13/03/2017, 23:09
Tras una pesadilla la mar de extraña, la chica despertó frente a la mujer. Apenas había cambiado su posición antes de haber quedado dormida, aunque ahora mismo si que comenzaba a hacerlo; cosas de estar en continuo movimiento horizontal y vertical a causa de los baches. Por una o por otra, la chica reaccionó a tiempo para cubrirse la cabeza de un nuevo golpe, amortiguando el susodicho en la mano derecha. El dolor que le provocó no fue una gran cosa, pero si que le duraría el adormecimiento un breve instante.
Cuando terminó de retomar la compostura, y tras escuchar el rugido de su estómago, la chica comenzó a trepar por las cajas para llegar hasta el final de la estancia. La mujer reculó, y se giró sobre si misma para que la chica no llegase a ver su rostro. Nuevamente, un sonido de metal resonó en la mujer, a la altura de sus orejas. Ésta reaccionó rápido acallando el sonido con sus manos, y terminando de acurrucarse en la esquina. Casi parecía la reacción de un caracol cuando le tocas con el dedo en los ojos, que se recoge sobre sí mismo con todo el asco y el odio del mundo... y quizás algo de dolor.
Sin embargo, el propósito de la chica no había sido para nada el de molestar a la mujer. Izumi sacó la cabeza por el corte delantero del telar, y preguntó al cochero si quedaba mucho para volver a parar, después de un debido buenos días —Obviamente— pues la educación era lo primero.
—Ya queda poco, pequeña. ¿Que sucede? ¿tienes ganas de mear de nuevo? —Preguntó el hombre sin tapujo alguno.
Frente a ella, la caravana atravesaba un frondoso conjunto de árboles realmente avariciosos. La luz costosamente se colaba por las copas de los árboles, aunque la poca que lo lograba, iluminaba con la fuerza de mi rayos. La humedad era casi asfixiante, quizás signo de grandes reservas de agua cercanas, o simplemente acumulación de humedad que no llegaba a evaporarse. El final del camino no llegaba a verse.
Cuando terminó de retomar la compostura, y tras escuchar el rugido de su estómago, la chica comenzó a trepar por las cajas para llegar hasta el final de la estancia. La mujer reculó, y se giró sobre si misma para que la chica no llegase a ver su rostro. Nuevamente, un sonido de metal resonó en la mujer, a la altura de sus orejas. Ésta reaccionó rápido acallando el sonido con sus manos, y terminando de acurrucarse en la esquina. Casi parecía la reacción de un caracol cuando le tocas con el dedo en los ojos, que se recoge sobre sí mismo con todo el asco y el odio del mundo... y quizás algo de dolor.
Sin embargo, el propósito de la chica no había sido para nada el de molestar a la mujer. Izumi sacó la cabeza por el corte delantero del telar, y preguntó al cochero si quedaba mucho para volver a parar, después de un debido buenos días —Obviamente— pues la educación era lo primero.
—Ya queda poco, pequeña. ¿Que sucede? ¿tienes ganas de mear de nuevo? —Preguntó el hombre sin tapujo alguno.
Frente a ella, la caravana atravesaba un frondoso conjunto de árboles realmente avariciosos. La luz costosamente se colaba por las copas de los árboles, aunque la poca que lo lograba, iluminaba con la fuerza de mi rayos. La humedad era casi asfixiante, quizás signo de grandes reservas de agua cercanas, o simplemente acumulación de humedad que no llegaba a evaporarse. El final del camino no llegaba a verse.