9/02/2017, 03:05
(Última modificación: 9/02/2017, 03:16 por Uchiha Datsue.)
Al principio todo estaba oscuro, como si de pronto toda la luz y esperanza de Onindo se hubiese extinguido por completo. Sentía un extraño pitido en la oreja izquierda, como si alguien acabase de estallar una bomba sonora en su tímpano, pero por el resto estaba sumido en el más profundo de los silencios. Un silencio hueco y vacío, que le hacía preguntarse dónde estaba.
Poco a poco, fue tomando conciencia de su cuerpo. Sabía que estaba ahí porque tenía los músculos agarrotados, como si llevasen mucho tiempo en una posición incómoda. Notaba que algo le aprisionaba las muñecas, y aunque trató de moverlas, por alguna extraña razón le costó. No era que la cuerda le mantuviese inmóvil las manos de tal modo que le resultase imposible. No, era… otra cosa. Algo que no supo identificar, pero que le dejó con muy mala sensación en el cuerpo. Como si se debiese a algo terrible.
Trató de no darle importancia y tragó saliva, notando la garganta seca. Áspera. Entonces quiso ver qué había a su alrededor, abriendo los ojos…
Una celda diminuta, por donde se filtraba la luz por algún punto a sus espaldas. Unos barrotes, de acero, probablemente. Y... dejó de mirar. Algo fallaba. Algo muy gordo estaba fallando.
—Que cojones… —su voz sonó rota, y notaba la lengua torpe, como dormida.
Pero la lengua era lo de menos. Un detalle insignificante. Lo verdaderamente preocupante era su visión. Su falta de ella, más bien. Era algo tan exagerado que creyó que se le habían quedado los párpados del ojo izquierdo pegados. Trató de abrirlos... pero los músculos no reaccionaban. Era como si no... Como si no...
… La celda empezó a dar vueltas a su alrededor y de pronto se encontró vomitando. Un vómito espeso y caliente que cayó por el suelo y manchó su cuerpo, desnudo salvo por un calzón blanco que no reconoció como suyo. Estaba temblando, y un sudor frío había invadido su cuerpo. No, no puede ser... No, no podía ser, y sin embargo…
Clac. El crujido de una puerta al abrirse. Luego, pasos. Probablemente acercándose.
Se obligó a dejar en un segundo plano el tema del ojo —casi agradecido de no tener que pensar más en ello por el momento—, y forzó a su mente a explicarle cómo demonios había acabado allí. Las respuestas fueron… escuetas, por decirlo de modo suave. Recordaba su batalla contra Akame. Como había quedado herido en orgullo y buscado una solución para su lamentable forma física. El Valle de los Dojos había sido su respuesta. Un lugar donde el entrenamiento era sagrado. Un lugar donde raro era el día en que no se producían al menos media docena de duelos… Había decidido viajar hasta allí. Sí, lo recordaba. Recordaba el valle entre las montañas, los innumerables dojos de acabado tradicional dibujándose en la distancia… Y luego…
Luego…
—Joder… ¡PUTA MIERDA! —rugió, mitad desesperado, mitad entrado en pánico absoluto.
Nada. No recordaba absolutamente nada más.
Poco a poco, fue tomando conciencia de su cuerpo. Sabía que estaba ahí porque tenía los músculos agarrotados, como si llevasen mucho tiempo en una posición incómoda. Notaba que algo le aprisionaba las muñecas, y aunque trató de moverlas, por alguna extraña razón le costó. No era que la cuerda le mantuviese inmóvil las manos de tal modo que le resultase imposible. No, era… otra cosa. Algo que no supo identificar, pero que le dejó con muy mala sensación en el cuerpo. Como si se debiese a algo terrible.
Trató de no darle importancia y tragó saliva, notando la garganta seca. Áspera. Entonces quiso ver qué había a su alrededor, abriendo los ojos…
Una celda diminuta, por donde se filtraba la luz por algún punto a sus espaldas. Unos barrotes, de acero, probablemente. Y... dejó de mirar. Algo fallaba. Algo muy gordo estaba fallando.
—Que cojones… —su voz sonó rota, y notaba la lengua torpe, como dormida.
Pero la lengua era lo de menos. Un detalle insignificante. Lo verdaderamente preocupante era su visión. Su falta de ella, más bien. Era algo tan exagerado que creyó que se le habían quedado los párpados del ojo izquierdo pegados. Trató de abrirlos... pero los músculos no reaccionaban. Era como si no... Como si no...
… La celda empezó a dar vueltas a su alrededor y de pronto se encontró vomitando. Un vómito espeso y caliente que cayó por el suelo y manchó su cuerpo, desnudo salvo por un calzón blanco que no reconoció como suyo. Estaba temblando, y un sudor frío había invadido su cuerpo. No, no puede ser... No, no podía ser, y sin embargo…
Clac. El crujido de una puerta al abrirse. Luego, pasos. Probablemente acercándose.
Se obligó a dejar en un segundo plano el tema del ojo —casi agradecido de no tener que pensar más en ello por el momento—, y forzó a su mente a explicarle cómo demonios había acabado allí. Las respuestas fueron… escuetas, por decirlo de modo suave. Recordaba su batalla contra Akame. Como había quedado herido en orgullo y buscado una solución para su lamentable forma física. El Valle de los Dojos había sido su respuesta. Un lugar donde el entrenamiento era sagrado. Un lugar donde raro era el día en que no se producían al menos media docena de duelos… Había decidido viajar hasta allí. Sí, lo recordaba. Recordaba el valle entre las montañas, los innumerables dojos de acabado tradicional dibujándose en la distancia… Y luego…
Luego…
—Joder… ¡PUTA MIERDA! —rugió, mitad desesperado, mitad entrado en pánico absoluto.
Nada. No recordaba absolutamente nada más.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado