7/02/2017, 03:48
El tiburón se esforzaba por dar paso firme a través de la delicada arena blanquecina que cubría el vasto territorio de las costas del oeste. Tras caminar por no más de treinta minutos, dio finalmente con lo que el gentilicio de la zona conocía como la famosa Playa de Amenokami; en la que como en todos lados, llovía a diario, pero la marea y los temporales, no obstante, eran mucho más fuertes que en otras zonas aledañas.
Alguien le había dicho alguna vez que, no se era un verdadero lugareño del país de la Tormenta hasta que uno no se diera un chapuzón en las aguas de esa playa. El problema estaba en que eran pocos los que se atrevían a desafiar oleajes tan fuertes. Pero para él, el gran tiburón de Amegakure, eso no suponía ningún reto. Así que esa tarde lograría sin retraso nadar en el fuerte oleaje de la Playa de un Dios.
Cuando alcanzó un pedrusco alto y uniforme en el cual pudiera observar gran parte de la playa, se puso las manos en la cintura y alzó un brazo como cual caballero medieval. Y abrió la boca para decir una de sus típicas estupideces, así nadie le estuviese escuchando.
—Te domaré, hija de perra. Te domaré y me proclamaré rey de esta jodida play...
Pero antes de que pudiera terminar, sus ojos se desviaron hacia un costado derecho. Más abajo de su posición, parada y observando al más ínfimo vacío, perdida y atolondrada, se dejaba ver una aparente mujer. A lo lejos no podía percibir sino su extraña inamovilidad y el resonante campaneo de un frágil cascabel.
«¿Y ésta qué hace aquí?»
Afligido, el escualo decidió bajar de su pedrusco y acercarse para perturbar como el bodrio que era su supuesta ansiada soledad. Anunció su llegada con un par de pisadas fuertes a la arena, y silvó, aunque la melodía se perdería rápido y fugaz con las fuertes ventiscas que azotaban la playa.
—Buen día para hacer un picnic, ¿no crees? —haber dicho "hola" como alguien normal no resultaba tan divertido, desde luego—. lamentablemente me he dejado las manzanas en casa. ¿Me das de la tuya?
Alguien le había dicho alguna vez que, no se era un verdadero lugareño del país de la Tormenta hasta que uno no se diera un chapuzón en las aguas de esa playa. El problema estaba en que eran pocos los que se atrevían a desafiar oleajes tan fuertes. Pero para él, el gran tiburón de Amegakure, eso no suponía ningún reto. Así que esa tarde lograría sin retraso nadar en el fuerte oleaje de la Playa de un Dios.
Cuando alcanzó un pedrusco alto y uniforme en el cual pudiera observar gran parte de la playa, se puso las manos en la cintura y alzó un brazo como cual caballero medieval. Y abrió la boca para decir una de sus típicas estupideces, así nadie le estuviese escuchando.
—Te domaré, hija de perra. Te domaré y me proclamaré rey de esta jodida play...
Pero antes de que pudiera terminar, sus ojos se desviaron hacia un costado derecho. Más abajo de su posición, parada y observando al más ínfimo vacío, perdida y atolondrada, se dejaba ver una aparente mujer. A lo lejos no podía percibir sino su extraña inamovilidad y el resonante campaneo de un frágil cascabel.
«¿Y ésta qué hace aquí?»
Afligido, el escualo decidió bajar de su pedrusco y acercarse para perturbar como el bodrio que era su supuesta ansiada soledad. Anunció su llegada con un par de pisadas fuertes a la arena, y silvó, aunque la melodía se perdería rápido y fugaz con las fuertes ventiscas que azotaban la playa.
—Buen día para hacer un picnic, ¿no crees? —haber dicho "hola" como alguien normal no resultaba tan divertido, desde luego—. lamentablemente me he dejado las manzanas en casa. ¿Me das de la tuya?