14/03/2017, 20:11
Uzumaki Ralexion abandonó las premisas del palacio del Señor Feudal de Yugakure con paso lento. ¿Su motivo para encontrarse allí? Muy simple: una misión, como siempre. Parecía que lo habían convertido en el chico de los recados de Uzushiogakure, porque se trataba de una tarea de entrega de un paquete, una vez más. Quizás era eso, o simplemente es que era lo más habitual para genins como él. En cualquiera de los casos, ya había finalizado el encargo, podía retonar a la aldea y cobrar por su duro trabajo de trotamundos.
Si tenía algo bueno la vida de shinobi era que estaba conociendo, gracias a ella, todo tipo de lugares nuevos.
Vestía un jingasa en la cabeza y una capa de viaje muy larga -le alcanzaba hasta casi los pies- de color beige. Bajo lo ya mencionado, portaba un chándal negro con rayas rojas, en los pies sus habituales sandalias de color negro.
«Como se las gastan los nobles estos... hay que joderse.», reflexionó, caminando con semblante ausente. Sus pensamientos se referían al objeto que había llevado al Señor Feudal. No se lo entregaron directamente en Uzu, debió desplazarse hasta Yamiria y entonces dar con una de las mejores herrerías de la ciudad. Una vez allí dejaron a su cargo un objeto mucho más largo que ancho, recelosamente guardado bajo una funda de cuero que se adaptaba a las dimensiones del ya mencionado. No era necesario ser un lumbreras para percatarse de que era algún tipo de arma.
Así pues, durante su periplo hasta el País del Rayo, la curiosidad pudo con el buen juicio del muchacho y deshizo el nudo de la funda. Extrajo su contenido y escrutó la katana envainada que tenía entre las manos. Era simple pero de lo más elegante, de color grisáceo, con el símbolo del clan del Señor Feudal en el centro de la vaina. Sacó la hoja y comprobó que su calidad era obvia a simple vista, a pesar de que él no era un experto en armas. Una espada así debía de haber costado un ojo de la cara, quizá dos.
El resto del viaje se encontró bastante falto de eventos dignos de mención. El pelirrojo alcanzó la Villa de las Aguas Termales y no tuvo grandes problemas a la hora de hallar el palacio. Ni siquiera vio al Señor Feudal en persona cuando entregó el paquete, ya que lo tomó uno de sus sirvientes. Tampoco es que tuviera especial interés en ello, de todas formas.
Contuvo su avance cuando un llamativo cartel robó su atención.
—Huh, es la Villa de las Aguas Termales, después de todo —se dijo a sí mismo—. Supongo que me he ganado un pequeño descanso antes de partir de vuelta a casa.
Entró en el establecimiento, y en un momento ya se estaba desnudando en los vestuarios. La asistenta del local le indicó varias veces que no debía introducirse en el baño de las mujeres, pero eso a él le resultó sentido común, a pesar de lo que muchos pudieran pensar de él dada su personalidad.
Tapando sus vergüenzas masculinas con solo una toalla, entró en el baño. Antes de dar un paso adelante se paró un instante en pos de observar el panorama. Cuando por fin dio ese paso, tuvo la mala suerte de pisar sobre un charco de agua que había en el suelo y se resbaló, cayendo de cara contra la roca, frente a las termas, llamando la atención, sin lugar a dudas.
—Ouch, ouch, ouch...
Si tenía algo bueno la vida de shinobi era que estaba conociendo, gracias a ella, todo tipo de lugares nuevos.
Vestía un jingasa en la cabeza y una capa de viaje muy larga -le alcanzaba hasta casi los pies- de color beige. Bajo lo ya mencionado, portaba un chándal negro con rayas rojas, en los pies sus habituales sandalias de color negro.
«Como se las gastan los nobles estos... hay que joderse.», reflexionó, caminando con semblante ausente. Sus pensamientos se referían al objeto que había llevado al Señor Feudal. No se lo entregaron directamente en Uzu, debió desplazarse hasta Yamiria y entonces dar con una de las mejores herrerías de la ciudad. Una vez allí dejaron a su cargo un objeto mucho más largo que ancho, recelosamente guardado bajo una funda de cuero que se adaptaba a las dimensiones del ya mencionado. No era necesario ser un lumbreras para percatarse de que era algún tipo de arma.
Así pues, durante su periplo hasta el País del Rayo, la curiosidad pudo con el buen juicio del muchacho y deshizo el nudo de la funda. Extrajo su contenido y escrutó la katana envainada que tenía entre las manos. Era simple pero de lo más elegante, de color grisáceo, con el símbolo del clan del Señor Feudal en el centro de la vaina. Sacó la hoja y comprobó que su calidad era obvia a simple vista, a pesar de que él no era un experto en armas. Una espada así debía de haber costado un ojo de la cara, quizá dos.
El resto del viaje se encontró bastante falto de eventos dignos de mención. El pelirrojo alcanzó la Villa de las Aguas Termales y no tuvo grandes problemas a la hora de hallar el palacio. Ni siquiera vio al Señor Feudal en persona cuando entregó el paquete, ya que lo tomó uno de sus sirvientes. Tampoco es que tuviera especial interés en ello, de todas formas.
Contuvo su avance cuando un llamativo cartel robó su atención.
"Baños Termales de Yugakure"
—Huh, es la Villa de las Aguas Termales, después de todo —se dijo a sí mismo—. Supongo que me he ganado un pequeño descanso antes de partir de vuelta a casa.
Entró en el establecimiento, y en un momento ya se estaba desnudando en los vestuarios. La asistenta del local le indicó varias veces que no debía introducirse en el baño de las mujeres, pero eso a él le resultó sentido común, a pesar de lo que muchos pudieran pensar de él dada su personalidad.
Tapando sus vergüenzas masculinas con solo una toalla, entró en el baño. Antes de dar un paso adelante se paró un instante en pos de observar el panorama. Cuando por fin dio ese paso, tuvo la mala suerte de pisar sobre un charco de agua que había en el suelo y se resbaló, cayendo de cara contra la roca, frente a las termas, llamando la atención, sin lugar a dudas.
—Ouch, ouch, ouch...