6/04/2017, 23:49
—Por nada —replicó Kagetsuna, afilado y acerado como el filo de la espalda que llevaba con él.
Ayame encogió ligeramente los hombros cuando él suspiró y le apartó la mirada. Era obvio que estaba disgustado, pero Ayame sentía que habían hecho lo correcto. Era posible que fueran unos chicos desagradecidos y desagradables, era posible que no estuvieran actuando del modo correcto en el momento del accidente... ¡Pero no podían dejarle abandonado a su suerte en mitad de la noche y casi sepultado por una avalancha de madera! Ayame no podría habérselo perdonado nunca si lo hubiera hecho.
Cabizbaja, siguió liderando la marcha hacia su casa casi de forma inconsciente. Rápidamente dejaron atrás el barrio en obras y volvieron a internarse en las callejuelas de la ciudad.
—¿Cuánto falta para llegar a tu casa? —La voz de Kagetsuna la sorprendió, y Ayame salió de su ensimismamiento con un brinco.
—¿Qué? ¡Ah! No mucho. Mi casa está al girar la calle.
Y, tal y como había señalado, Ayame giró a la izquierda al terminar la calle y se detuvo frente a un portal. A su izquierda, la pastelería de Kiroe ya había apagado sus luces hacía rato.
—Aquí es. —Sonrió, balanceándose sobre sus talones—. Muchas gracias por acompañarme, ha sido un placer conocerte, Kagetsuna-san.
Ayame encogió ligeramente los hombros cuando él suspiró y le apartó la mirada. Era obvio que estaba disgustado, pero Ayame sentía que habían hecho lo correcto. Era posible que fueran unos chicos desagradecidos y desagradables, era posible que no estuvieran actuando del modo correcto en el momento del accidente... ¡Pero no podían dejarle abandonado a su suerte en mitad de la noche y casi sepultado por una avalancha de madera! Ayame no podría habérselo perdonado nunca si lo hubiera hecho.
Cabizbaja, siguió liderando la marcha hacia su casa casi de forma inconsciente. Rápidamente dejaron atrás el barrio en obras y volvieron a internarse en las callejuelas de la ciudad.
—¿Cuánto falta para llegar a tu casa? —La voz de Kagetsuna la sorprendió, y Ayame salió de su ensimismamiento con un brinco.
—¿Qué? ¡Ah! No mucho. Mi casa está al girar la calle.
Y, tal y como había señalado, Ayame giró a la izquierda al terminar la calle y se detuvo frente a un portal. A su izquierda, la pastelería de Kiroe ya había apagado sus luces hacía rato.
—Aquí es. —Sonrió, balanceándose sobre sus talones—. Muchas gracias por acompañarme, ha sido un placer conocerte, Kagetsuna-san.