17/06/2015, 23:17
- ¿Por qué paramos aquí, Kisho-sensei? No sabía que eras religioso.
La chica que preguntaba era joven y esbelta, y su piel pálida destacaba sobre el lienzo del bosque de bambúes. El color de sus ojos, brillantes y atentos, se fundía sin embargo con la gama de verdes que teñía el paisaje. Frente a ella, un modesto templo construido enteramente con madera del propio bosque. Incluso las lámparas, que ahora estaban apagadas, consistían en una caña de bambú con una vela envuelta en papel de arroz en un extremo. Las escaleras del santuario, construidas con el mismo material, ascendían hasta una plataforma elevada donde cada dios gozaba de su propio altar.
- Todos los hombres deben creer en algo más grande que ellos mismos, Kunie-chan. - respondió con solemnidad su padre adoptivo y mentor.
Ciertamente, el veterano shinobi tenía pinta de todo menos de santo; alto, robusto y con el rostro sembrado de cicatrices. Pálido y de pelo moreno igual que Kunie, hasta el punto de que se les podría considerar verdaderos parientes de no ser porque él era más feo que picio. Ni aunque su hipotética mujer fuera la más bella del continente ninja podría haber dado a luz a una joya como Kunie.
Ella asintió, callada, como hacía siempre -o casi siempre- que Asahina Kisho hablaba con aquel tono tan solemne. Nunca había sido religiosa, ni mucho menos. De hecho, ni siquiera se había planteado jamás aquella cuestión. Dioses, ofrendas, adoración... Eran palabras vacías de contenido para la joven Asahina. Por eso mismo decidió esperar a su maestro a los pies de la escalinata, mientras él subía en silencio para pedirle vete tú a saber qué a tal o cual deidad.
"Al fin y al cabo, ¿no es para eso que la gente quiere creer en dioses? Para pedirles lo que no son capaces de conseguir por sí mismos..."
La chica que preguntaba era joven y esbelta, y su piel pálida destacaba sobre el lienzo del bosque de bambúes. El color de sus ojos, brillantes y atentos, se fundía sin embargo con la gama de verdes que teñía el paisaje. Frente a ella, un modesto templo construido enteramente con madera del propio bosque. Incluso las lámparas, que ahora estaban apagadas, consistían en una caña de bambú con una vela envuelta en papel de arroz en un extremo. Las escaleras del santuario, construidas con el mismo material, ascendían hasta una plataforma elevada donde cada dios gozaba de su propio altar.
- Todos los hombres deben creer en algo más grande que ellos mismos, Kunie-chan. - respondió con solemnidad su padre adoptivo y mentor.
Ciertamente, el veterano shinobi tenía pinta de todo menos de santo; alto, robusto y con el rostro sembrado de cicatrices. Pálido y de pelo moreno igual que Kunie, hasta el punto de que se les podría considerar verdaderos parientes de no ser porque él era más feo que picio. Ni aunque su hipotética mujer fuera la más bella del continente ninja podría haber dado a luz a una joya como Kunie.
Ella asintió, callada, como hacía siempre -o casi siempre- que Asahina Kisho hablaba con aquel tono tan solemne. Nunca había sido religiosa, ni mucho menos. De hecho, ni siquiera se había planteado jamás aquella cuestión. Dioses, ofrendas, adoración... Eran palabras vacías de contenido para la joven Asahina. Por eso mismo decidió esperar a su maestro a los pies de la escalinata, mientras él subía en silencio para pedirle vete tú a saber qué a tal o cual deidad.
"Al fin y al cabo, ¿no es para eso que la gente quiere creer en dioses? Para pedirles lo que no son capaces de conseguir por sí mismos..."