16/03/2017, 20:42
—Déjame pensar —respondió Kagetsuna, al tiempo que se llevaba una mano al mentón con gesto pensativo—. Ustedes. ¿Han intentado levantar las tablas una por una?
Ayame devolvió la mirada al grupo. La verdad es que era poco probable que lo hubiesen intentado de otra forma que no fuera levantando una tabla al mismo tiempo. De hecho, seguramente habrían unido fuerzas para intentar moverla y liberar a su compañero. Sin embargo...
—Simón. Pero ni a palos se mueven.
«¿Tan pesadas son que ni entre todos ellos han logrado moverlas? ¿Pero de qué son esos pilones, de madera o mármol?» Pensaba Ayame, con los hombros hundidos por la angustia. Por un momento casi se arrepintió de haberse ofrecido voluntaria a ayudarlos. ¿Qué diferencia iban a marcar ellos dos? Además, ella no era más que una chiquilla enclenque y debilucha que seguramente no sería capaz ni de levantar diez tristes kilos.
Pero tampoco podía abandonar a aquel chico a su suerte...
—No tenemos que levantarlos totalmente —sugirió Kagetsuna—. Podríamos sólo moverlos un poco hasta dejar suficiente espacio para que él pueda moverse y sacarlo de ahí. Quizás con alguna vara de metal o tubo, usándolos de palanca. Es lo mejor que se me ocurre.
—No me importa que hagan, pero apresúrense, por favor —suplicó el herido, con un hilo de voz. Su rostro ya se había teñido de un peligroso color rojizo. ¿Cuánto más podría soportar la presión.
—Una palanca... ¡es buena idea! —exclamó Ayame, que enseguida se puso a merodear alrededor, buscando algún tipo de vara metal o un objeto lo suficientemente alargado y resistente que pudiera tener alguna oportunidad de poder mover alguno de aquellos pesados pilones de madera—. Pero... si esto no funciona deberíamos ir pensando en llamar a algún ninja superior... —comentó, deslizándose por los bordes de la estructura en construcción.
Martillos y todo tipo de herramientas de las que Ayame no conocía siquiera de su existencia o utilidad, neumáticos, ladrillos, sacos de cemento, más pilones de madera, rocas, escombros... Todo se aglutinaba aquí y allá sin ningún tipo de control u orden, aunque al menos los obreros se habían ocupado de proteger de la lluvia los materiales más delicados.
—¡Ah! ¿Esto servirá? —preguntó, alzando una vara de metal de aproximadamente un metro y medio de largo y lo suficientemente grueso como para poder agarrarlo con comodidad. Uno de los extremos estaba doblado.
Ayame devolvió la mirada al grupo. La verdad es que era poco probable que lo hubiesen intentado de otra forma que no fuera levantando una tabla al mismo tiempo. De hecho, seguramente habrían unido fuerzas para intentar moverla y liberar a su compañero. Sin embargo...
—Simón. Pero ni a palos se mueven.
«¿Tan pesadas son que ni entre todos ellos han logrado moverlas? ¿Pero de qué son esos pilones, de madera o mármol?» Pensaba Ayame, con los hombros hundidos por la angustia. Por un momento casi se arrepintió de haberse ofrecido voluntaria a ayudarlos. ¿Qué diferencia iban a marcar ellos dos? Además, ella no era más que una chiquilla enclenque y debilucha que seguramente no sería capaz ni de levantar diez tristes kilos.
Pero tampoco podía abandonar a aquel chico a su suerte...
—No tenemos que levantarlos totalmente —sugirió Kagetsuna—. Podríamos sólo moverlos un poco hasta dejar suficiente espacio para que él pueda moverse y sacarlo de ahí. Quizás con alguna vara de metal o tubo, usándolos de palanca. Es lo mejor que se me ocurre.
—No me importa que hagan, pero apresúrense, por favor —suplicó el herido, con un hilo de voz. Su rostro ya se había teñido de un peligroso color rojizo. ¿Cuánto más podría soportar la presión.
—Una palanca... ¡es buena idea! —exclamó Ayame, que enseguida se puso a merodear alrededor, buscando algún tipo de vara metal o un objeto lo suficientemente alargado y resistente que pudiera tener alguna oportunidad de poder mover alguno de aquellos pesados pilones de madera—. Pero... si esto no funciona deberíamos ir pensando en llamar a algún ninja superior... —comentó, deslizándose por los bordes de la estructura en construcción.
Martillos y todo tipo de herramientas de las que Ayame no conocía siquiera de su existencia o utilidad, neumáticos, ladrillos, sacos de cemento, más pilones de madera, rocas, escombros... Todo se aglutinaba aquí y allá sin ningún tipo de control u orden, aunque al menos los obreros se habían ocupado de proteger de la lluvia los materiales más delicados.
—¡Ah! ¿Esto servirá? —preguntó, alzando una vara de metal de aproximadamente un metro y medio de largo y lo suficientemente grueso como para poder agarrarlo con comodidad. Uno de los extremos estaba doblado.