1/03/2017, 22:43
La impresión que el antro causó en la chica sin duda fue sobrecogedora, pero a regañadientes supo apañárselas para atascar el posible retroceso de la puerta. Por suerte o desgracia, nadie hizo amago de empujar la susodicha, nadie mas parecía interesado en entrar en ese zulo al que había recurrido la pequeña. Tras acabar su tarea, combatiendo tanto como podía con las ganas de vomitar, terminó por enjuagarse el rostro y las manos en el grifo. No tardó en abandonar la estancia, dejando que las puertas se cerrasen a su paso.
Solucionada su urgencia, se acercó a la mesera y reclamó su atención. La mujer, con el mismo desdén inicial, alzó la mirada por la barra para alcanzar a ver a la pequeña. Fue entonces que la chica solicitó un bocadillo de "cualquier cosa" para llevar. La petición era de lo mas peculiar, aunque de seguro por esos lares no quedaba cerca de las mas absurda. La mujer hizo una mueca de desagrado completo, torciendo el labio en un gesto claramente indignado. Se levantó del poyo, y tardó algo en movilizarse hacia la parte mas alejada, donde una tabla de madera se salvaguardaba parcialmente del polvo.
—Viá ve queai... —Acompañó la mujer en el camino. No tardó demasiado en llegar hasta la zona donde quizás podía haber algo de charcutería, aunque tampoco puso énfasis alguno en apremiar el tiempo. Al llegar, tomó de bajo la barra una bolsa blanca que casi parecía elaborada de cartón, rugosa y dura, además de escandalosa. De ésta tomó una barra bastante abundante, y volvió a dejar el resto en el mismo lugar. Dejó el pan sobre la tabla de cortar, y se giró buscando algo con qué cortarlo. Tras ella había una especie de cubo, entre otros muchos trastos, del cuál tomó un cuchillo. Volvió a girarse, y agarró el pan.
Una estacada, limpia y certera, dividió el pan en dos, dos mitades casi perfectas que cayeron sobre la tabla de cortar; válgase la redundancia. Tras ello, volvió a girarse para dejar el cuchillo en el mismo lugar —¿Para qué limpiarlo?— total, por mucho que cortase pan con éste no iba a ensuciarse.
¡PLUF!
Un golpe en seco dejó sin vida a una pequeña cucaracha que quería adueñarse del pan, o de las migajas, a saber.
Tras sacudir un par de veces la mano, la mujer se reclinó de nuevo y abrió lo que parecía ser un cajón. De éste, sacó un trozo de plástico translúcido que dejaba entrever algo parecido a un embutido procedente de a saber qué animal. Sin dudarlo un solo instante, la mujer usó la misma mano con la que había matado la cucaracha para depositar el embutido en el pan. Volvió a dejar el plástico en el mismo sitio, y volvió para rematar la tarea. Cerró el bocadillo, y lo metió a palo seco en una bolsa de plástico, tras lo cuál se dirigió de nuevo hacia la chica.
—Zon ventisai ryo. —Inquirió la mesera. —Y cuatro der baño
Si, parecía increíble pero era cierto, quería cobrarle el entrar en el aseo. Muy a su pesar, la mirada de la mujer no mostraba ápice alguno de broma, se clavaba en la chica como un puñal. En el mismo instante, dejó frente a ella el bocadillo.
Solucionada su urgencia, se acercó a la mesera y reclamó su atención. La mujer, con el mismo desdén inicial, alzó la mirada por la barra para alcanzar a ver a la pequeña. Fue entonces que la chica solicitó un bocadillo de "cualquier cosa" para llevar. La petición era de lo mas peculiar, aunque de seguro por esos lares no quedaba cerca de las mas absurda. La mujer hizo una mueca de desagrado completo, torciendo el labio en un gesto claramente indignado. Se levantó del poyo, y tardó algo en movilizarse hacia la parte mas alejada, donde una tabla de madera se salvaguardaba parcialmente del polvo.
—Viá ve queai... —Acompañó la mujer en el camino. No tardó demasiado en llegar hasta la zona donde quizás podía haber algo de charcutería, aunque tampoco puso énfasis alguno en apremiar el tiempo. Al llegar, tomó de bajo la barra una bolsa blanca que casi parecía elaborada de cartón, rugosa y dura, además de escandalosa. De ésta tomó una barra bastante abundante, y volvió a dejar el resto en el mismo lugar. Dejó el pan sobre la tabla de cortar, y se giró buscando algo con qué cortarlo. Tras ella había una especie de cubo, entre otros muchos trastos, del cuál tomó un cuchillo. Volvió a girarse, y agarró el pan.
Una estacada, limpia y certera, dividió el pan en dos, dos mitades casi perfectas que cayeron sobre la tabla de cortar; válgase la redundancia. Tras ello, volvió a girarse para dejar el cuchillo en el mismo lugar —¿Para qué limpiarlo?— total, por mucho que cortase pan con éste no iba a ensuciarse.
¡PLUF!
Un golpe en seco dejó sin vida a una pequeña cucaracha que quería adueñarse del pan, o de las migajas, a saber.
Tras sacudir un par de veces la mano, la mujer se reclinó de nuevo y abrió lo que parecía ser un cajón. De éste, sacó un trozo de plástico translúcido que dejaba entrever algo parecido a un embutido procedente de a saber qué animal. Sin dudarlo un solo instante, la mujer usó la misma mano con la que había matado la cucaracha para depositar el embutido en el pan. Volvió a dejar el plástico en el mismo sitio, y volvió para rematar la tarea. Cerró el bocadillo, y lo metió a palo seco en una bolsa de plástico, tras lo cuál se dirigió de nuevo hacia la chica.
—Zon ventisai ryo. —Inquirió la mesera. —Y cuatro der baño
Si, parecía increíble pero era cierto, quería cobrarle el entrar en el aseo. Muy a su pesar, la mirada de la mujer no mostraba ápice alguno de broma, se clavaba en la chica como un puñal. En el mismo instante, dejó frente a ella el bocadillo.