29/03/2017, 00:51
La última prueba la esperaba. Ayame, con los hombros hundidos y la cabeza baja, esperaba frente a la misma puerta que el aspirante que se encontraba dentro terminara su examen y llegara su turno al fin. Con los ojos entrecerrados y la respiración contenida, agudizaba al máximo su sentido del oído, tratando de escuchar lo que estaba pasando tras aquella puerta corrediza de bambú. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, no oía más que fragmentos de conversaciones difusas. Nada que pudiera desvelarle nada sobre el contenido de la prueba.
«Tengo que esforzarme al máximo... esta es mi última oportunidad.» Pensaba, con el corazón en un puño. Había pasado la prueba de Taijutsu por los pelos y había fracasado en la prueba de lanzamiento de armas... Si no lograba destacar en la última prueba, su camino como kunoichi llegaría a su fin. Su padre la borraría de la academia, ya se lo había advertido, y no podría cumplir su promesa. Todos estarían decepcionados, y Daruu... «¡No! ¡Tengo que hacerlo!» Se reprendió, sacudiendo la cabeza.
Y, justo en ese momento, la puerta se abrió.
—¿Aotsuki Ayame?
—S... Soy yo.
—Acompáñame, por favor.
Ella asintió. El examinador entró en la sala y después se sentó en una mesa larga entre los otros dos examinadores de las pruebas anteriores. Sobre la mesa, decenas de bandanas de tela, con la placa de Amegakure atornillada sobre ella, esperaban relucientes. La última prueba era individual para que los tres examinadores pudieran emitir sus veredictos finales. Una especie de votación a la que Ayame ya había asistido una vez...
—La última prueba es sobre el Ninjutsu —dictaminó, aunque Ayame ya lo sabía de sobra—. ¿Qué es el chakra?
—El chakra es la energía que está presente en todos los seres vivos, y que los ninjas utilizamos para realizar nuestras técnicas —soltó, casi de carrerilla.
—¿Cómo se crea el chakra? —preguntó el examinador de la prueba de taijutsu.
—Mediante la combinación de la energía física, que sale de cada una de las células de nuestro cuerpo, y la espiritual, que procede de la mente.
—¿Y cómo lo controlamos, muchacha? —Fue el turno para la examinadora de la prueba de lanzamiento de armas.
—Mediante los sellos de manos... principalmente.
Los tres asintieron. Parecían conformes, y Ayame se relajó un tanto. Sin embargo, ella nunca había tenido problemas con la teoría. La práctica era otro cantar...
—Enséñanos tu Bunshin no Jutsu —la invitó el examinador del centro.
Ayame asintió, de nuevo tensa como la cuerda de un arco. Entrelazó ambas manos y cerró los ojos con fuerza.
«Concéntrate... Visualiza tu propia imagen como en un espejo y proyéctala al exterior... Recuerda lo que Daruu te dijo...»
Carnero. Serpiente. Tigre.
—¡Bunshin no Jutsu!
Un pequeño estallido liberó una nube de humo que invadió la clase durante unos instantes. Ayame casi ni se atrevía a mirar, pero entreabrió los ojos poco a poco y cuando la humareda se disipó, contempló frente a sí a dos clones que se alzaban con las manos entrelazadas en la misma postura que ella misma. Lo había conseguido. Eran vivas representaciones de sí misma. Ninguno de los dos era gelatinoso. Y ninguno de los dos tenía una estúpida sonrisa dibujada en la cara.
«¡Lo logré!» Pensó. Y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contener el impulso de ponerse a pegar botes de alegría.
Las réplicas se deshicieron en una nueva boluta de humo transcurridos un par de minutos, y los examinadores volvieron a asentir.
—¿Qué opinas, Dageki-san?
Dageki era el examinador de Taijutsu, un hombre fuerte de cabellos oscuros y cortos y ojos acerados. Ante la pregunta de su compañero, se pensó durante unos instantes la respuesta que iba a dar.
