25/03/2017, 13:54
(Última modificación: 25/03/2017, 13:54 por Aotsuki Ayame.)
Estando todos los demás chicos ocupados sujetando los pilones de madera para evitar que volvieran a caer sobre su compañero, fue Kagetsuna el que se acercó a ayudarla a sacarlo de allí.
«Es fuerte... Mucho más fuerte que yo.» Pensó Ayame. La diferencia entre ambos se había hecho patente desde el primer instante en el que comenzó a tirar de él. A ella le estaba costando un mundo moverle siquiera unos centímetros y ya le ardían los brazos y sentía los músculos agarrotados, pero con la ayuda de Kagetsuna el esfuerzo se había reducido considerablemente y consiguieron mover al chico más rápido.
—¡Ya casi! —exclamó Kagetsuna junto a su oído.
Ayame hizo un último esfuerzo y puso todo su empeño en el último tirón, tratando de ignorar las punzadas de dolor de sus brazos. Finalmente, consiguieron liberarle. Y en cuanto le soltaron, Ayame inclinó el cuerpo y se abrazó ambos brazos con un rictus de dolor contrayendo su rostro.
—E... ¿Estás bien...? —le preguntó entre resuellos—. Deberías... deberías ir al ho...
—¡FUERA![/color] —aulló la voz del chico de cabellos bicolores. La escasa luz de las antorchas se reflejó en el filo de la navaja que había sacado y con la que les estaba apuntando a ambos—. [sub=khaki]¡Váyanse a la mierda!
Ayame alzó ambas manos en un gesto conciliador. Sin embargo, y al contrario que las otras veces, en aquella ocasión no sintió miedo. No podía tener miedo de una simple navaja, porque un Hōzuki jamás sangra. Sin embargo, Kagetsuna sí podía sangrar. Y eso era lo que de verdad le preocupaba.
Aunque si se paraba a comparar aquella navaja con la espada que llevaba su compañero a la espalda, la situación era casi ridícula...
—Está bien... Pero deberíais llevar a vuestro amigo al hospital. Podría tener un hueso roto o algo peor —se volvió hacia su compañero—. Vámonos, Kagetsuna-san.
«Es fuerte... Mucho más fuerte que yo.» Pensó Ayame. La diferencia entre ambos se había hecho patente desde el primer instante en el que comenzó a tirar de él. A ella le estaba costando un mundo moverle siquiera unos centímetros y ya le ardían los brazos y sentía los músculos agarrotados, pero con la ayuda de Kagetsuna el esfuerzo se había reducido considerablemente y consiguieron mover al chico más rápido.
—¡Ya casi! —exclamó Kagetsuna junto a su oído.
Ayame hizo un último esfuerzo y puso todo su empeño en el último tirón, tratando de ignorar las punzadas de dolor de sus brazos. Finalmente, consiguieron liberarle. Y en cuanto le soltaron, Ayame inclinó el cuerpo y se abrazó ambos brazos con un rictus de dolor contrayendo su rostro.
—E... ¿Estás bien...? —le preguntó entre resuellos—. Deberías... deberías ir al ho...
—¡FUERA![/color] —aulló la voz del chico de cabellos bicolores. La escasa luz de las antorchas se reflejó en el filo de la navaja que había sacado y con la que les estaba apuntando a ambos—. [sub=khaki]¡Váyanse a la mierda!
Ayame alzó ambas manos en un gesto conciliador. Sin embargo, y al contrario que las otras veces, en aquella ocasión no sintió miedo. No podía tener miedo de una simple navaja, porque un Hōzuki jamás sangra. Sin embargo, Kagetsuna sí podía sangrar. Y eso era lo que de verdad le preocupaba.
Aunque si se paraba a comparar aquella navaja con la espada que llevaba su compañero a la espalda, la situación era casi ridícula...
—Está bien... Pero deberíais llevar a vuestro amigo al hospital. Podría tener un hueso roto o algo peor —se volvió hacia su compañero—. Vámonos, Kagetsuna-san.