28/03/2017, 00:00
«Qué poco ha faltado...» Ayame suspiró y acomodó la cabeza en la pared en la que estaba apoyada.
El combate de Taijutsu la había dejado para el arrastre. Casi literalmente hablando. Y aún no terminaba de creerse que hubiese conseguido salvarse en el último instante. Incluso podía admitir, con cierto orgullo, que había conseguido sorprender al mismísimo examinador. Le hubiera gustado poder disfrutar de su cara en el momento en el que había dado ya la victoria a Hachi y ella había licuado su cuerpo justo en el momento del impacto y el agua había rodado sobre sí misma para terminar enseguida de pie.
Los siguientes pasos del baile antes de la caída de Hachi fueron rodados. Resultaba que toda la fuerza que ostentaba aquel grandullón no solo costaba sobre la rapidez de sus movimientos, sino de su resistencia. Al final, Ayame había conseguido saltar sobre su espalda y hacerle caer al suelo.
La victoria era suya... Pero no podía confiarse, había estado muy cerca de fallar. Y no podía permitirse algo así.
La siguiente prueba se desarrollaba en el ring de combate número 7, y Ayame llevaba ya un rato allí esperando. Descansando y sacando brillo a sus shuriken y a su kunai, mientras el resto de sus compañeros de generación terminaba sus respectivos combates. Aún pasaría una media hora más hasta que todos estuvieron listos para la siguiente prueba.
—Ya podéis ir pasando, muchachos. Pero de uno en uno —indicó una examinadora, que acababa de salir de aquella misma sala.
En aquella ocasión, el ring estaba conformado por una enorme sala rectangular en la que no había rastro alguno de arenas de combate. En su lugar, un sinfín de dianas cubrían la pared posterior y una serie de marcas pintadas con tiza blanca en el suelo salpicaban el lugar a diferentes distancias.
—¡Colocaos en la marca que queda más cerca de las dianas! ¡Una persona por diana! ¡¡Vamos, moveos!!
—Oh, oh... ya sé de qué va esto... —susurró Ayame para sí. Y, la verdad, no le hacía ninguna gracia.
Sin embargo, no tardó en acatar la orden. Eligió una diana en concreto y se colocó sobre la marca que quedaba más cerca. Así a ojo, calculaba que se encontraba a unos cinco metros, aproximadamente.
—¡Bien, chicos! La prueba es bien sencilla. Desde donde estáis situados, tendréis que lanzar vuestros shuriken hacia la diana que tenéis al frente. Sólo tenéis una oportunidad. Si acertáis en el blanco, pasaréis a la siguiente marca y volveréis a intentarlo; y en el momento en el que falléis seréis despachados de la prueba. ¡¿Queda claro?!
«Cristalino...» Asintió Ayame, tragando saliva. A su memoria acudieron los consejos de Mogura y Aiko cuando la ayudaron a entrenar con los shuriken. En realidad, aquella prueba era muy similar a los ejercicios que ellos le habían propuesto. Qué lejos parecía aquello ya...
En realidad, con el primer tiro no debería tener mayores problemas... ¿Pero cuánto aguantaría sin cometer algún fallo que le costara la prueba? No tenía demasiado sentido pensar en aquello ahora. Lo hecho, hecho estaba. Ahora le tocaba esforzarse y dar lo máximo de sí misma.
—¡Empezad!
Los lanzamientos se produjeron casi al unísono. Los shuriken silbaron en el aire y recortaron la distancia que les separaba de las dianas en un abrir y cerrar de ojos; y, con un último chasquido, unos se clavaron en las dianas, otros tantos rebotaron y otros ni siquiera llegaron o se pasaron de largo.
Por suerte, el de Ayame pertenecía al primer grupo. Y tan solo se había desviado ligeramente a la derecha desde el centro. Aliviada, suspiró para sus adentros y retrocedió varios pasos hasta dar con la siguiente marca mientras algunos aspirantes se veían obligados a retirarse. Sin embargo, y pese al alivio anterior, el alma se le cayó a los pies al ver lo lejos que parecía ahora la diana.
Unos diez metros los separaban... ¿Podría hacerlo? Ayame sacó el segundo shuriken de su portaobjetos.
—¡Disparad!
Las armas volvieron a volar como golondrinas recortando el viento. De nuevo, una tras otra se fueron clavando en las dianas entre violentos temblores de metal. Sin embargo...
Ayame dejó escapar todo el aire de los pulmones y hundió los hombros. Su shuriken no había llevado la suficiente fuerza, y había terminado clavado en el suelo a un par de metros de su objetivo.
