12/02/2017, 22:44
(Última modificación: 12/02/2017, 22:45 por Aotsuki Ayame.)
Pero estaba equivocada si se pensaba que el recién llegado iba a dejar que se escurriera del lugar del crimen así como así. Y justo cuando comenzaba a darse la vuelta para salir por patas...
—Eh, eh eh —la llamó, y Ayame se detuvo en seco, rígida como una tabla—. Te acompaño, alguien tiene que informarle a tus padres, a tu tutor, o a quién quiera que sea tu encargado.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría sobre sus hombros. Ayame prácticamente se arrojó al suelo de rodillas frente al shinobi. Ni siquiera le importó la salpicadura que provocó al caer sobre uno de los permanentes charcos que cubrían los suelos de Amegakure.
—¡No, por favor! ¡No se lo digas a mi padre! ¡Me mataría! —le imploró, con las manos entrelazadas—. Bueno... tanto como eso no... ¡Pero ya me entiendes! Yo no quería causar ningún problema, ¡te lo prometo! De ahora en adelante sólo entrenaré con árboles, nada de propiedades privadas...
—¿Estudias en la academia? —preguntó, y Ayame asintió vehemente—. En el torreón hay miles de salas donde puedes practicar, ¿por qué has venido entonces a un sitio como este?
Aún en el suelo, Ayame torció ligeramente el gesto.
—Sí, pero esas salas cierran al caer la tarde... y yo necesitaba seguir practicando. Tengo que graduarme en el siguiente intento, es mi máxima prioridad ahora mismo... Por eso busqué un lugar lo suficientemente apartado y llegué hasta aquí. ¡Pero no quería causar ningún problema! —repitió, lastimera—. No se lo dirás a mi padre... ¿verdad...?
—Eh, eh eh —la llamó, y Ayame se detuvo en seco, rígida como una tabla—. Te acompaño, alguien tiene que informarle a tus padres, a tu tutor, o a quién quiera que sea tu encargado.
Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría sobre sus hombros. Ayame prácticamente se arrojó al suelo de rodillas frente al shinobi. Ni siquiera le importó la salpicadura que provocó al caer sobre uno de los permanentes charcos que cubrían los suelos de Amegakure.
—¡No, por favor! ¡No se lo digas a mi padre! ¡Me mataría! —le imploró, con las manos entrelazadas—. Bueno... tanto como eso no... ¡Pero ya me entiendes! Yo no quería causar ningún problema, ¡te lo prometo! De ahora en adelante sólo entrenaré con árboles, nada de propiedades privadas...
—¿Estudias en la academia? —preguntó, y Ayame asintió vehemente—. En el torreón hay miles de salas donde puedes practicar, ¿por qué has venido entonces a un sitio como este?
Aún en el suelo, Ayame torció ligeramente el gesto.
—Sí, pero esas salas cierran al caer la tarde... y yo necesitaba seguir practicando. Tengo que graduarme en el siguiente intento, es mi máxima prioridad ahora mismo... Por eso busqué un lugar lo suficientemente apartado y llegué hasta aquí. ¡Pero no quería causar ningún problema! —repitió, lastimera—. No se lo dirás a mi padre... ¿verdad...?