11/02/2017, 00:41
El recién llegado no contestó enseguida. Más bien se tomó su tiempo mientras recortaba con lentitud la distancia que los separaba, con las manos siempre escondidas en sus bolsillos. Fue entonces cuando se fijó en que el parche que llevaba no parecía ser un parche normal, de tela. Más bien se asemejaba... ¿al guarda de una espada? Sin embargo, había algo aún más inquietante en aquel chico. La estaba estudiando con su único ojo visible, como si estuviera meditando qué debía hacer con ella, después ladeó la cabeza para estudiar el terreno y, finalmente, volvió a mirarla con fijeza.
«¿Qué le pasa?» Se preguntaba Ayame, incómoda, mientras cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra repetidas veces y se ponía a juguetear con sus manos.
—Pues aparte de dañar propiedad privada no, no has hecho nada malo —respondió, al fin. Ayame gimió para sus adentros. ¿Cómo no había caído en que dañar la fachada de un edificio no estaba bien?—. ¿Pero que más da? Los vándalos siempre hacen graffitis y demás desgracias en lugares como estos, de seguro al dueño del edificio no le importará encontrar tres docenas de marcas más. ¿Verdad? —añadió, y entonces acercó su rostro al de ella.
—N... ¡Yo no soy una vándala! —replicó, retrocediendo un par de pasos para recuperar su espacio personal. Pero él no parecía estar escuchándola. Se había fijado en el kunai que sostenía, después había dirigido su único ojo hacia la pared, hacia las marcas que recorrían los ladrillos como finas cicatrices; y después de vuelta al kunai.
—¿Estás entrenando o algo? —preguntó, y aquella vez su tono de voz sonó algo menos agresivo.
—Bueno, más bien estaba —afirmó ella, al tiempo que volvía a esconder el kunai en algún lugar bajo su manga derecha—. Pero me temo que ya se ha hecho demasiado tarde...
Comenzó a caminar con pasos lentos, rodeando a su interlocutor y con claras intenciones de alcanzar la entrada del callejón. Lo que menos deseaba en aquellos momentos era, precisamente, meterse en líos...
«¿Qué le pasa?» Se preguntaba Ayame, incómoda, mientras cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra repetidas veces y se ponía a juguetear con sus manos.
—Pues aparte de dañar propiedad privada no, no has hecho nada malo —respondió, al fin. Ayame gimió para sus adentros. ¿Cómo no había caído en que dañar la fachada de un edificio no estaba bien?—. ¿Pero que más da? Los vándalos siempre hacen graffitis y demás desgracias en lugares como estos, de seguro al dueño del edificio no le importará encontrar tres docenas de marcas más. ¿Verdad? —añadió, y entonces acercó su rostro al de ella.
—N... ¡Yo no soy una vándala! —replicó, retrocediendo un par de pasos para recuperar su espacio personal. Pero él no parecía estar escuchándola. Se había fijado en el kunai que sostenía, después había dirigido su único ojo hacia la pared, hacia las marcas que recorrían los ladrillos como finas cicatrices; y después de vuelta al kunai.
—¿Estás entrenando o algo? —preguntó, y aquella vez su tono de voz sonó algo menos agresivo.
—Bueno, más bien estaba —afirmó ella, al tiempo que volvía a esconder el kunai en algún lugar bajo su manga derecha—. Pero me temo que ya se ha hecho demasiado tarde...
Comenzó a caminar con pasos lentos, rodeando a su interlocutor y con claras intenciones de alcanzar la entrada del callejón. Lo que menos deseaba en aquellos momentos era, precisamente, meterse en líos...