Había fracasado.
El combate de Taijutsu la había dejado para el arrastre. Casi literalmente hablando. Y aún no terminaba de creerse que hubiese conseguido salvarse en el último instante. Incluso podía admitir, con cierto orgullo, que había conseguido sorprender al mismísimo examinador. Le hubiera gustado poder disfrutar de su cara en el momento en el que había dado ya la victoria a Hachi y ella había licuado su cuerpo justo en el momento del impacto y el agua había rodado sobre sí misma para terminar enseguida de pie.
Los siguientes pasos del baile antes de la caída de Hachi fueron rodados. Resultaba que toda la fuerza que ostentaba aquel grandullón no solo costaba sobre la rapidez de sus movimientos, sino de su resistencia. Al final, Ayame había conseguido saltar sobre su espalda y hacerle caer al suelo.
La victoria era suya... Pero no podía confiarse, había estado muy cerca de fallar. Y no podía permitirse algo así.
La siguiente prueba se desarrollaba en el ring de combate número 7, y Ayame llevaba ya un rato allí esperando. Descansando y sacando brillo a sus shuriken y a su kunai, mientras el resto de sus compañeros de generación terminaba sus respectivos combates. Aún pasaría una media hora más hasta que todos estuvieron listos para la siguiente prueba.
—Ya podéis ir pasando, muchachos. Pero de uno en uno —indicó una examinadora, que acababa de salir de aquella misma sala.
En aquella ocasión, el ring estaba conformado por una enorme sala rectangular en la que no había rastro alguno de arenas de combate. En su lugar, un sinfín de dianas cubrían la pared posterior y una serie de marcas pintadas con tiza blanca en el suelo salpicaban el lugar a diferentes distancias.
—¡Colocaos en la marca que queda más cerca de las dianas! ¡Una persona por diana! ¡¡Vamos, moveos!!
—Oh, oh... ya sé de qué va esto... —susurró Ayame para sí. Y, la verdad, no le hacía ninguna gracia.
Sin embargo, no tardó en acatar la orden. Eligió una diana en concreto y se colocó sobre la marca que quedaba más cerca. Así a ojo, calculaba que se encontraba a unos cinco metros, aproximadamente.
—¡Bien, chicos! La prueba es bien sencilla. Desde donde estáis situados, tendréis que lanzar vuestros shuriken hacia la diana que tenéis al frente. Sólo tenéis una oportunidad. Si acertáis en el blanco, pasaréis a la siguiente marca y volveréis a intentarlo; y en el momento en el que falléis seréis despachados de la prueba. ¡¿Queda claro?!
«Cristalino...» Asintió Ayame, tragando saliva. A su memoria acudieron los consejos de Mogura y Aiko cuando la ayudaron a entrenar con los shuriken. En realidad, aquella prueba era muy similar a los ejercicios que ellos le habían propuesto. Qué lejos parecía aquello ya...
En realidad, con el primer tiro no debería tener mayores problemas... ¿Pero cuánto aguantaría sin cometer algún fallo que le costara la prueba? No tenía demasiado sentido pensar en aquello ahora. Lo hecho, hecho estaba. Ahora le tocaba esforzarse y dar lo máximo de sí misma.
—¡Empezad!
Los lanzamientos se produjeron casi al unísono. Los shuriken silbaron en el aire y recortaron la distancia que les separaba de las dianas en un abrir y cerrar de ojos; y, con un último chasquido, unos se clavaron en las dianas, otros tantos rebotaron y otros ni siquiera llegaron o se pasaron de largo.
Por suerte, el de Ayame pertenecía al primer grupo. Y tan solo se había desviado ligeramente a la derecha desde el centro. Aliviada, suspiró para sus adentros y retrocedió varios pasos hasta dar con la siguiente marca mientras algunos aspirantes se veían obligados a retirarse. Sin embargo, y pese al alivio anterior, el alma se le cayó a los pies al ver lo lejos que parecía ahora la diana.
Unos diez metros los separaban... ¿Podría hacerlo? Ayame sacó el segundo shuriken de su portaobjetos.
—¡Disparad!
Las armas volvieron a volar como golondrinas recortando el viento. De nuevo, una tras otra se fueron clavando en las dianas entre violentos temblores de metal. Sin embargo...
Ayame dejó escapar todo el aire de los pulmones y hundió los hombros. Su shuriken no había llevado la suficiente fuerza, y había terminado clavado en el suelo a un par de metros de su objetivo.
Había fracasado.