21/02/2017, 01:03
Su captor suspiró con cierta pesadez ante sus desesperados ruegos. Sin embargo, Ayame no cejó en su empeño. Incluso le aguantó la mirada hasta que se agachó hasta quedar a su misma altura.
—No tienes que ser tan melodramática, te estas ahogando en un vaso con agua —dijo él, negando con la cabeza en rotundo.
Ayame no respondió, de hecho reafirmó la fuerza de sus ruegos apretando sus dedos entrelazados. No, él no podía entender la gravedad del asunto de ir a su padre y contarle su accidental fechoría. Él no podía ser consciente del terror que podía irradiar su padre cuando se enfadaba como sólo él sabía hacerlo...
—Va, no le diré —accedió él, con un último suspiro antes de ponerse en pie y tenderle una mano.
Ayame sintió unas irrefrenables ganas de saltar sobre él para abrazarle, pero por fortuna consiguió reprimirse a tiempo.
—¡Menos mal! ¡Mil gracias! —exclamó, aún así, y aceptó su mano para reincorporarse de nuevo.
—Pero insisto en que te voy a acompañar, para asegurarme de que en verdad te vas a ir a casa y no vas a seguir haciendo rayones —insistió, con semblante serio, y Ayame asintió con energía.
—Está bien, está bien. De todas maneras iba a dejar el entrenamiento por hoy, se me ha hecho demasiado tarde —replicó, conforme. Si era requisito fundamental que la acompañara a casa con tal de no irse de la lengua delante de su padre, que así fuera. En aquellos momentos habría hecho cualquier cosa, incluso bajarle la luna si se lo pedía—. Es por allí —añadió, señalando la calle que giraba a la derecha después de la entrada del callejón antes de echar a caminar.
—¿Cuanto tiempo llevas en la academia? —le preguntó de repente, y Ayame se quedó rígida como una tabla.
—Pues... desde los seis años... —respondió, tras un breve periodo de reflexión mientras trataba de hacer memoria. Se obligó a sí misma a esbozar una sonrisa, pero sus labios se estiraron en una mueca frágil y temblorosa que distaba mucho de ser un gesto feliz u orgulloso—. ¿Por qué lo preguntas?
—No tienes que ser tan melodramática, te estas ahogando en un vaso con agua —dijo él, negando con la cabeza en rotundo.
Ayame no respondió, de hecho reafirmó la fuerza de sus ruegos apretando sus dedos entrelazados. No, él no podía entender la gravedad del asunto de ir a su padre y contarle su accidental fechoría. Él no podía ser consciente del terror que podía irradiar su padre cuando se enfadaba como sólo él sabía hacerlo...
—Va, no le diré —accedió él, con un último suspiro antes de ponerse en pie y tenderle una mano.
Ayame sintió unas irrefrenables ganas de saltar sobre él para abrazarle, pero por fortuna consiguió reprimirse a tiempo.
—¡Menos mal! ¡Mil gracias! —exclamó, aún así, y aceptó su mano para reincorporarse de nuevo.
—Pero insisto en que te voy a acompañar, para asegurarme de que en verdad te vas a ir a casa y no vas a seguir haciendo rayones —insistió, con semblante serio, y Ayame asintió con energía.
—Está bien, está bien. De todas maneras iba a dejar el entrenamiento por hoy, se me ha hecho demasiado tarde —replicó, conforme. Si era requisito fundamental que la acompañara a casa con tal de no irse de la lengua delante de su padre, que así fuera. En aquellos momentos habría hecho cualquier cosa, incluso bajarle la luna si se lo pedía—. Es por allí —añadió, señalando la calle que giraba a la derecha después de la entrada del callejón antes de echar a caminar.
—¿Cuanto tiempo llevas en la academia? —le preguntó de repente, y Ayame se quedó rígida como una tabla.
—Pues... desde los seis años... —respondió, tras un breve periodo de reflexión mientras trataba de hacer memoria. Se obligó a sí misma a esbozar una sonrisa, pero sus labios se estiraron en una mueca frágil y temblorosa que distaba mucho de ser un gesto feliz u orgulloso—. ¿Por qué lo preguntas?