3/03/2017, 17:57
El tuerto por un momento sintió una punzada en las palabras de Ayame. Dos verdades en dos frases, una equivocación obvia y otra que no tanto.
—Tienes razón, error mío.— Afirmó cuando Ayame señaló la falta. Suspiró frustrado.
Esperaba no tener que deshacerse del portaobjetos en caso de emergencia, pero era un gran fallo el querer disimular quitándose la bandana mientras todavía llevaba puesto el resto del equipo. Se agachó para quitárselo de la pierna y colocárselo mejor en la parte trasera del cinturón. Por lo menos así no estaría tan a la vista pues lo taparía con la chaqueta. Aunque si de llamar la atención se trataba, de por sí su cara y peinado dejaban mucho que desear.
—Con la espada no puedo hacer nada para ocultarla.— Alzó los hombros, resignado.
Ayame fue la primera en salir a dar el quite, mientras el grupito volteaba a ver la unísono con caras de nerviosismo y quizás hasta miedo. El de cabellos bicolor se giró para encarar a la chica, mostrando una mirada claramente amenazante, como un búfalo tratando de cornear a la leona. Sin embargo, al notar que no estaba sola; sino que era acompañada por el pelimorado armado, su actitud pasó a ser más defensiva.
—¡¿Qu-quien putas son ustedes?!— El muchacho alzó su dedo índice para señalarles de forma acusadora.
Estaba agobiado por el temor a ser descubierto con las manos en la masa. Claramente había evidencia por todo el lugar, pero no esperaba que alguien más estuviera presente como para delatarlos. Planeaban dejar un decorado especial en la altura del armazón de hierro, cuando se produjo el accidente de la polea.
A pesar de ser un delincuente juvenil, no era tan hijo de puta como para dejar a alguien de su pandilla a la deriva de las autoridades. Pero ahora que existían testigos de lo ocurrido se debatía en como debía proceder.
—Ustedes mejor se me van a ver si ya puso la marrana. Hagan que no han visto nada, ¿me captaron va?— Rechazó el ofrecimiento.
—Tienes razón, error mío.— Afirmó cuando Ayame señaló la falta. Suspiró frustrado.
Esperaba no tener que deshacerse del portaobjetos en caso de emergencia, pero era un gran fallo el querer disimular quitándose la bandana mientras todavía llevaba puesto el resto del equipo. Se agachó para quitárselo de la pierna y colocárselo mejor en la parte trasera del cinturón. Por lo menos así no estaría tan a la vista pues lo taparía con la chaqueta. Aunque si de llamar la atención se trataba, de por sí su cara y peinado dejaban mucho que desear.
—Con la espada no puedo hacer nada para ocultarla.— Alzó los hombros, resignado.
Ayame fue la primera en salir a dar el quite, mientras el grupito volteaba a ver la unísono con caras de nerviosismo y quizás hasta miedo. El de cabellos bicolor se giró para encarar a la chica, mostrando una mirada claramente amenazante, como un búfalo tratando de cornear a la leona. Sin embargo, al notar que no estaba sola; sino que era acompañada por el pelimorado armado, su actitud pasó a ser más defensiva.
—¡¿Qu-quien putas son ustedes?!— El muchacho alzó su dedo índice para señalarles de forma acusadora.
Estaba agobiado por el temor a ser descubierto con las manos en la masa. Claramente había evidencia por todo el lugar, pero no esperaba que alguien más estuviera presente como para delatarlos. Planeaban dejar un decorado especial en la altura del armazón de hierro, cuando se produjo el accidente de la polea.
A pesar de ser un delincuente juvenil, no era tan hijo de puta como para dejar a alguien de su pandilla a la deriva de las autoridades. Pero ahora que existían testigos de lo ocurrido se debatía en como debía proceder.
—Ustedes mejor se me van a ver si ya puso la marrana. Hagan que no han visto nada, ¿me captaron va?— Rechazó el ofrecimiento.