24/03/2017, 21:50
La pequeña comprendió rápidamente el agravio de la situación, y optó por quitarse de en medio tan pronto como había salido. El conductor no soltó una palabra mas, sin duda estaba ofuscado, pero continuaba siendo prudente. Después de todo, la pequeña seguía siendo una genin, adiestrada de mejor o peor manera en el arte de la guerra, seguía siendo una luchadora por estudios. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría levantarle la mano?
Tras la delgada capa de tela, la mujer misteriosa había ofertado un buen bocadillo a la chica. Ésta al principio confundió el gesto, pero no tardó en pillar el sentido de la situación. Sin embargo, y para posible sorpresa de la mujer, ésta pequeña terminó rechazando el bocadillo. Así mismo, argumentó que era suyo, y que no quería quitarle el alimento, mucho menos sabiendo que ya quedaba poco para llegar a su destino.
Ni un gesto, ni un "de acuerdo" nada... ni una sola gesticulación o vocablo por parte de la mujer, esa fue su respuesta.
El silencio reinó de nuevo, salvo por el constante traqueteo que se traía la carreta consigo. El bocadillo quedó al lado de la mujer, que ni se molestó en recogerlo, y su mero aroma sería sin duda alguna una tortura atroz para la joven. Tras ellos, solo quedaban árboles y más árboles, el bosque no parecía tener final o principio. La vegetación casi se hacía mas densa a cada minuto, y el par de horas pasaron no demasiado fugaces. El estómago de la chica rugía sin pudor alguno, haciéndose escuchar aún mas que el traqueteo del viaje sobre madera.
No pasaron menos de 3 horas cuando al fin el cielo se despejó. Sin duda, el telar daría notificación de ello, calando por éste y sus escasos agujeros un millar de haces de luz. Tras ellos quedaba el bosque, y daba comienzo un camino de arena que a ambos lados tenía una especie de estanques con hierba creciendo a puñados deliberadamente espaciados. Si, sin duda eso había de ser lo que tenía nombre de campos de arroz. Si la chica se molestaba en observar el paisaje, no vería mas que una encrucijada realmente grotesca, enorme, conformada por caminos de arena, agua, y plantaciones de arroz. A diestra y siniestra, solo eso se hacía con el paisaje. El silencio allí no era menor, casi sonaba a cementerio. Nada, ni un alma.
El viaje continuó, con una marcha ahora bastante mas rápida, sin duda debido a que los árboles ya no les retenían.
Para cuando casi pasó una hora mas, alrededor de cuarenta minutos, el carruaje se detuvo. No lo hizo de manera descabellada o sin control, en absoluto, mas bien todo lo contrario. Frente a ellos, había una enorme edificación con un cartel blanco sobre el cuál resaltaban unos caracteres realmente labrados.
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Sin duda, ésto le sonaría. El edificio estaba constituido en su mayoría por madera, barnizada en un tono blanco brillante y limpio. Dos plantas, y quizás una tercera si se tiene en cuenta la terraza como habitáculo. Numerosas barandas de metal del mismo tono dando límites a las terrazas, así como adornando y fortaleciendo las ventanas. Parecía un búnker preparado para posibles asaltos, aunque sus colores transmitían tranquilidad.
—Ya hemos llegado, mocosa. Puedes bajar ya. —Escupió aún afligido el hombre.
Al parecer, ellos iban a seguir, al menos el resto de la caravana no había detenido su paso, tan solo éste. La mujer del interior continuaba con sus trece, y no pareció tampoco que ésta fuese su parada. Para cuando la chica bajase, el carruaje emprendería de nuevo la marcha, y el hombre ni se molestaría en despedirse.
Frente a la puerta, una mujer se disponía a modo de barricada. Su faz era seria, demasiado seria. Unos ojos finos como los de una serpiente, azules, un cabello largo y liso de tono mas oscuro que el azabache —si es que eso es posible— y ausencia total de maquillaje. Vestía un kimono blanco, con obi negro, sin detalle alguno, y calzaba unos zancos de madera con un tono similar al de su obi. Se encontraba realmente estirada, con la barbilla bien alta, y las manos cruzadas tras su espalda.
Ella tampoco quiso romper el silencio que se respiraba.