28/02/2017, 00:58
Mientras la pequeña esperaba cerca del mostrador, la mujer prosiguió con sus quehaceres por un buen rato mas. Tanto era así, que si bien le parecieron horas a la chica el camino desde la puerta hasta el mismo mostrador, en ésta ocasión podría haber tenido tiempo de llegar a sus últimos años de vida, retóricamente hablando. Al cabo de un buen rato, la puerta que había tras el mostrador se abrió, saliendo de su umbral un hombre no mucho mayor a la mujer ya allí presente. El hombre vestía un camisón holgado de color beige, tenía un rostro como de recién despertar, y portaba en su diestra un tazón enorme en el cuál estaba tipificado "Odio los lunes". La mujer detuvo por un instante su trabajo, y se giró en pos de recibir al hombre.
—Aquí tienes, cariño. —Dijo el hombre mientras le entregaba el tazón a la mujer.
—Muchas gracias, cielo.
El hombre estiró los brazos, como si la vida le pendiese en ello, y no pudo evitar un claro y estruendoso bostezo. —¡Uuaaaaaahh! —Tras ello, se frotó los ojos, y se dio media vuelta, dirigiéndose de nuevo a la otra estancia. Al tomar el pomo de la puerta, giró el rostro hacia la mujer. —Por cierto, mi sobrino no va a venir hoy al final, al parecer ha pilado un buen catarro. Descanso un par de horitas mas y te relevo, ¿vale?
—Está bien, descansa cariño.
La mujer se dio la vuelta, y observó por un instante los papeles. Le propinó un buen buche al café, a la taza que recién le habían dado, y tomó el bolígrafo con su otra mano. Dejó caer un pequeño suspiro, y casi comienza a escribir. —¡Oh! ¡Cierto! —Alzó la vista de nuevo entre tanto papel, buscando a la pequeña.
»Al final no va a venir el chico, tendrás que apañartelas tu sola. ¿Te ves capaz? —Sin duda, tacto era lo que menos tenía la señora. Tampoco era era algo que echarle en cara, a saber cuantas cosas raras había visto durante su estancia como recepcionista en ese edificio tan peculiar. Sin siquiera esperar palabra, tomó un pergamino de la mesa y lo expuso estirando su mano por encima del mostrador.
—La señora Fujiyama te dará mas información si lo necesitas. Que tengas un buen día.
—Aquí tienes, cariño. —Dijo el hombre mientras le entregaba el tazón a la mujer.
—Muchas gracias, cielo.
El hombre estiró los brazos, como si la vida le pendiese en ello, y no pudo evitar un claro y estruendoso bostezo. —¡Uuaaaaaahh! —Tras ello, se frotó los ojos, y se dio media vuelta, dirigiéndose de nuevo a la otra estancia. Al tomar el pomo de la puerta, giró el rostro hacia la mujer. —Por cierto, mi sobrino no va a venir hoy al final, al parecer ha pilado un buen catarro. Descanso un par de horitas mas y te relevo, ¿vale?
—Está bien, descansa cariño.
La mujer se dio la vuelta, y observó por un instante los papeles. Le propinó un buen buche al café, a la taza que recién le habían dado, y tomó el bolígrafo con su otra mano. Dejó caer un pequeño suspiro, y casi comienza a escribir. —¡Oh! ¡Cierto! —Alzó la vista de nuevo entre tanto papel, buscando a la pequeña.
»Al final no va a venir el chico, tendrás que apañartelas tu sola. ¿Te ves capaz? —Sin duda, tacto era lo que menos tenía la señora. Tampoco era era algo que echarle en cara, a saber cuantas cosas raras había visto durante su estancia como recepcionista en ese edificio tan peculiar. Sin siquiera esperar palabra, tomó un pergamino de la mesa y lo expuso estirando su mano por encima del mostrador.
—La señora Fujiyama te dará mas información si lo necesitas. Que tengas un buen día.