28/02/2017, 02:42
La pequeña no se anduvo con rodeos para pillar el pergamino, su paciencia casi había llegado a su límite, mas éste tipo de cosas era frecuente en la vida shinobi; quizás con el tiempo llegase a acostumbrarse. A lo sumo le costaría algún dolor de cabeza, pero puede que no mucho mas. Tomó el pergamino, y tan rápido como pudo se quitó de en medio. La secretaria por su lado continuó con su ardua tarea, cosa que parecía estar consumiéndola poco a poco.
Pero una vez fuera del edificio, la chica releyó el pergamino, y cayó en cuenta de que no conocía el lugar a donde debía ir. No tardó en retornar sus pasos, muy a su pesar. Abrió las puertas del edificio de nuevo, y ya a medio camino hasta el mostrador comenzó a solicitar datos.
La mujer alzó la mirada por encima de sus tantos papeles, y observó quién venía recriminando falta de información. La sorpresa no pareció abrumarla, en absoluto. Le propinó un nuevo buche al café, y tras degustarlo con suma paciencia, dejó caer un suspiro. —Se nota que eres una novicia... nunca has estado por los arrozales del silencio, ¿verdad?
»Pues verás, allí solo hay plantaciones de arroz. Muchas, pero que muchas plantaciones de arroz. Entre todas ellas, hay caminos de tierra, alguna que otra casa de los civiles, y una enorme tienda de paredes amarillentas y con un enorme cartel que dice "Tienda de Fujiyama" —Informó la señora, con bastante desdén. —Pues bien, esa es la tienda. No tiene pérdida.
Y con todo aclarado por lo que a ella respectaba, bajó de nuevo la mirada y continuó clasificando carpetas, y rellenando formularios. El trabajo no iba a realizarse solo, y si perdía el tiempo de esa manera no llegaría a casa ni para cenar. Al menos eso parecía.
—¡Oh! ¡Por cierto! —Reclamó de nuevo la atención de la chica. —Si quieres ahorrarte la caminata hasta los arrozales, hay ahora mismo una caravana a las puertas de la aldea que parte en diez minutos hacia allá. Si llegas a tiempo, eso que te ahorras.
Ahora si, de nuevo se puso a lo suyo.
Entre tanto, en las puertas de Kusagakure se preparaban los últimos avíos para partir. Un total de 3 carruajes guiados por 4 caballos cada uno. Los conductores habían tomado ya las riendas, mientras que unos fornidos trabajadores terminaban de cargar las pesadas cajas a los susodichos carros.
Pero una vez fuera del edificio, la chica releyó el pergamino, y cayó en cuenta de que no conocía el lugar a donde debía ir. No tardó en retornar sus pasos, muy a su pesar. Abrió las puertas del edificio de nuevo, y ya a medio camino hasta el mostrador comenzó a solicitar datos.
La mujer alzó la mirada por encima de sus tantos papeles, y observó quién venía recriminando falta de información. La sorpresa no pareció abrumarla, en absoluto. Le propinó un nuevo buche al café, y tras degustarlo con suma paciencia, dejó caer un suspiro. —Se nota que eres una novicia... nunca has estado por los arrozales del silencio, ¿verdad?
»Pues verás, allí solo hay plantaciones de arroz. Muchas, pero que muchas plantaciones de arroz. Entre todas ellas, hay caminos de tierra, alguna que otra casa de los civiles, y una enorme tienda de paredes amarillentas y con un enorme cartel que dice "Tienda de Fujiyama" —Informó la señora, con bastante desdén. —Pues bien, esa es la tienda. No tiene pérdida.
Y con todo aclarado por lo que a ella respectaba, bajó de nuevo la mirada y continuó clasificando carpetas, y rellenando formularios. El trabajo no iba a realizarse solo, y si perdía el tiempo de esa manera no llegaría a casa ni para cenar. Al menos eso parecía.
—¡Oh! ¡Por cierto! —Reclamó de nuevo la atención de la chica. —Si quieres ahorrarte la caminata hasta los arrozales, hay ahora mismo una caravana a las puertas de la aldea que parte en diez minutos hacia allá. Si llegas a tiempo, eso que te ahorras.
Ahora si, de nuevo se puso a lo suyo.
Entre tanto, en las puertas de Kusagakure se preparaban los últimos avíos para partir. Un total de 3 carruajes guiados por 4 caballos cada uno. Los conductores habían tomado ya las riendas, mientras que unos fornidos trabajadores terminaban de cargar las pesadas cajas a los susodichos carros.