—Lo cierto es que no es una gran promesa con el Taijutsu —comenzó, y Ayame sintió que el corazón se le hundía en el pecho—. Quiero decir, no es fuerte, apenas aguanta un par de asaltos sin fatigarse... No parece estar hecha para luchar cuerpo a cuerpo.
—Ni tampoco para luchar a distancia. Muchacha, ¡tu shuriken ni siquiera fue capaz de alcanza una diana inmóvil y en línea recta a diez metros de distancia!
Ayame se mordió el labio inferior, a punto de echarse a llorar allí mismo. La estaban condenando, ya se veía regresando a casa con un nuevo fracaso entre las manos. El fracaso definitivo...
—Sin embargo, Kibu-san, Ayame-chan tiene una habilidad especial para sorprender y es capaz de librar un combate sin recibir daño alguno... ¡Aunque la golpeen! ¡Es un miembro del clan Hōzuki! ¡Ya sabes lo temibles que pueden llegar a ser!
—Además, domina a la perfección las bases del Ninjutsu. Le ha costado hacerlo, por lo que veo en su expediente académico, pero está claro que ha estado esforzándose día a día.
—¡Pero un ninja que no domina el Taijutsu ni sabe lanzar armas correctamente ni siquiera debería ser un ninja! —exclamó Kibu.
Por un momento, Ayame se sintió lejos del lugar. Estaba asistiendo a su propio juicio, pero era como si fuera un pavo al que estuvieran decidiendo si perdonarle la vida o cenárselo aquella misma noche sin poder opinar nada al respecto.
—Entonces, Tamashī-san, ¿cuál es el veredicto final? —preguntó Dageki.
Ayame corría. Corría lo más rápido que le permitían las piernas. Respiraba de forma agitada, y con cada inspiración una punzada de dolor recorría su pecho en llamas. Pero eso no le importaba. Sujetaba entre sus manos una nota, una hoja de papel que trataba de proteger de la lluvia abrazándola contra el pecho. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero tampoco le importaba. Las gotas de lluvia se encargaban de mimetizarlas. Su padre iba a matarla por haberse olvidado de nuevo el paraguas.
Pero nada de eso importaba.
Porque la bandana de Amegakure relucía impoluta en su frente.
«Tengo que esforzarme al máximo... esta es mi última oportunidad.» Pensaba, con el corazón en un puño. Había pasado la prueba de Taijutsu por los pelos y había fracasado en la prueba de lanzamiento de armas... Si no lograba destacar en la última prueba, su camino como kunoichi llegaría a su fin. Su padre la borraría de la academia, ya se lo había advertido, y no podría cumplir su promesa. Todos estarían decepcionados, y Daruu... «¡No! ¡Tengo que hacerlo!» Se reprendió, sacudiendo la cabeza.
Y, justo en ese momento, la puerta se abrió.
—¿Aotsuki Ayame?
—S... Soy yo.
—Acompáñame, por favor.
Ella asintió. El examinador entró en la sala y después se sentó en una mesa larga entre los otros dos examinadores de las pruebas anteriores. Sobre la mesa, decenas de bandanas de tela, con la placa de Amegakure atornillada sobre ella, esperaban relucientes. La última prueba era individual para que los tres examinadores pudieran emitir sus veredictos finales. Una especie de votación a la que Ayame ya había asistido una vez...
—La última prueba es sobre el Ninjutsu —dictaminó, aunque Ayame ya lo sabía de sobra—. ¿Qué es el chakra?
—El chakra es la energía que está presente en todos los seres vivos, y que los ninjas utilizamos para realizar nuestras técnicas —soltó, casi de carrerilla.
—¿Cómo se crea el chakra? —preguntó el examinador de la prueba de taijutsu.
—Mediante la combinación de la energía física, que sale de cada una de las células de nuestro cuerpo, y la espiritual, que procede de la mente.
—¿Y cómo lo controlamos, muchacha? —Fue el turno para la examinadora de la prueba de lanzamiento de armas.
