16/03/2017, 00:34
Intentando molestar lo menos posible a la sospechosa, la chica consiguió llegar sin demasiado apuro hasta asomar por el telar. Lanzó la pregunta al cochero, y éste respondió sin tapujos. La kunoichi rápidamente negó estar en plena llamada de la naturaleza, con una sonrisa en el rostro, y explicó su verdadero motivo. La kunoichi no mentía en absoluto en cuanto al motivo, y el cochero rió por un instante, pero cuando ésta replicó cuál era la causa, éste frunció el ceño de manera súbita. La chica quizás no comprendería el porqué, pero la mueca que hizo el hombre sin embargo reflejaba su claro desagrado ante el comentario.
—Es la taberna de mi prima. —Cortó con tono tajante, aunque no por ello elevado.
Por unos segundos, el hombre quedaría en silencio, rancio como una manzana roja y con una cara mas larga que la del caballo de Tintin.
—Tshh! Tsh! —Reclamó su atención la mujer.
Dentro, a escasos 30 centímetros de la mujer, había un pequeño bulto alargado envuelto en papel de aluminio. La mujer lo señalaba, como ofreciéndoselo a la kunoichi. Sin embargo, esas fueron sus únicos vocablos. No parecía querer soltar una sílaba de mas, como si por cada letra que saliese de su boca le cobrasen un millar de ryos.
El cochero por su parte parecía haberse enfadado con el comentario de la chica, y eso que ni había sido un comentario insultante o hiriente. A saber cómo hubiese terminado la aventura de haber dicho algo mas grave...
Si la chica llegaba a tomar el susodicho bulto envuelto de papel, podría reconocer un típico olor de su aldea. Se trataba de un bocadillo hecho con bolitas de pulpo, y empapadas en una salsa picante de un tono anaranjado. No era quizás el mejor de los manjares, pero como bien se dice, a caballo regalado no le mire los dientes.
—Es la taberna de mi prima. —Cortó con tono tajante, aunque no por ello elevado.
Por unos segundos, el hombre quedaría en silencio, rancio como una manzana roja y con una cara mas larga que la del caballo de Tintin.
—Tshh! Tsh! —Reclamó su atención la mujer.
Dentro, a escasos 30 centímetros de la mujer, había un pequeño bulto alargado envuelto en papel de aluminio. La mujer lo señalaba, como ofreciéndoselo a la kunoichi. Sin embargo, esas fueron sus únicos vocablos. No parecía querer soltar una sílaba de mas, como si por cada letra que saliese de su boca le cobrasen un millar de ryos.
El cochero por su parte parecía haberse enfadado con el comentario de la chica, y eso que ni había sido un comentario insultante o hiriente. A saber cómo hubiese terminado la aventura de haber dicho algo mas grave...
Si la chica llegaba a tomar el susodicho bulto envuelto de papel, podría reconocer un típico olor de su aldea. Se trataba de un bocadillo hecho con bolitas de pulpo, y empapadas en una salsa picante de un tono anaranjado. No era quizás el mejor de los manjares, pero como bien se dice, a caballo regalado no le mire los dientes.