9/03/2017, 18:30
(Última modificación: 9/03/2017, 19:48 por Uchiha Akame.)
El más corpulento de los chiquillos hizo amago de contestar, pero se lo pensó mejor. Tenía los ojos llenos de lágrimas a punto de escapar. Su compañero, ya en pie, seguía emitiendo aquel quejido lastimero y sumamente molesto. Ralexion decidió que ya había perdido suficiente tiempo allí y, paquete bajo el brazo, siguió su camino hacia el Estadio de Celebraciones.
Salió del callejón y dobló hacia la derecha para terminar en una concurrida calle comercial, repleta de establecimientos de toda índole; puestos de verdura y fruta, carnicerías, tiendas de ultramarinos, librerías... Por allí el flujo de gente era considerable —al menos, a aquellas horas del mediodía—, porque los uzureños acostumbraban a hacer sus recados al calor del Sol de Primavera.
Al internarse en un bullicio, Ralexion notó cómo alguien le empujaba apresuradamente desde su espalda. Pudo ver al chico que había chocado con él cuando pasó junto a él, por el lado derecho. Tendría más o menos su edad, era rubio de ojos azules y piel bronceada y llevaba una bufanda amarilla en torno al cuello.
—¡Perdona! Me han empujado desde atrás —se disculpó, sin parar de andar, hasta perderse entre el gentío de la calle.
Ralexion siguió caminando durante unos instantes más antes de darse cuenta de que lo que ahora llevaba bajo el brazo era un jarrón de porcelana blanca.
Salió del callejón y dobló hacia la derecha para terminar en una concurrida calle comercial, repleta de establecimientos de toda índole; puestos de verdura y fruta, carnicerías, tiendas de ultramarinos, librerías... Por allí el flujo de gente era considerable —al menos, a aquellas horas del mediodía—, porque los uzureños acostumbraban a hacer sus recados al calor del Sol de Primavera.
Al internarse en un bullicio, Ralexion notó cómo alguien le empujaba apresuradamente desde su espalda. Pudo ver al chico que había chocado con él cuando pasó junto a él, por el lado derecho. Tendría más o menos su edad, era rubio de ojos azules y piel bronceada y llevaba una bufanda amarilla en torno al cuello.
—¡Perdona! Me han empujado desde atrás —se disculpó, sin parar de andar, hasta perderse entre el gentío de la calle.
Ralexion siguió caminando durante unos instantes más antes de darse cuenta de que lo que ahora llevaba bajo el brazo era un jarrón de porcelana blanca.