—Mediante los sellos de manos... principalmente.
Los tres asintieron. Parecían conformes, y Ayame se relajó un tanto. Sin embargo, ella nunca había tenido problemas con la teoría. La práctica era otro cantar...
—Enséñanos tu Bunshin no Jutsu —la invitó el examinador del centro.
Ayame asintió, de nuevo tensa como la cuerda de un arco. Entrelazó ambas manos y cerró los ojos con fuerza.
«Concéntrate... Visualiza tu propia imagen como en un espejo y proyéctala al exterior... Recuerda lo que Daruu te dijo...»
Carnero. Serpiente. Tigre.
—¡Bunshin no Jutsu!
Un pequeño estallido liberó una nube de humo que invadió la clase durante unos instantes. Ayame casi ni se atrevía a mirar, pero entreabrió los ojos poco a poco y cuando la humareda se disipó, contempló frente a sí a dos clones que se alzaban con las manos entrelazadas en la misma postura que ella misma. Lo había conseguido. Eran vivas representaciones de sí misma. Ninguno de los dos era gelatinoso. Y ninguno de los dos tenía una estúpida sonrisa dibujada en la cara.
«¡Lo logré!» Pensó. Y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para contener el impulso de ponerse a pegar botes de alegría.
Las réplicas se deshicieron en una nueva boluta de humo transcurridos un par de minutos, y los examinadores volvieron a asentir.
—¿Qué opinas, Dageki-san?
Dageki era el examinador de Taijutsu, un hombre fuerte de cabellos oscuros y cortos y ojos acerados. Ante la pregunta de su compañero, se pensó durante unos instantes la respuesta que iba a dar.
—Lo cierto es que no es una gran promesa con el Taijutsu —comenzó, y Ayame sintió que el corazón se le hundía en el pecho—. Quiero decir, no es fuerte, apenas aguanta un par de asaltos sin fatigarse... No parece estar hecha para luchar cuerpo a cuerpo.
—Ni tampoco para luchar a distancia. Muchacha, ¡tu shuriken ni siquiera fue capaz de alcanza una diana inmóvil y en línea recta a diez metros de distancia!
Ayame se mordió el labio inferior, a punto de echarse a llorar allí mismo. La estaban condenando, ya se veía regresando a casa con un nuevo fracaso entre las manos. El fracaso definitivo...
—Sin embargo, Kibu-san, Ayame-chan tiene una habilidad especial para sorprender y es capaz de librar un combate sin recibir daño alguno... ¡Aunque la golpeen! ¡Es un miembro del clan Hōzuki! ¡Ya sabes lo temibles que pueden llegar a ser!
—Además, domina a la perfección las bases del Ninjutsu. Le ha costado hacerlo, por lo que veo en su expediente académico, pero está claro que ha estado esforzándose día a día.
—¡Pero un ninja que no domina el Taijutsu ni sabe lanzar armas correctamente ni siquiera debería ser un ninja! —exclamó Kibu.
Por un momento, Ayame se sintió lejos del lugar. Estaba asistiendo a su propio juicio, pero era como si fuera un pavo al que estuvieran decidiendo si perdonarle la vida o cenárselo aquella misma noche sin poder opinar nada al respecto.
—Entonces, Tamashī-san, ¿cuál es el veredicto final? —preguntó Dageki.
...
Ayame corría. Corría lo más rápido que le permitían las piernas. Respiraba de forma agitada, y con cada inspiración una punzada de dolor recorría su pecho en llamas. Pero eso no le importaba. Sujetaba entre sus manos una nota, una hoja de papel que trataba de proteger de la lluvia abrazándola contra el pecho. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero tampoco le importaba. Las gotas de lluvia se encargaban de mimetizarlas. Su padre iba a matarla por haberse olvidado de nuevo el paraguas.
Pero nada de eso importaba.
Porque la bandana de Amegakure relucía impoluta en su frente.