pasó recorriendo el bosque de hongos de su querido país, a la caza de hembras de una especie que intentaba cruzar con sus alados amigos de varios ojos. Llevaba consigo el húmedo rocío nocturno y unas cuantas abejas en un frasco, habiendo fracasado en aquella búsqueda pero aún confiado de que tarde o temprano iba a llegar a buen puerto.
Comenzó y culminó sus preparativos para emprender marcha nuevamente hacia Kusagakure no Sato.
Más que la voluntad, era la inercia lo que impulsaba sus pies. Había hecho una costumbre de mantenerse ocupado, acudiendo a distintos puntos de la aldea para simplemente conocer cada detalle de esta.
Necesitaba comenzar con las misiones impuestas por sus superiores antes de volverse loco o explotar en un mar de ira contenida a lo largo de los años, por todos aquellos que se burlaban de su condición insípida, el fanatismo con los insectos, o cualquier cosa que pudiera afectar ligeramente el poco autoestima que lo caracterizaba.
Empezó a silbar en cuando la caminata se volvió continua, dando melodía a su partida mientras iba alzando las rodillas un tanto más de lo normal para saltear las grandes raíces de aquellos árboles que se encontraban cercanos a los enormes hongos del presente ecosistema.
Pocas veces se hacía notar, y aunque el silbido no era muy potente, en el silencio del bosque de hongos podía sentirse un suave eco desde lejos producido por sus labios delgados e incoloros.
Desde temprano, antes de que la tierra fuera iluminada, el flaco insectólogo se la pasó recorriendo el bosque de hongos de su querido país, a la caza de hembras de una especie que intentaba cruzar con sus alados amigos de varios ojos. Llevaba consigo el húmedo rocío nocturno y unas cuantas abejas en un frasco, habiendo fracasado en aquella búsqueda pero aún confiado de que tarde o temprano iba a llegar a buen puerto.
Comenzó y culminó sus preparativos para emprender marcha nuevamente hacia Kusagakure no Sato.
Más que la voluntad, era la inercia lo que impulsaba sus pies. Había hecho una costumbre de mantenerse ocupado, acudiendo a distintos puntos de la aldea para simplemente conocer cada detalle de esta.
Necesitaba comenzar con las misiones impuestas por sus superiores antes de volverse loco o explotar en un mar de ira contenida a lo largo de los años, por todos aquellos que se burlaban de su condición insípida, el fanatismo con los insectos, o cualquier cosa que pudiera afectar ligeramente el poco autoestima que lo caracterizaba.
Empezó a silbar en cuando la caminata se volvió continua, dando melodía a su partida mientras iba alzando las rodillas un tanto más de lo normal para saltear las grandes raíces de aquellos árboles que se encontraban cercanos a los enormes hongos del presente ecosistema.
Pocas veces se hacía notar, y aunque el silbido no era muy potente, en el silencio del bosque de hongos podía sentirse un suave eco desde lejos producido por sus labios delgados e incoloros.